Libros de la ballena, 2019. 176 páginas.
La novela se articula en base a dos epistolarios. En el primero un poeta llegado a Cochabamba por asuntos de propiedad de una mina se ve enredado en la vida social de la alta burguesía, con sus intrigas amorosas. En el segundo asistimos a la sombra sobre el honor de una chica de esta sociedad.
No niego que esté bien escrita, y que posiblemente su olvido sea injusto, pero personalmente todas estas aventurillas amorosas de la alta sociedad no me interesan lo más mínimo. Una lectura que me ha dejado bastante frío.
Lo mejor el retrato de la injusticia de una sociedad en la que los hombres tienen todo permitido y las mujeres están presas de las convenciones y sujetas a maledicencias que pueden hundirlas sin remedio.
Se deja leer.
Las horas transcurrían y doña Nazaria iba y venía sin resultado satisfactorio. A las diez de la noche Modesto, encaprichado como un niño, sin escuchar mis ruegos ni los de su cuñada, montó a caballo y marchó, sin saberse adonde, prohibiendo a todos seguirle. Esto asustó sin duda a su mujer, que volvió a casa esa misma noche. Muy atenta y cariñosa conmigo, al otro día almorzó con nosotros; había adoptado el aire de víctima resignada, pero no podía disimular el sustazo que tenía dentro.
Recuerdo que Daudet fue acusado de ingratitud y abuso de confianza. Se dijo que había reproducido en El nabab escenas más o menos íntimas, presenciadas en casa de un magnate que en otro tiempo le brindó hospitalidad; sin que esto sea parangonarme con el insigne novelista, te invito a reconocer que mi caso no es el suyo: el desmedro de mi patrimonio, debido a las maquinaciones de mi beatísimo hermano, hoy, que se trata nuevamente de deslindar mis intereses de los suyos, siendo tú quien debe defenderme en un asunto de gran cuantía, me da el derecho de presentártelo moralmente con todos sus pelos y señales, y no está de más que la vera efigie suya vaya en grupo con la de su dignísima esposa. ¿Recuerdas que ya en Sucre, cuando sus sucias intrigas con motivo del testamento de mi padre, sospechamos, sin conocerla, la influencia de una esposa dominadora y ambiciosa?
No pasó aquel tercer día sin que las velas encendidas a san José y los buenos oficios de doña Nazaria dieran su resultado: Miguel, su tía y yo, siempre en expectativa, pudimos por fin celebrar el fausto acontecimiento. Ambos esposos habían consentido en una explicación en terreno neutral. La tía, inquieta aún, temía un fracaso por ser am-
bos muy exaltados; acababa de decirlo cuando, ¡oh, sorpresa!, al través de la vidriera del comedor divisamos a mi hermano y su mujer que, bajo el cielo de una mañana serena, avanzaban por el lindero de un alfalfar, solitarios y juntitos como dos pichones.
—¡Si soy muy tonta! —exclamó la tía sonriendo—. Si ya debía preverlo: cien veces ha sucedido lo mismo y no aprendo a tener calma.
Disipada la tempestad conyugal, hallé por fin ocasión de explorar a Modesto en lo relativo a nuestro asunto. Antes de ayer hablé de minas como por casualidad, y él, tomando la palabra con la gran suficiencia que le caracteriza, dijo que la manía minera era una locura como cualquier otra; que nuestro padre había sido toda su vida víctima de ella, pero que él, a Dios gracias, se había librado del contagio, por su gran sentido práctico. En estas y otras conversaciones, he adquirido la certidumbre de que nuestros temores son infundados. Si su nombre figuró en la lista de asociados de la empresa que nos ocupa, fue porque mi padre quiso darle participación en ella; si la conoció, no la recuerda y está lejos de sospechar que un sindicato chileno trata de resucitarla. Sin despertar sus sospechas, ni las de nadie, busqué también un medio de averiguar el paradero de don Pedro Claros, que por fortuna vive en Tarata, a dos leguas de aquí. El mismo día que lo supe me encaminé en su busca; sordo y decrépito hasta un grado lastimoso, conserva sin embargo algún recuerdo del asunto, pero desconfiando de su memoria me remitió en todo a su hijo, que es notario y reside en Cochabamba.
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