Suma de letras, 2002. 350 páginas.
Este tipo de inventos promocionales están muy bien; siempre acaban en las mesas de saldo por cuatro duros para que agarrados como yo nos los llevemos a casa. En este caso una antología coordinada por Andreu Martín que incluye los siguientes cuentos:
Alicia Giménez Bartlett, La voz de la sangre
Julián Ibáñez, La ladrona
Juan Madrid, Hoy llego tarde a cenar
Andreu Martín, Ley de Fugas
Fernando Martínez Laínez, Sueño cumplido
Jorge M. Reverte, El donante
Carlos Pérez Merinero, Dicen que la distancia es el olvido
Manuel Quinto, Entrevista
Jaume Ribera, Dos de cinco
Mariano Sánchez Soler, Expreso de Lusitania en la noche
Suso de Toro, Llaman
Manuel Vázquez Montalbán, El niño y el perro
Que en contra de lo que he leído por ahí me parece bien escogida y equilibrada. Me han sorprendido Julián Ibáñez, que en un breve relato esboza una sitación a la vez cómica y negra y Manuel Quinto, cuya entrevista es hilarante.
Con «Dos de cinco» hacían un juego para el lector que implicaba adivinar al asesino. Como fue hace diez años no he sido capaz de encontrar información de la solución. Como no hay nada peor que un crimen no resuelto hago un llamamiento a quien pueda darme información sobre el asunto. He buscado en google, pero nadie sabe nada (parece que no todo está en internet).
Calificación: Muy bueno.
Un día, un libro (174/365)
Extracto:
Tengo visita. Alguien ha entrado en mi despacho, i Veo la puerta abierta cuando yo la he dejado cerrada. ¿Un ladrón? Quizá… Debo ponerme en guardia: sacar las manos de los bolsillos y cerrar los puños… Entro. ¡Ahí lo tengo! Ha sido cruzar el vano de la puerta y encontrarme con… las curvas desdibujadas —tono lavanda— de un buen trasero cubierto con una falda de sarga, o algo así. Me da la espalda y parece estar escudriñando detrás del viejo sofá. Bisbisea… bsh, bsh, bsh… No me ha oído. ¿Qué hace esta mujer en mi despacho? ¿A esta hora?… Lo más probable es que sea una ladrona.
Sin que me oiga, me acerco al armario y tanteo en el techo hasta que encuentro la pistola. La empuño, no recuerdo si está cargada. Me acerco a la mujer.
—¿Busca algo?
Ni grita ni da un respingo, se limita a echarme^ un vistazo superficial por encima del hombro.
—Al gato, a mi gato… Busco a Pirracas… bsh, bsh, bsh… Está ahí detrás —alarga el cuello para mirar de- ‘ tras del sofá, bisbiseando—, bsh, bsh, bsh… Pirracas.-Pirracas… Vamos, no seas malo… Pirracas… Vamos..-
De su brazo derecho cuelga un enorme bolso azul de plástico, perfecto para meter en él medio despacho. La cojo de un codo, la zarandeo.
—¡El viejo truco del gato, eh! Hacía mucho que no lo veía hacer, ¿no resulta un poco anticuado? —Gira la cabeza, atónita. Le indico la puerta de la calle con la barbilla—. Esa puerta estaba cerrada, ¿sabe tu gato manejar una ganzúa?
Me contempla perpleja, con la boca abierta y el cuerpo echado hacia atrás, a la defensiva.
—… Yo… ¿Cómo? ¿Co-cómo dice?
Llevo la pistola en la mano, ¿la habrá visto? Mi mano busca la mesa a mi espalda, mientras zarandeo a la mujer de nuevo con fuerza. Me entran ganas de enlazarla por la cintura.
—¡Esa puerta que da a la escalera! ¡La única puerta a la calle que tiene este despacho! ¡Hace cinco minutos estaba cerrada! ¡Ningún gato sería capaz de abrirla y entrar por ahí! —Escondo la pistola debajo de unos papeles y luego empleo el dedo índice para indicar la puerta—. ¡Sólo tú has entrado por esa puerta, sin llamar y sin que nadie te abriera! ¿Pensabas que no había nadie en el despacho? ¡Vas a explicarme qué haces aquí! ¡Vamos!
La zarandeo un poco más. Su boca continúa abierta, incapaz de articular palabra, mirándome con terror, protegiéndose con el brazo libre. Dientecitos de ratón, muy blancos.
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