Angela Saini. Inferior.

julio 16, 2024

Angela Saini, Inferior
Círculo de tiza, 2017. 400 páginas.
Tit. or. Inferior. Trad. Sandra Chaparro.

Ensayo divulgativo que analiza varios casos en los que diferentes estudios científicos han encontrado diferencias entre hombres y mujeres y cómo análisis posteriores han demostrado que la cosa no era para tanto o que no existía en absoluto.

A todos se nos ha grabado eso de que los hombres son de marte y las mujeres son de venus y seguimos repitiendo como loros que hay diferencias innatas entre los dos sexos, por lo tanto lo mejor es asumirlo y que los hombres se sigan dedicando a cazar y las mujeres a cuidar a los niños.

Pero no deja de ser curioso que todos esos estudios no hagan más que reafirmar los mismo estereotipos de siempre. No deja de ser curioso que la ciencia nos cambie la visión que tenemos el universo excepto en los roles de género. Porque lo cierto es que hasta el momento lo que parece es que esas supuestas diferencias son, sobre todo, culturales. Y cuando se encuentran algunas son tan pequeñas que son prácticamente irrelevantes.

Porque además el cerebro humano tiene una plasticidad asombrosa, podemos acostumbrarnos a casi cualquier cosa por muy antinatural que sea. Incluso si esas diferencias existieran nuestra capacidad de adaptación podría darle la vuelta a cualquier condicionamiento que traigamos de serie.

Es más divulgativo que aquel Cuestión de sexos y por eso me ha gustado menos, pero a otras personas le puede gustar más. En cualquier caso, recomendable.

Muy bueno.

Pero estas diferencias en la elección de juguetes están a años luz de la teoría que defiende que los cerebros de hombres y mujeres son profunda y estructuralmente diferentes debido a la cantidad de testosterona a la que están expuestos. También están lejos de la idea de Simón Baron-Cohen según la cual existe algo parecido a un cerebro típicamente masculino y otro típicamente femenino: a los hombres les gustan las matemáticas y las mujeres prefieren tomar café con las amigas. Si Baron-Cohen estuviera en lo cierto, habría diferencias mucho mayores en otro tipo de conductas. Las poseedoras de un cerebro femenino tenderían, en términos medios, a empatizar, mientras que quienes tuvieran un cerebro masculino tenderían a sistematizar.

Hiñes afirma que no es eso lo que ella ha constatado. Analizando los datos científicos obtenidos de todos los grupos de edad, cree que «la diferencia en empatia y sistematización por razón de sexo comprende media desviación estándar», lo que equivaldría a una diferencia de dos centímetros y medio entre la estatura de hombres y mujeres: una diferencia muy pequeña. «Es lo normal», explica. «La mayoría de las diferencias por razón de sexo están en ese rango. Y en muchos casos ni siquiera apreciamos diferencias por razón de sexo.»


Hace mucho tiempo que la ciencia se vale de los primates —sobre todo grandes monos: chimpancés, bonobos, gorilas, orangutanes…— para entender los orígenes de nuestra evolución. Compartimos un 99 por ciento de nuestros genes con los chimpancés y los bonobos. Nos parecemos tanto en términos genéticos que los primatólogos hablan de los seres humanos como de un gran mono más. De este modo, si otras hembras de primate muestran tanta variación en su conducta, ¿por qué los biólogos evolutivos siguen considerando a las mujeres el sexo más débil, pasivas y sumisas por naturaleza?


[…]analizaron la cantidad de esfuerzo que dedicaban los hombres de dos comunidades vecinas del este de Africa al cuidado de sus hijos. En una de ellas, la de los cazadores-recolectores hadza, observaron que los padres participaban en todo, desde la limpieza hasta la alimentación de los niños, y que mientras permanecían en el campamento dedicaban más de una quinta parte de su tiempo a interactuar con sus hijos menores de tres años. También dormían cerca de ellos. En la otra, los datoga, una comunidad de pastores y guerreros, hallaron la creencia cultural fuertemente arraigada de que cuidar de los niños era cosa de mujeres. Los hombres comían y dormían aparte, y no interactuaban mucho con los niños. Los niveles hormonales de los hombres reflejaban esta diferencia en los estilos parentales: los padres hadza, que como hemos señalado se implicaban más, producían menos testosterona que los padres datoga.

«Observamos una gran plasticidad en el nivel de compromiso de los varones humanos», afirma Richard Bri-biescas. «Tenemos al padre cariñoso y cuidador, con quien todo es grande y maravilloso, al padre poco implicado que lleva a casa recursos y pone comida en la mesa, y hasta casos extremos y horrendos de padres infanticidas.» Si la sociedad espera que los hombres se impliquen en el cuidado de sus hijos, ellos se implican y lo hacen bien. Si la sociedad les pide que no intervengan, también pueden hacerlo. Se trata de una plasticidad única de los humanos. «Es algo que no se ve en otros primates y simios. Ellos están atrapados en una estrategia única», dice Bribiescas.

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