Extenso monólogo interior que cubre -con miradas al pasado- los últimos años de Juanita Narboni, mujer que por prudencia o por miedo o por no parecerse a su hermana lleva una vida recatada para acabar sus días sola.
Novela de una calidad indiscutible pero poco conocida, de un autor Ángel Vázquez del que parece que nadie se acuerda, a pesar de que su vida da para una novela. Murió, como dice la wikipedia El día antes de morir quemó dos novelas que había sido incapaz de terminar. Esa misma noche falleció de una crisis cardíaca, solo y alcoholizado en una pensión de Madrid, en Atocha 98, que Vázquez conocía como «la mansión de Drácula».
Retrato de un Tánger que ya había desaparecido a través de los ojos de alguien que ha llevado una vida perra donde las alegrías han sido pocas, aunque tampoco puede decirse que haya sido mala. Entre líneas se puede leer algo de crítica social a través del trato con su criada Hamruch, a la que trata con una condescendencia de la que ella no es consciente, pero el lector sí.
Novela para paladearla poco a poco, porque el torrente verbal que no cesa puede llegar a marearnos si no navegamos con cuidado.
Muy recomendable.
¡Qué bendición, endivias! Mira lo que te digo, Giannella, mi alma, y esto para mí se quede, cada momento que pasa te odio menos. Sigue, sigue con tu historia. Esa historia absurda en la que has metido a Badoglio8. No me extrañaría nada que acabaras diciendo que eres prima bastarda del Duce. Y, ahora que me acuerdo, no sé si habrá ido a casa esa memloca de Hamruch. Hace lo que le da la gana. Lo bueno que tiene es que no es surraca. Nunca se llevó nada que no fuera suyo. Está muy vieja, la pobre. Siempre estuvo vieja. La descansada de mamá la llamaba la tortuga, porque es de lenta. Bueno, ella ya sabe dónde escondo el llavín, debajo de una piedra, en el macizo de dompedros. Mejor, así me recogerá todo lo que me dejé tendido. Cositas de nada. Prendas íntimas. Las servilletas. Me falta una. Ahora que me acuerdo, de las verdes me falta una. Mejor no pensarlo. De todo lo que ocurre tiene la culpa el viento. Cuando no es levante, es poniente, y cuando no, es el cherki. Y este calor, aquí encerrados, como en una jaula de cristal y de manipostería. ¡Rupert, hijo, cómo cuidas de tu morito! Y el chiquillo, inquieto y desconfiado porque cree que todo lo que prueba es jalufo. Lo malo es que esa tonta de Hamruch me cambiará la cama de sitio. Parece aragonesa. Como se le meta algo en esa cabecita de tortuga, hasta que no se sale con la suya, no para. Se empeñó y lo conseguirá. Y hace lo que le da la gana. Y no quiero. No me importa mucho la cosa, pero no me gusta. Mi cuarto queda muy a la vista. Conozco el percal. Se me está subiendo el chianti a la cabeza, seguro. La lasagna verde estaba de morir. Y, ahora, un quesito. Y ésta, dando cabezadas. Está peor que yo. Y ese niños… ¡No puedo más! No tengo más remedio que mirar por el catalejo. Me levantaré. Sin tropezar, Juanita, por favor, con naturalidad. Duerme inconsciente, duerme. ¡Qué horror! Yo sufriendo y él tan tranquilo, sentado en la balsa. Cecilia, cariño, no sabes cómo lo estoy pasando por
culpa de esa prenda de hijo que tienes. Si pudiera me buscaba una hamaca. Ahí viene el hijo de Isabel. Comme il est gentil! Me has adivinado el pensamiento, cabrón. Tienes unos dientes, niño… Sí, criatura, sí, una hamaquita, eso es. En la parte de atrás, a la sombra, protegida del viento, esperando que pase el Tánger-Fez, viendo los balcones del Hotel Rif y cómo el morado de las uñas de gato9 me come los ojos. Dejando pasar con menosprecio toda la arenisca del mundo. Duerme, Giannella, duerme. Duerme y sueña con esa villa que nunca tuviste, y mucho menos en el lago de Como, y con Badoglio, si quieres. Ya no te faltaba más que cantar «Fas-cetta Ñera»…10. Bien que lo pasó aquella maldita pecadora de mi hermana en Villa Harris, cuando el Gran Bailo di Primavera11, bailando con todo quisque, mientras yo me quedaba en casa atendiendo las vomiteras de papá. La verdad sea dicha: he comido muy bien. Y, a veces, pienso que todo el mundo es muy bueno conmigo. Pero la compasión es tan molesta, la puñetera. La odio. No quiero que nadie me compadezca. ¿Dónde me habré dejado las gafas de sol? No me digas que va a mear. Tiene que ser algún obrero. Y justo enfrente. Delante mía. ¿No le da vergüenza? ¡Qué poquísima tienes, hijo! ¡Qué hombres éstos! Ojalá pase ahora un mercancías. ¿Ese niño no come? ¿Es que se piensa pasar todo el santo día sentado en la balsa? ¡Qué rarito es! El pobrecito tiene a quién parecerse, porque Cecilia tampoco es manca, y lo que es Rodolfo.
6 comentarios
No hace demasiado estaban disponibles/encontrables otras obras del autor, incluyendo los cuentos. Más accesibles que ésta, en la que sin un poco de ayuda es muy fácil perderse.
Lo intenté hace algún tiempo, no recuerdo qué edición era pero estaba plagada de notas al pie explicando particularidades lingüísticas del español que se hablaba en Tánger. Creo que no terminé ni el primer capítulo.
Luis, en las bibliotecas de Barcelona se pueden encontrar todos sus libros y hay varios ejemplares. Acabo de descubrir que ya había leído sus cuentos:
https://liblit.com/angel-vazquez-el-cuarto-de-los-ninos-y-otros-cuentos/
Cities: No es un libro fácil. Si no entras, mejor dejarlo. Incluso si entras, como ha sido mi caso, hay momentos que se hacen pesados.
Palimp, entonces «Fiesta para una mujer sola.»
Apuntado queda. Gracias y buen confinamiento.