Páginas de espuma, 2011. 192 páginas.
Microcuentos de extensión máxima de 25 líneas que giran alrededor del mundo del circo; sus circunstancias, sus profesiones, los freaks. Una exhibición del enorme talento de la autora para sacar punta infinita a cualquier tema.
Se incluyen unas biografías de personajes históricos que aparecen en algunos cuentos, escritas con el mismo mimo. Leer los pequeños cuentos de Ana María Shua es uno de los grandes placeres de la vida.
Dejo una muestra para que se hagan una idea y vayan corriendo a por el libro entero.
Este circo
Nos enseñan a hablar, a caminar, a sonreír. Nos enseñan a lavarnos los dientes, a comer con cubiertos, y a resolver las cuatro operaciones. Nos enseñan a vestirnos y a usar fórmulas de cortesía. Nos obligan a saltar, a correr, a bailar, a jugar a la pelota. Cada uno de nosotros tiene sus habilidades y aptitudes propias. Nos aplauden o nos castigan, por lo general en forma arbitraria y cruel. Y sin embargo, vaya a saber por qué (pero solo esa ilusión nos permite sobrevivir sobre la arena de la pista) todos creemos ser espectadores, nada sabemos del público que nos mira divertido.
Prometeo de circo
¿Arte o entretenimiento? Si el buitre escarba hondamente con su pico en el hígado de Prometeo, ¿es arte o entretenimiento?
Es arte si es sangre verdadera el líquido que tiñe el pico del pájaro, si es sangre la que brota a borbotones y se derrama por el costado del cuerpo, si es sangre la que colorea de rojo las rocas a las que está maniatado el hombre. Pero si es una mezcla de glicerina con kétchup, es solo entretenimiento, puro circo. Por supuesto, hay quien opina precisamente lo contrario.
Entretanto, como a esta distancia no es posible comprobarlo, habrá que limitarse a disfrutar del espectáculo. Hay funciones todos los días.
Como el funambulista y su pértiga
-Como el funambulista y su pértiga, ¿qué somos el uno sin el otro?
-Somos el riesgo, el vértigo, la velocidad, el estallido. Somos más y mejor que este precario equilibrio.
El disfraz
En el circo, disfrazado de payaso, su torpeza pasa desapercibida. El maquillaje blanco encubre su blancura. Sus compañeros de trabajo se quejan a veces de que huele mal, pero el director de circo lo defiende, porque hace reír como ninguno, se contenta con poco, y casi nadie se da cuenta de que está muerto.
Nos pasa a todos
Si la contorsionista tiene artrosis y el trapecista sufre de vértigo, si a la ecuyere se le rompió el menisco por desgaste y el mago perdió los reflejos, si el malabarista tiene presbicia y una tendinitis supraespinal le impide al domador hacer restallar el látigo, qué importa, la vejez no existe. Se tiene la edad de los sueños, la edad de los deseos, la edad de la más joven de tus amantes, la edad de tu corazón. Y siempre habrá un lugar para nosotros en el circo: solo se trata de maquillarnos un poco más cuando los años nos conviertan a todos en payasos.
¿Quién es la víctima?
Los payasos actúan en parejas. Por lo general uno de ellos es víctima de las bromas, trucos y tramoyas del otro: el que recibe las bofetadas. Las parejas pueden ser Augusto y Carablanca, Pierrot y Arlequín, Penasar y Kartala, el tonto y el inteligente, el gordo y el flaco, el torpe y el ágil, el autor y el lector.
Grace McDaniels. En 1935 Grace McDaniels ganó limpiamente por concurso el título de «La mujer más fea del mundo», que le permitió ganarse la vida como fenómeno de circo y siempre la avergonzó. Prefería que la llamaran «La Mujer Cara de Muía». Había nacido en Iowa en 1888 con una enfermedad congénita degenerativa (¿elefantiasis cutánea, cáncer de labios, síndrome de Stur-ge-Weber?). Fuera del escenario, se cubría pudorosamente con un velo. Fue violada o tal vez seducida por un peón borracho al que nunca volvió a ver. Las fotos muestran el rostro perfecto, extrañamente bello, de su hijo Elmer que, cuando tuvo edad suficiente, se dedicó a exhibir a su madre para pagar las deudas de juego, el alcohol y la morfina que lo mataron en 1958, el mismo año en que murió Grace.
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