HarperCollins, 2022. 416 páginas.
Ensayo que analiza las relaciones entre música y ciencia, haciendo hincapié en matemáticas y física. Durante mucho tiempo han tenido una relación muy fructífera, que la autora pone de relieve con rigor y mucha gracia.
Aunque conocía la mayor parte de lo que aquí se explica he disfrutado muchísimo con su lectura por lo bien contado que está. Hay muchos autores de divulgación que intentan ser graciosos pero no lo consiguen, Almudena me ha hecho reír más de una vez y siempre sin abandonar los hechos ni caer en simplificaciones burdas.
Ya Pitágoras relacionó las proporciones del sonido de las cuerdas con las matemáticas, pero aquí descubriremos que otros fenómenos, como el arcoiris e incluso la propia estructura del universo, vienen de fenómenos que tienen que ver con la música.
Un libro muy recomendable.
Siempre se ha sospechado que muchas estrellas de rock deben de ser buenas amigas del diablo. Es un estereotipo que tiene su origen, probablemente, en la historia de Robert Johnson, un cantante, guitarrista y compositor de blues de Misisipi que saltó repentinamente a la fama a comienzos del siglo XX. Cuenta la leyenda que Johnson se encontró con el mismísimo Satanás en un cruce de caminos, a medianoche —estas cosas nunca suceden a las nueve de la mañana—, y que decidió venderle su alma a cambio de talento musical. El diablo simplemente cogió su guitarra, tocó algunas canciones y se la devolvió afinada. Pero, después de este toque mágico, Johnson pasó de ser un músico itinerante mediocre a uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos, ganador de varios premios Grammy en el siglo XXI. Su misteriosa muerte a la edad de veintisiete años —algunos especulan que por asesinato— solo ayudó a reforzar el relato.
Cuando el blues se convirtió en rock and roll a mitad de siglo, este mito fundacional pasó a formar parte de su propia narrativa. Los predicadores lo denunciaron desde sus púlpitos y advirtieron a sus seguidores sobre estos orígenes demoníacos. Algunos artistas como John Lennon, Katy Perry o Bon Jovi han bromeado en prensa sobre la posibilidad de compartir el pacto mágico de Johnson. Otros han construido una autopista al infierno —Highway to Hell— con su guitarra, han lanzados discos a Petición de sus majestades satánicas —Their Satanic Majesties Request de los Rolling— o le han dedicado una canción a El día de la bestia porque, según cantaba Robe Iniesta, en el infierno se aburría. Desde los años setenta se puso incluso de moda la idea de que, si reproducías ciertas canciones rock hacia atrás, era posible escuchar mensajes satánicos. Pero no fue hasta que el rock dio paso al heavy metal cuando Satán saltó al escenario por su propio pie, como protagonista y articulador de toda una estética sonora y visual.
Se considera que Black Sabbath fue el grupo culpable de esta invocación definitiva. En 1970 publicaron su primer disco, Black Sabbath, y la primera canción, titulada también Black Sabbath —no se rompieron mucho la cabeza—, deja pocas dudas acerca de su inspiración. La letra habla de una figura oscura con ojos de fuego, que señala con el dedo y le dice a la gente sus deseos. Es Satanás que sonríe, sentado, mientras observa las llamas en ascenso a su alrededor. La gente huye despavorida, pero el cantante se lamenta: no tiene escapatoria, él es el elegido.
Según cuenta la propia banda, este extraño relato se basa en una experiencia real que tuvieron dos de sus integrantes. El bajista, Geezer Butler, estaba obsesionado con el ocultismo en aquella época. Había pintado todo su apartamento de negro, después de añadir crucifijos invertidos e imágenes del anticristo como decoración. Por eso, el cantante Ozzy Osbourne le había regalado un libro de brujería. Sin embargo, y de acuerdo con el testimonio de Butler, este desapareció de su estantería tras la visita de una figura… oscura. Inspirado por el suceso, Osbourne escribió la famosa canción.
Toda la estética del álbum acompaña esta narrativa. En la portada, una figura oscura se mezcla con el paisaje tétrico, frente a una casa que tampoco da muy buen rollo. Los primeros sonidos nos sitúan en medio de la lluvia, cerca de una iglesia de tañido fúnebre, sorprendidos por el eco de algún trueno ocasional. Todo mal, vaya. Pero la nota diabólica definitiva la pone la propia música. Black Sabbath empieza con un riff característico —un patrón melódico repetitivo— de solo tres notas: sol – sol – do#. La distancia sonora que las separa se conoce hoy en día como el diabolus in musica y su elección, por supuesto, no podría ser casual. Este intervalo, en concreto, también conocido como tritono —un tridente, solo que formado por tonos—, o como cuarta aumentada o quinta disminuida, ha sido considerado tradicionalmente como uno de los más tensos e inquietantes de toda la teoría de la música occidental, una de sus principales disonancias —la hermanastra malvada de la consonancia, el reverso oscuro de la fuerza—. Cuando sus frecuencias se suman, en lugar de «encajar» entre sí, se rozan, interfieren unas con otras y provocan cierta aspereza en nuestro oído que se suele considerar desagradable.
2 comentarios
Creo que recordar la amena entrevista que le hicieron a Almudena en RNE y retuve este título. Sancionado ahora con tu crítica, lo buscaré para leerlo. Un saludo.
Creo que te gustará, tiene mucha gracia