Incluye los siguientes relatos:
Lencería
Punto de equilibrio
Después de la lluvia
El reloj
Diana
Jalisco
Paradiso
Madera de boj
Ultimo convoy
Las fuentes del Nilo
Romanos
Altos hornos
Berta en el Café
Como la nieve
El malecón de las mulatas
Big One
Eclipse lunar
Puntadas
El amor
Extinciones
Y sé que me repito en ocasiones, pero he leído muchos libros como este, impecablemente escritos, con un buen pulso narrativo, pero que me dejan completamente frío. Prefiero cosas con más defectos pero que me remuevan algo. Quizás me despiertan algo ‘Después de la lluvia’ o ‘Extinciones’.
Otra reseña: Extinciones
Se deja leer.
Desde el balcón de mi casa los animales salvajes, con el agua cubriéndoles gran parte de su cuerpo, parecen inofensivos. Y no sé por qué me ha dado por pensar que los dos leones que se han quedado posados sobre el capó de un coche frente al escaparate de la tienda de pelucas están un poco resfriados. Sé que este pensamiento es un poco estúpido, los leones —lo sabe todo el mundo— nunca se resfrían, ni siquiera en días de una tormenta como esta. Tal vez mi conclusión se deba a esas caras como de deprimidos que tienen, con las nances húmedas y la melena empapada del macho.
Me gustaría tener más información sobre lo que ha pasado pero la tormenta y la inundación han provocado una avería y desde que me levanté no hay fluido eléctrico: no puedo conectarme a internet, ni llamar por teléfono.
Así que asumo mi condición de espectador privilegiado y, de vez en cuando, me paseo por la casa y entro a la habitación para ver si Marta por fin se ha despertado. Hago ruido con las llaves sobre la cómoda, muevo cosas, tropiezo adrede con los zapatos con la esperanza de que Marta despabile y poder contarle lo que está pasando. No sé por qué me resulta tan placentero dar noticias malas, pero estoy deseando decirle a Marta, los animales salva-íes nadan en nuestra calle como si fueran pececillos. Si el teléfono funcionara llamaría a todos mis conocidos para decirles que bajo mi ventana hay una pareja de leones posados sobre el capó de un coche mirando un escaparate de pelucas.
Pero Marta no se despierta y las líneas no parece que vayan a restablecerse pronto, no se ven operarios de la compañía eléctrica ni de las suministradoras de servicios
telefónicos, así que me quedo en mi balcón y me entretengo viendo los animales salvajes por la calle y los saltitos atolondrados e irresponsables de Glenda.
Elefantes, caimanes, simios y leones tienen un aire urbano y desolado y me hace pensar que cuando se restablezca el fluido eléctrico y se haya achicado toda el agua de las calles, ellos sublimarán sus instintos salvajes y participarán de la monotonía de la vida social. Sus arrebatos de ira, pienso, no irán más allá de algún insulto soez, en un semáforo.
Esa es la sensación que me produce la pareja de leones que están bajo el balcón de mi casa. Me imagino que están conversando entre ellos y que el león le pregunta a la leona cómo se vería él con esa peluca, y ella le responde con desprecio que por qué no asume, sin hacer el ridículo, el paso de los años. Como dos clientes potenciales de Serafín que se dispusieran a comprar una de esas vistosísimas pelucas del escaparate. Y tengo esta sensación porque sería más propio de una pareja de leones que se hubieran quedado igualmente estáticos y curiosos ante una carnicería o a la puerta de cualquier parlamento. Pero claro, eso les devolvería su condición salvaje y deslucida, o el aspecto feroz de custodios del espíritu de las leyes.
Me divierte, tengo que confesarlo, que los leones se interesen tanto por las pelucas del negocio de mi vecino Serafín. Y llamo la atención de Glenda con un gesto y le señalo con el índice el capó del coche, los leones con la nariz húmeda como si estuvieran constipados.
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