Agota Kristof. La analfabeta.

enero 17, 2023

Agota Kristof, La analfabeta
Alpha Decay, 2015. 64 páginas.
Tit. or. L’Analphabête. Trad. Juli Peradejordi.

Autobiografía de los primeros momentos de su vida, en un país, Hungría, que tuvo que sufrir la invasión alemana y después la rusa. Años de pobreza y dificultades y después un exilio a Francia donde se convertiría en analfabeta. Ella, que tanto disfrutaba con la lectura, se encuentra con una nueva lengua que tendrá que hacer suya.

Parece mentira que en poco más de 50 páginas nos haga un retrato tan triste y certero de su situación, y de cómo la escritura es un ancla que le permite resistir en tiempos duros.

Muy bueno.

Me levanto a las cinco y media. Después del desayuno visto a mi bebé, yo también me visto y voy a esperar el autobús de las seis y media, que me llevará hasta la fábrica. Dejó a mi niña en la guardería y entro en la fábrica. Salgo a las cinco de la tarde. Recojo a mi niña de la guardería y vuelvo a tomar el autobús de regreso. Hago unas compras en la pequeña tienda del pueblo, enciendo el fuego (no hay calefacción en el apartamento), arreglo la casa, acuesto a la niña, lavo los platos, escribo un poco y me acuesto.
Para escribir poemas, la fábrica está muy bien. El trabajo es monótono, se puede pensar en otras cosas y las máquinas tienen un ritmo regular que ayuda a contar los versos. En mi cajón, tengo una hoja de papel y un lápiz. Cuando el poema toma forma, lo anoto. Por la noche, lo paso a limpio en una libreta.
Somos una decena de húngaros los que trabajamos en la fábrica. Nos reunimos durante la pausa del mediodía en la cantina, pero la comida que sirven es tan diferente de aquella a la que estamos acostumbrados que casi no comemos. En mi caso, durante al menos un año, me limité a tomar café con leche y pan para la comida.
En la fábrica, toda la gente es agradable con nosotros. Nos sonríen, nos hablan, pero no entendemos nada.
Aquí es donde empieza el desierto. Desierto social, desierto cultural. A la exaltación de los días de la revolución y de la huida le siguen el silencio, el vacío, la nostalgia de los días en los que teníamos la impresión de participar en algo importante, histórico quizá: el mal del país, la falta de la familia y de los amigos.


En primer lugar, hay que escribir, naturalmente. Luego, hay que seguir escribiendo. Incluso cuando no le interese a nadie, incluso cuando tenemos la impresión de que nunca interesará a nadie. Incluso cuando los manuscritos se acumulan en los cajones y los olvidamos para escribir otros.
Al llegar a Suiza mis esperanzas de convertirme en escritora eran casi nulas. Es verdad que publiqué algunos poemas en una revista literaria húngara, pero las posibilidades de publicar mi obra se quedaron allí. Y cuando, tras varios años de impaciencia, por fin conseguí acabar dos obras de teatro en francés, no sabía exactamente qué tenía que hacer, dónde enviarlas, a quién enviarlas.
Mi primera obra representada, titulada John et Joe, se presentó en una taberna, en el Café du Marché de Neuchâtel. Los viernes y los sábados, después de la cena, algunos actores aficionados organizaban allí «veladas de cabaret». Así comienza mi «carrera» de autora dramática. El éxito de esta obra, representada durante varios meses, me proporcionó en aquella época una gran felicidad y me animó a seguir escribiendo.

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