Seix Barral, 2023. 254 páginas.
La protagonista crece en San Blas, un barrio obrero arrasado por la heroína mientras tiene que lidiar con sus problemas de identidad en un entorno hostil que no puede aceptar que se sienta mujer. Encontrará su gente entre marginadas y citas clandestinas.
Pasando hoy frente a la librería Prole el libro tenía una faja que venía a decir (cito de memoria) ‘No ha leído una novela igual’ y va a ser que no. Es más importante -e interesante- lo que se cuenta que cómo se cuenta, porque la prosa, siendo solvente, no pasa de normalita. En el capítulo Nocturno vuela más alto.
Lo que cuenta sí que es crudo, sobre todo en ciertos momentos y en el retrato de determinados personajes pero vamos, que tampoco es que sea la primera vez que se retratan los márgenes. Con esto no quiero decir que la novela sea mala, que no lo es, pero que me han parecido excesivos tantos elogios.
Bueno.
—Cuidado con la guiri esta que sabe mucho y tú tienes cara de estar muy verde. —El camarero me levantó con suavidad la cara por la barbilla para decirme esto mirándome a los ojos.
—Tú, el del escondite, cuídamela, que todavía es muy chica. A ver, qué os pongo, Cacaolat no tengo. ¿Os traigo un cafelito con leche?
Asentimos. Sería el primer café de mi vida.
Nos habíamos sentado enfrentados y extendimos los brazos por encima de la mesa hasta entrelazar las manos. Nadie que no supiese lo que era temer al espacio público o avergonzarse por ocuparlo en libertad podía entender lo que me estaba sucediendo en ese momento. Las sensaciones eran las mismas que las del miedo pero dadas la vuelta, como si sucediesen fuera del agua y hasta entonces solo hubiera conocido una vida en las profundidades. Quería llorar de alegría y de tristeza. La procesión de fantasmas me observaba desde fuera del café, a través de las ventanas, no sabía si el lejano astral de las maricas, las travestís, las bolleras y las bisexuales se había abierto para celebrar conmigo este fragmento perfecto de vida o estaban allí para recordarme mi futuro lugar entre ellas.
—¡Uhhh, que viene el coco!
Solté mi mano de la de Jay y retraje el brazo como si tuviera un resorte en el hombro. El camarero, que servía nuestros cafés en la mesa, se moría de risa. Jay también.
—¡Maricón, no te asustes! Perdona, hija, es que yo soy así de absurda, os he visto tan tiernos que me ha apetecido dar un poquito por culo. Si necesitáis algo estoy por aquí. —Dejó las tazas y se fue por donde había venido.
—Qué simpático, y vaya susto me ha dado. Me gusta mucho el sitio, gracias por traerme.
Estaba muy nerviosa, y a la vez quería que el tiempo se parase y aquella tarde no acabase nunca. Era muy propio de mí estar pensando en el final de algo hermoso que casi ni había empezado.
—Sí que muy gracioso —dijo Jay—. Y tu cara, más gracioso.
—Oye, no te rías de mí, que ha dicho el camarero que me trates bien, que soy muy chica y estoy muy verde.
Por «chica» Jay entendía otra cosa que no tenía que ver con el tamaño ni con la edad y, bien visto, no iba desencaminado. Lo de verde sí que le confundía del todo.
—Mira, están las «chicas», que son mujeres jóvenes, y las cosas o las personas chicas, que además de jóvenes también pueden ser pequeñas de tamaño. Cuando ha dicho que soy muy chica se refería a que soy muy pequeña de edad, muy joven, ¿lo entiendes?
—Sí. ¿Y ser verde?
Volvimos a entrelazar las manos.
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