Ediciones B, 2017. 400 páginas.
Tit. Or. Ancillary sword. Trad. Victoria Morera.
Tras los sucesos en el palacio Breq es destinada a un sistema con el fin de proteger el portal que allí se encuentra. Mientras tanto investigará la situación en el planeta y descubrirá que las cosas no son muy justas.
No está ni por casualidad a la altura de la primera parte y he oído decir que la tercera es aún peor. Lo que eran aciertos de la primera parte (la obsesión con los juegos de té, las canciones) aquí ya están sabidos y suenan a repetitivos. En la primera parte había una trama interesante (una mente colectiva que se rebela contra ella misma, nada menos). Aquí unos capitalistas malvados que esclavizan a sus trabajadores, y a los que Breq, cual Deux-ex-machina, pondrá en su sitio.
Las cosas interesantes (presgeres -extraterrestres misteriosas-, el portal fantasma, la otra facción) apenas asoman la patita. Incluso el mejor personaje -la traductora- muere enseguida. Una trama de poco interés sustentada apenas por el interesante futuro que ha construído la autora. Pero ¿de verdad hace falta dedicar tantas páginas a tanta cosa intrascendente?
Se deja leer.
La siguiente en la cadena de mando, la teniente Ekalu, estaba de guardia en el puente de mando con dos de sus etrepas. En teoría, no era necesario que nadie estuviera de guardia, ya que la Misericordia de Kalr siempre estaba despierta y alerta, siempre era consciente de la nave, que era su propio cuerpo, y del espacio que la rodeaba. Sobre todo, no era necesario montar guardia cuando la nave viajaba por el espacio de un portal donde no era probable que sucediera nada adverso, o, para ser sincera, ni siquiera nada interesante. Pero los sistemas de las naves a veces funcionaban mal y era mucho más fácil y eficaz responder a una crisis si la tripulación ya estaba atenta. Además, por supuesto, el hecho de que hubiera docenas de personas apiñadas en una nave pequeña requería mantenerlas ocupadas y disciplinadas. Nave proyectó datos, mapas y gráficos en la visión de la teniente Ekalu y murmuró en su oído, intercalados, ocasionales y amistosos comentarios de ánimo. A la Misericordia de Kalr le caía bien la teniente Ekalu y confiaba en su inteligencia y su capacidad.
Kalr era la decuria de la capitana, la mía. En el resto de las decurias había diez soldados, pero en Kalr había veinte. Dormían conforme a un horario escalonado porque, también a diferencia de las otras decurias, Kalr siempre estaba de guardia, lo que era un vestigio de los días en los que Nave estaba tripulada por auxiliares, cuando sus soldados eran piezas de ella misma y no seres humanos individuales. Las kalrs que, como yo, acababan de despertarse estaban reunidas en el comedor de las soldados, que era una habitación diáfana, con las paredes blancas y lo bastante grande para albergar a diez personas comiendo y con espacio para guardar la vajilla. Estaban de pie, cada una frente a su plato de skel, que era una planta viscosa de color verde oscuro y crecimiento rápido que contenía todos los nutrientes que un cuerpo humano podía necesitar. Si no habías crecido alimentándote de ella, podía costarte un poco acostumbrarte a su sabor, aunque, en realidad, muchas radchaais se habían criado comiéndola.
Las kalrs que estaban en el comedor empezaron a recitar la oración matutina a un ritmo desigual: «La flor de la justicia es la paz»; pero al cabo de una o dos palabras adoptaron un ritmo común y familiar: «La flor de la corrección es la belleza en pensamiento y acción.»
La médico tenía un nombre y el rango nominal de teniente, pero nadie se dirigía a ella de ninguna de esas formas; la llamábamos, simplemente, Médico. Aunque no era una teniente Kalr, estaba muy unida a esta decuria. Se le podía ordenar que hiciera guardias; de hecho las había hecho y haría otra al cabo de una hora. Mientras las hacía, dos kalrs la acompañaban. Era la única oficial de la capitana Vel que seguía en activo en la nave. Por una parte, porque, sin duda, sería difícil reemplazarla, pero, además, porque su implicación en los acontecimientos de la semana anterior había sido mínima.
Era alta y enjuta, tenía la piel clara para los estándares radchaais y el color de su cabello era más rubio que castaño, lo que resultaba ligeramente inusual, pero no tanto como para que pareciera artificial. Por lo general, tenía el ceño fruncido, pero no se debía a que estuviera malhumorada. Tenía setenta y seis años, pero su aspecto no era muy distinto de cuando tenía treinta y tantos, y seguiría así hasta que tuviera más de ciento cincuenta. Su madre fue médico, y también su abuela y la madre de su abuela. En aquel momento estaba muy enfadada conmigo.
Se había despertado decidida a encararse a mí en el poco tiempo que tenía antes de empezar la guardia y, nada más levantarse de la cama, recitó la oración matutina en un susurro apresurado. «La flor del provecho es Amaat entera y al completo.» Yo había apartado mi atención de las kalrs que estaban en el comedor, pero no podía oír las primeras frases de la oración sin oír el resto. «Yo soy la espada de la justicia…» Ahora Médico estaba tensa y en silencio frente a su silla en el comedor de la decuria mientras el resto de las oficiales comían.
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