A partir de los diarios de un prisionero de una de las guerras carlistas, el autor configura una novela coral que transita entre las desventuras de una carreta de prostitutas, hasta los altos mandos del ejército.
El punto fuerte, según la publicidad, eran los actos de canibalismo ocurridos en el pueblo de Beceite, ante las inhumanas condiciones de los prisioneros. Pero esto es solo una pequeña parte de un fresco mucho más grande, que retrata la crueldad de la guerra, como siempre pierden los mismos, como todo está al albur de las decisiones de gente que no merece estar al mando, y de cómo es este país hemos estado enfrentados en dos bandos desde tiempos inmemoriales.
Todo escrito con un lenguaje que busca la ruptura estilística, con fragmentos que parecen poemas épicos, y con una selección de puntos de vista que nos ofrece un mosaico fascinante y estremecedor. Otra reseña: Sembrados de carroña.
Muy bueno.
Fue Solano quien dio un paso atrás cuando vio que su antagonista echaba mano al sable.
—¡Yo represento al ejército español! ¡Yo: el brigadier Solano! —continuó diciendo mientras caminaba, pausado y desafiante, por la estancia—. Yo represento a ese ejército que nos libró de los franceses. Yo, y mi reina. La única, la legítima.
—El ejército de la usurpadora.
—No, de una constitución que otorga el poder al pueblo.
—El pueblo quiere tranquilidad, tradiciones, sus fueros.
—Quiere decidir quién hace las leyes, cómo se imparte justicia.
—Quiere ir a misa, rezar, temer a Dios.
—La legitimidad la dan las leyes que promulgan nuestros representantes. El pueblo quiere la Constitución.
—El pueblo quiere cultivar sus tierras o las de los frailes. Comer, el pueblo quiere comer. El rey se lo facilita. Las costumbres se lo facilitan, la vida de siempre se lo facilita.
—El poder lo ha de ostentar el pueblo, no los reyes ni la Iglesia. Y si los tronos se heredan será porque lo dice la Constitución. Y también si se heredan de padres a hijas. Y esa legalidad viene de Fernando, un rey de los tuyos. El mundo está cambiando, Europa está cambiando y nosotros hemos de cambiar con Europa.
—Con los liberales, claro. Con aquellos que lo están hundiendo. Fernando: un traidor que decía y se desdecía.
—Yo, el brigadier Solano, con la legitimidad que me da servir a mi reina y a mi país, le ofrezco al señor Cabrera integrarse en el ejército de la reina M.a Cristina. Ha de saber, usted, que, quizás, esta sea su última oportunidad.
—Está loco. Podría matarle ahora mismo.
—Y yo moriría como un brigadier del ejército español, en cambio, usted, cuando muera, lo hará como un miembro más, uno cualquiera, de una cuadrilla de sublevados.
Cabrera desenvainó su sable y le amenazó dirigiéndolo hacia el cuello de Solano, presionando. Este, al sentir la punzada, sonrió.
—Adelante.
Durante un instante la punzada se agudizó, pero Cabrera acabó envainando el sable.
—¡Maldita política! —dijo dándole la espalda—. Será en Segorbe, en pocos días y según el Convenio Elliot: hombre por hombre y grado por grado.
—Entonces tendrá que buscar entre los suyos a alguno que se haga tratar de brigadier.
Cabrera salió gritando, ordenando.
—¡Retirad esa silla y tapiad la ventana! ¡Que nadie pase bajo ella! ¡Y en este pasillo, silencio absoluto!
Se cerró la puerta.

No hay comentarios