Malpaso, 2017. 208 páginas.
Tit. or. Golden years. Trad. Santiago del Rey.
El autor es un músico iraní exiliado en EEUU, integrante del grupo Yellow dogs. En este libro, como antaño lo hiciera la generación beat, habla de su vida errante, los problemas con las drogas, los conciertos y el sexo.
Parte del éxito de este libro se debe a que, poco después de enviar el manuscrito, Ali fue asesinado por un bajista paranoico. No voy a negar que se lee con gusto y que tiene momentos muy buenos, tanto en la historia como en el estilo. Pero no son los más, en general la historia de joven a la deriva la hemos leído muchas veces y la prosa en la mayor parte del libro no pasa de ser correcta.
No es un libro malo, ojo. Sólo que frases de la contraportada como un clásico de culto le vienen muy grande. Como curiosidad el ejemplar que he sacado prestado de la biblioteca fue leído atentamente porque hay bastantes párrafos marcados con un discreto puntito en el margen, y porque alguien decidió cortar tres páginas con un cuter tan bien que casi no se nota.
Correcto.
Tenemos pastelitos de hojaldre, bagels, cereales, yogur, mezclas de zumos recién exprimidos, vitaminas, frutas, arándano, y de momento todo es gratis. Al fin y al cabo, este es una de los principales centros de postproducción de toda América. Tomo el ascensor hacia la décima planta, donde se encuentra el departamento de envíos. En esta ocasión se detiene a medio camino, en la doce, y entra el vicepresidente seguido de su ayudante.
— ¿Qué hay? —grazna. —Buenos días —grazno a mi vez.
—Tío, ¿tomas el ascensor para bajar? Son solo un par de pisos —dice, mirándome con esos ojillos suyos.
— ¿Recuerdas que hace unas semanas me preguntaste lo mismo y te hablé de mi rodilla?
—Venga ya, pero si son solo dos pisos.
—De una lesión de lucha en secundaria, ¿recuerdas?
— ¿Tú hacías lucha? —pregunta la ayudante con una buena dosis de recelo y una sonrisita barata.
—Sí, y era bastante bueno. Hasta luego, chicos —digo.
Salgo del ascensor y dejo que las dos serpientes bajen juntas. Para esos dos tendría que haber en el ascensor un botón directo al octavo círculo del infierno. Es allí adonde se dirigen, de todos modos. El vicepresidente es bien conocido por colocar sus bonificaciones por encima de todo lo demás; vida humana incluida, probablemente. Haría cualquier cosa por mantener su puesto y asegurarse de que los cheques siguen llegando. La gente que trabaja a sus órdenes no significa para él absolutamente nada. Él siempre tiene la razón y, si a alguien no le gusta, a la calle, sean cuales sean las circunstancias. Se tira a todas las jo-vencitas que se le ponen a tiro y hace poco ha llegado a su cuarto divorcio. Las normas no rigen en su caso; él siempre acaba ganando. Tiene a los mandamases comiendo de su mano, y la ayudante, bueno, lo aguanta todo. Instiga y secunda. Por su-
puesto, según los estándares del mundo real, estos dos no hacen nada malo.
Entro en el departamento de envíos donde trabajo para sacarme un sueldo. Hay grandes ventanales orientados hacia el sur y desde aquí puedo ver ese nuevo y espantoso símbolo fálico que se eleva hacia los cielos. Miles de millones de dólares invertidos en otro monumento a la fealdad, la avaricia y la estupidez. Por qué será que la gente se siente orgullosa de las estructuras más altas de su ciudad. No sirven para guiar a la gente hacia la sabiduría o hacia un nivel moral más elevado; son solo más lugares para trabajar, y eso si consigues un empleo.
El departamento de envíos está tranquilo y silencioso. La locura de primera hora todavía no ha comenzado. Pongo la radio en una emisora de jazz. ¿Qué clase de día será hoy? ¡Vamos, almas ateas y paganas! ¡Echemos una mano y sintámonos orgullos de nuestra contribución a la destrucción del hombre! «Regocijaos, porque el fin está cerca», le digo a una de las cámaras de seguridad.
Ahora esta empresa es propiedad de un millonario que la compró hace apenas unos meses, y las cosas están cambiando con celeridad. Él es uno de los capullos más ricos de América. A quien ensarta con su polla reluciente se convierte en millonario de la noche a la mañana, si no lo era ya. Tiene una polla de oro, podría decirse. Creo que también él va por su cuarto divorcio. Desde que compró esto, sus asesores andan por aquí evaluándolo todo. No paran de zamparse pequeñas empresas para echarlas en la olla. Continuamente aparece gente nueva y desaparece la antigua.
Chicos que acaban de salir de la universidad, sin apenas experiencia en este terreno, reemplazan a tipos mayores y más experimentados. La calidad va bajando a medida que, se supone, los beneficios suben de forma vertiginosa. Es lo único que hace toda esta gente. Son mongoles: pillan, saquean, violan, y siguen su camino.
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