Ediciones Siruela, 2000. 192 páginas.
Tit. Or. Pfitz. Trad. José Luis López Muñoz.
No podía entrevistar a Andrew Crumey sin haber leído algo de su producción, y en la biblioteca del Pasaje del Vapor Viejo conseguí encontrar este libro. No está mal representado Crumey en las bibliotecas, aunque no haya muchos ejemplares y estén algo dispersos.
Un príncipe, desolado por la muerte de su amada, decide construir una ciudad como mausoleo. Se pone manos a la obra y se diseña la ciudad hasta el más mínimo detalle. Tanto que al final no quedan fondos para contruirla. Pero no importa; los planos de la ciudad cumplen el mismo papel. Pero ésta no fue la única ciudad que el príncipe decidio contruir de modo imaginario, y superada la cincuentena decide embarcarse en el proyecto más ambicioso de su vida: planear, hasta el último detalle, la creación de Rreinnstadt. Schenk es un cartógrafo que trabaja en la construcción de esta ciudad y lleva una vida tranquila, midiendo paisajes imaginarios, hasta que un breve apunte en un mapa le dará la posibilidad de entrar en contacto con la mujer que puede ser el amor de su vida.
Inevitable pensar en Italo Calvino al leer este libro. Si Calvino es bueno, Crumey no se queda atrás y nos regala un príncipe con una curiosa obsesión, un cartógrafo enamorado y literato a la fuerza, un conde y su ingenioso criado, y una construcción metaliteraria llena de sorpresas. El príncipe, invención de Crumey, inventa a su vez ciudades que no son reales, habitadas por personajes fruto de la imaginación de los trabajadores del príncipe -sección biografías-. Pero los habitantes de la ciudad imaginaria pueden ser escritores, que escriben libros que… dejaremos aquí la breve descripción del juego de espejos con que el autor construye la estructura de la novela.
Breve, pero sabrosa, como un delicado pastel de mil hojas que encierran diferentes sabores. Una joyita que me reafirma la calidad de este autor al que debo agradecer a Elipsis que me lo descubriera. Muy recomendable.
P.D. Otra opinión completamente diferente pueden encontrarla aquí
Escuchando: Goodbye planet earth. Goodbye planet.
Extracto:[-]
-Piense en Rimmler, por ejemplo. Somos cinco las persornas que trabajamos en él. Antes de nada, biografía lo crea: ahí donde empiezan todos. Y en algún momento de sus primeros años, se advierte con claridad que su vocación será literaria (Rimmler contó con el aliento de un inteligente profesor de retórica). Luego nos llaman a nosotros. Hasta ese momento, todo lo que existe de Rimmler son algunas fechas (su muerte sólo un dato provisional; pueden suceder muchas cosas cuando el departamento de patología mete las narices) y unas cuantas anécdotas de aquí y de allí. No hay una personalidad claramente definida; no hay una esencia. Todo eso sólo apare cuando Rimmler se convierte en autor. Rimmler es lo que Rimmler escribe.
»Los cinco analizamos algunas ideas generales. Sabemos qué clase de libios lee, conocemos sus antecedentes familiares y otros detalles parecidos. Nos ponemos de acuerdo sobre cuatro cosas: título, marco, estilo y argumento. Luego nos separamos y empezamos a escribir. Al cabo de una semana comparamos lo que hemos hecho. Lo despedazamos todo y lo volvemos a unir (bromeo, por supuesto; el proceso es en realidad muy sutil y requiere años de práctica). Sintetizamos nuestros distintos textos en uno solo. Lo que conseguimos es algo totalmente nuevo. Ninguno de nosotros en particular es responsable del resultado; contiene algo de cada uno y algo más por añadidura. Algo más grande que la suma de las partes, el ingrediente extra que emerge es la personalidad de Rimnler. Se trata de un proceso mágico, difícil de explicar, pero que sucede siempre. Al cabo de una semana, el nuevo autor ha adquirido ya vida propia.
»Luego nos separamos de nuevo para la parte siguiente. Sabemos cómo empieza la historia y sabemos quién la está escribiendo. Podemos empezar a pensar como Rimmler mientra escribimos; tratamos de imitarlo al escribir. De nuevo combinamos nuestras producciones, moldeándolas hasta conseguír la forma correcta. Y así sucesivamente.
»A medida que se termina cada nuevo fragmento del libro lo enviamos a biografía, para que tengan una imagen más completa de la persona cuya vida escriben. En el libro hay una historia de amor, ¿podría estar basada en la realidad? Si bien se mira, todo escrito es en cierta medida autobiográfico. Así que los biógrafos hacen sus investigaciones, y quizá descubran que Rimmler se relacionó con una institutriz con quien se cruzaba todos los días en el parque. Biografía nos manda los detalles; y nosotros podremos utilizarlos de nuevo en su obra cuando surja la ocasión.
-Fascinante -dijo Schenck-. Pero, si me perdona por decirlo, todo suena un poquito artificial. ¿Cómo es posible que una obra original de narrativa, e incluso una personalidad, puedan ser el producto de un grupo tan numeroso de personas?
-¿Está seguro de que no es así como sucede siempre? Cuando me siento para escribir una obra de Rimmler, ¿cuántas voces oigo dentro de mi cabeza? ¿Está seguro de que usted mismo es en realidad una sola persona y no muchas dentro de un cuerpo?
-Muy bien, pero ¿qué me dice de Spontini? ¿Cómo se vuelve loco un escritor?
-Hay muchas clases de locura. Quizás se produjo un desacuerdo entre los elementos de los que estaba compuesto. En casos así pueden surgir tensiones, conflictos. Es una cosa que sucede.
Schenck procuraba asimilar todo lo que oía. El proceso completo parecía muy misterioso, improbable. Y sin embargo las estanterías de aquella dependencia estaban llenas hasta rebosar de sus frutos, la inacabable sucesión de libros terminados.
-Hay una cosa que no entiendo del todo. Si varias personas trabajan para producir un autor, ¿cómo consiguen llegar con tanta frecuencia a una personalidad única? A mí me parecería más normal que cada escritor fuese por su lado.
-El proceso de promediar es una gran ayuda, una vez que el trabajo se revisa y se reúne. Pero también debe usted recordar que lo que nos mantiene unidos a todos en la liga de escritores (de la que soy asociado principal, de primera clase) es el convencimiento de un propósito común. Todos trabajamos para Rreinnstadt y para nuestros autores, sin buscar la fama personal ni el aplauso del público. Desaparecer en el trabajo, ésa es nuestra meta. Y cuando estamos creando la personalidad de un autor, debo decir que algunos trucos del oficio sirven para que las cosas avancen. Es algo que se aprende con los años.
-¿Cómo, por ejemplo?
-En primer lugar, hay que empezar por el lector. Muy al principio de la composición, llegamos a un acuerdo sobre el destinatario del libro. Todo autor escribe para un lector concreto; puede ser una persona de carne y hueso, o un recuerdo, o una fantasía, pero lo tiene siempre presente en la imaginación. Pensamos que un libro es bueno si nos hace sentir que somos el lector concreto en el que pensaba el autor. Cuando sucede eso, el libro «nos habla». Es uno de los trucos del oficio. Y una vez que nos ponemos de acuerdo sobre nuestro lector, el objetivo es escribir en esa dirección. Primero se inventa al lector, y luego surge el autor de manera natural.
-Me pregunto quién podría ser el lector de Spontini.
-Confío en que sea capaz de averiguarlo. En el piso de arriba tienen unos horarios bastante irregulares, pero estoy seguro de que a la larga conseguirá usted que lo atiendan.
Luego el encargado volvió a su trabajo. Al verlo entrar otra vez en acción, Schenck descubrió que había aumentado su respeto por aquel fragmento de la personalidad de Rimmler.
El departamento de creación seguía cerrado sin explicación alguna, de manera que Schenck regresó a la división de cartografía. Sus arremolinados cursos de agua carecían de interés. Estaba pensando en Spontini, en Pfltz, en aquellas personalidades imposibles de apresar. No sabía aún quién era Pfitz; el personaje sobre el que Schenck había escrito no pasaba de ser una pura invención. Y sin embargo ya había adquirido su propia vida, su propia personalidad.
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