En una nación indeterminada, bajo el dominio de un general dictador, se mezclan los enredos de amor con la preparación de un falso atentado. Personajes movidos por egoÃsmo que correrán diferentes suertes.
Estoy volviendo a hacer esta colección que tenÃa mi padre y que estaba en una estanterÃa que era lo primero que veÃa al levantarme por la mañana. Se quemó en un incendio y me hace ilusión volver a tenerla (y leerla). Las de portada verde eran de autores un poco menos populares que los de portada amarilla y hay bastantes joyitas.
En este caso una novela corta de Moravia en la que retrata sin compasión a unas clases altas sin escrúpulos ni moral frente al pobre idealista que pagará el pato movido por unos hilos que es incapaz de ver.
Bueno.
¡Cuántos libros! —hubo de exclamar, mirando estupefacto alrededor de la estancia. A lo que respondió Saverio, con afectada indiferencia, que, sin jactancia, podÃa afirmar que poseÃa una biblioteca riquÃsima en los temas que le interesaban. No le faltaban tan siquiera —agregó transportado por un entusiasmo de coleccionista—, ni tal libro agotadÃsimo, ni cual publicación rarÃsima. Y, sacándolos de un escondrijo debajo del lecho, mostró a Perro dos o tres textos, especialmente perseguidos, de literatura antiteresiana. En la cubierta de uno de ellos figuraba un gigantesco obrero rompiendo unas cadenas, mientras que, vestido de domador de circo, Tereso, diminuto, retrocedÃa asustado dejando caer su fusta.
—Si se supiera que tengo estos libros —concluyó torpemente Saverio—, ¿quién sabe lo que me pasarÃa…? Pero, afortunadamente, todo el mundo me toma aquà por una especie de necio…
«Y necio eres», pensó cruelmente Perro. Luego se sentó en un taburete y, dejando a su lado la maleta, quitóse la gorra y se alisó con la mano los espesos y negros cabellos. Habló entonces con acento severo y frÃo a Saverio, que, a falta de silla, habÃase acurrucado sobre el camastro con la cabeza entre las manos y los codos sobre las rodillas. Empezó diciendo que si el Comité central le habÃa dejado inactivo por tanto tiempo era, primero para probar su fidelidad, y luego porque el momento de la acción no habÃa llegado aún. Pero, ahora, el Comité sabÃa que podÃa contarse con él como uno de los mejores y más fieles elementos (Saverio hizo un gesto de modestia con la cabeza como diciendo «No hablemos de esto»); además, el momento de la acción habÃa llegado ya. A estas palabras Perro se detuvo y miró signiñcativamente a Saverio; éste esbozó una sonrisa convulsa que pretendia querer decir: «Estoy pronto.»
—¿Nadie nos escucha? —preguntó Perro, desconfiando ahora de veras. Saverio le tranquilizó: nadie podÃa oÃrles. Entonces, bajando la voz, Perro le dijo que tal vez no supiera que la duquesa Gorina darÃa en su quinta, el dÃa siguiente, un gran baile de máscaras. Saverio dijo que lo sabÃa, y agregó, con palabras de propagandÃsta polÃtico, que entre la gente pobre la indignación era grande ante aquel insulso e inicuo alarde de lujo y frivolidad. Pero acaso él no sabÃa —prosiguió Perro—, que en aquella fiesta intervendrÃa el general Tereso en persona. —Saverio cerró los ojos tras de los lentes e hizo un gesto de asombro—. Sà —continuó Perro—. Tereso intervendrÃa, era seguro; y el Comité central, considerando que la situación estaba madura, habÃa decidido dar el golpe decisivo. Para este golpe se contaba precisamente con él, Saverio. Él tendrÃa el honor de ser, si no el factor supremo, por lo menos el instrumento mediante el cual serÃa socavado el odiado dominio.
Estas palabras pusieron a Saverio en un estado de exaltación tal, que el propio Perro quedó maravillado, a pesar de estar tan habituado a tratar con exaltados. Saverio se incorporó y, tartamudeando más que nunca, corrió a estrechar las manos de Perro, diciéndole que aquél era el dÃa más hermoso de su vida, que estaba dispuesto a actuar y que, si era preciso, darÃa gozoso su vida. Ahora, desaparecido en el el rencor de hombre contrahecho y desafortunado, la libresca pedanterÃa propagandÃstica, parecÃa transformarse totalmente a pesar de su aspecto tembloroso y torpe. Si Perro no hubiese sido lo que era, incluso habrÃa podido conmoverse, no tanto por la bondad de las ideas de que estaba impregnado Saverio, cuanto por aquel sincero y valeroso ofrecimiento de su vida a la causa en la cual creÃa. Mas a Perro le apremiaba llegar a la conclusión de la farsa y los desahogos de Saverio le parecÃan excesivos para lo que de él pretendÃa. No tenÃa necesidad de semejantes entusiasmos, siempre embarazosos, y le bastaba su habitual credulidad ciega. AsÃ, acogió condescendiente las manifestaciones de Saverio; luego le preguntó si se sentÃa en disposición de escucharlo y, conseguida una balbuciente respuesta afirmativa, comenzó a explicarse. Se trataba, en resumen, de esto: ambos se presentarÃan al dia siguiente, en la quinta de la Gorina y alli vestirÃan la lÃbrea de los criados. Estaba ya de acuerdo con el mayordomo de la duquesa, afiliado también al Partido. Asà se hallarÃan en el corazón de la fiesta y podrÃan hacer del general lo que quisieran. Mas precisábase prudencia que, aun en tales casos, cuando todo parece salir bien, una inepcia manda a paseo los planes mejor ensamblados. Él traÃa consigo, en aquella maleta, un bomba de relojerÃa. ConfiarÃa la bomba a Saverio por ser el más enérgico y decidido de todos. Saverio, fingiendo llevar unas viandas en una bandeja, entrarÃa en las habitaciones de Tereso y esconderÃa la bomba en el cuarto de baño. La bomba era potentÃsima, y el general no tenÃa probabilidad alguna de salvarse. Pues la bomba, además de las habitaciones de Tereso, derrumbarÃa la quinta entera o casi. HabÃa sido preparada con un retardamiento de media hora a partir de su colocación. Ellos tendrÃan tiempo de huir por piernas y, llegados a la estación, tomarÃan el primer tren para la capital, donde, entretanto, los compañeros del Comité habrÃan provocado una insurrección. Asà es que todo habÃa sido organizado a la perfección. De modo que él, SaverÃo, que ahora estaba sentado frente a Perro, antes de tres dÃas habÃa de ser miembro del nuevo Gobierno que la revolución intentaba instaurar.
No hay comentarios