Último volumen de la serie que intentó revolucionar el género y que en parte lo consiguió. Incluso los que lo leÃmos veinte años después ampliamos panorama de lo estándar que eran Asimov y Clarke. Personalmente siempre me han gustado más estos relatos que se salen de la norma que los de corte más clásico y, para mi desgracia, se sigue escribiendo más en estilo rancio.
Sturgeon se marca un relato en el que hay un planeta incestuoso al que nadie se quiere acercar ni con un palo y en los 90 me resultó naif pero en el siglo XXI, cuando no puedes poner un pezón en Instagram y el puritanismo está de vuelta tiene sentido. Hay nombres que hicieron carrera en relatos al margen como Sladek, que plantea un mundo en el que las máquinas se van haciendo cargo de nosotros y que me ha acompañado siempre en el pensamiento. O Lafferti, que plantea una hipótesis interesante acerca de lo que pasó con el paÃs de los gitanos.
Hay alguno malo -e incluso muy malo- que no nombraré y se cierra con un Delany que estaba despuntando y que factura un relato excelente y muy de actualidad ahora que los géneros están empezando a ser fluidos.
Por resumir, una serie maravillosa de la que ahora me sobran las introducciones grandilocuentes del antólogo y, la mayor parte de las veces, el epÃlogo-explicación del autor.
Muy bueno.
Y descendimos en ParÃs:
Donde recorrimos la calle Médicis con Bo, Lou y Muse dentro de la verja, Kelly y yo fuera, haciéndonos muecas entre los barrotes, haciendo ruidos, haciendo rugir los Jardines de Luxemburgo a las dos de la madrugada. Luego saltamos la verja y bajamos hasta la plaza frente a Saint-Sulpice, donde Bo intentó echarme a la fuente.
En cuyo momento Kelly observó lo que ocurrÃa a nuestro alrededor, tomó la tapa de un cubo de basura, y corrió hacia los urinarios, golpeando sus paredes. Cinco chavales salieron precipitadamente; ni siquiera los urinarios más grandes pueden albergar a más de cuatro.
Un chico realmente rubio apoyó su mano sobre mi brazo y me sonrió.
—No crees, espaciano, que tu… gente deberÃa irse?
Miré su mano sobre mi uniforme azul.
—Est’ce que tu es un frelk?
Alzó las cejas, luego agitó la cabeza.
—Une frelk —corrigió—. No, no lo soy. Desgraciadamente para mÃ. Tienes aspecto de haber sido un hombre alguna vez. Pero ahora… —Sonrió—. Ahora no tienes nada para mÃ. La policÃa. —Señaló con la cabeza al otro lado de la calle, donde observé por primera vez la gendarmerÃa—. A nosotros no nos molestarán. Pero vosotros sois extranjeros…
Pero Muse estaba ya gritando:
—¡Eh, venid! Larguémonos de aquÃ.
Y nos fuimos. Hacia arriba de nuevo.
Y bajamos otra vez en Houston:
—¡Maldita sea! —dijo Muse—. Control de Vuelo Géminis… ¿Queréis decir que ahà es donde empezó todo? ¡Larguémonos fuera de aquÃ, por favor!
De modo que tomamos un autobús hasta Pasadena, y de allà la monolÃnea hasta Galveston; Ãbamos a bajar hasta el golfo, pero Lou encontró a una pareja con una camioneta…
—Encantados de llevaros, espacianos. La gente de ahà arriba en sus planetas y cosas, haciendo todo ese buen trabajo para el gobierno.
…que se dirigÃan hacia el sur, ellos y el bebé, de modo que subimos a la parte de atrás durante cuatrocientos kilómetros de sol y viento.
—¿Creéis que son frelks? —preguntó Lou, dándome con el codo—. ApostarÃa a que son frelks. Están simplemente esperando a echarnos el anzuelo.
—No digas tonterÃas. Tienen el aire encantador y estúpido de un par de chicos campesinos.
—¡Eso no quiere decir que no sean frelks!
—Tú no confÃas en nadie, ¿verdad?
—No.
Y finalmente un autobús de nuevo, que nos llevó a sacudidas cruzando Brownsville y la frontera hasta Matamoros, donde bajamos con rodillas temblorosas al polvo y al ardiente atardecer, con un montón de mexicanos y pollos y pescadores de langostinos del golfo de Texas —que olÃan aún peor—, y nosotros fuimos quienes gritamos más fuerte. Cuarenta y tres putas —las conté— se habÃan preparado para los langostineros, y para cuando rompimos dos de las ventanas de la estación de autobuses ya estaban todos riendo. Los langostineros decÃan que no iban a pagarnos nada de comida, pero que nos emborracharÃan hasta las orejas si querÃamos, porque ésa era la costumbre con los langostineros. Pero nosotros gritamos y rompimos otra ventana; luego, mientras yo estaba tendido de espaldas en los escalones de entrada de la oficina de telégrafos, cantando, una mujer de labios oscuros se inclinó sobre mà y puso sus manos sobre mis mejillas.
—Eres muy guapo. —Su densa mata de pelo cayó hacia delante—. Pero los hombres están todos por ahà observándote. Y eso les hace perder tiempo. Por desgracia, su tiempo es nuestro dinero. Espaciano, ¿no crees que… tu gente deberÃa irse?
Sujeté su muñeca.
—¡Usted! —susurré en español—. ¿Usted es una frelka?
—Frelko en español. —Sonrió y palmeó el broche en forma de sol que colgaba de la hebilla de mi cinturón—. Lo siento. Pero tú no tienes nada que… pueda servirme a mÃ. Es una lástima, porque parece como si alguna vez hubieras sido una mujer, ¿no? Y a mi me gustan las mujeres también…
Me aparté del porche.
—¡Esto es un aburrimiento, un completo aburrimiento! —estaba gritando Muse—. ¡Venga! ¡Vámonos!
Conseguimos estar de vuelta en Houston antes del amanecer, no sé cómo. Y subimos.
Aquella mañana llovÃa en Istanbul:
En la cantina bebimos nuestro té en vasos en forma de pera, mirando afuera al otro lado del Bósforo. Las islas PrÃncipes parecÃan montones de basura ante la ciudad llena de agujas.
—¿Quién sabe su camino en esta ciudad? —preguntó Kelly.
—¿No vamos a ir juntos? —dijo Muse—. CreÃa que Ãbamos a ir todos juntos.
—Me han retenido mi cheque en la oficina del sobrecargo —explicó Kelly—. Estoy hecho polvo. Creo que el sobrecargo me tiene manÃa. —Se alzó de hombros—. No me apetece en lo más mÃnimo, pero voy a pescar a algún frelk rico y hacerme amigo suyo. —Volvió a su té; luego observó el pesado silencio que se habÃa hecho—. ¡Oh, vamos! Me estáis mirando como si fuera a romperos cada uno de los huesos de vuestro cuerpo tan-cuidadosamente-condicionados-desde-la-pubertad. ¡Eh, tú! —dijo dirigiéndose a mi—. ¡No me mires con esa cara de santurrón como si nunca hubieras ido con un frelk!
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