Nórdica, 2014. 240 páginas.
Tit. or. Miracle Mongers and their methods. Trad. Alicia Frieyro
Harry Houdini es uno de los magos más famosos de todos los tiempos. Fue, además, azote de mediums y personas con supuestos poderes. Armado con su talento como ilusionista desenmascaraba los trucos que estos tipejos utilizaban para sorprender a los incautos.
Pensaba que sería un libro en esta línea, desmitificador, pero es más bien un estudio histórico de personas famosas en diferentes aspectos de los trucos de feria. Tragafuegos, comedores de piedra, faquires diversos… todos son analizados por el ojo experto de Houdini.
Al final se explican algunos de los trucos utilizados por si queremos animarnos a probar suerte. Ojo, que si bien hay artimañas otras son simplemente entrenamiento y esfuerzo. Y no creo que resulte muy sano. Se incluye un cómic sobre Houdini de Iban Barrenetxea que destaca más por el estilo de la ilustración que por la historia.
Se deja leer.
Norton podía tragarse cierto número de ranas medianas y regurgitarlas vivas. Recuerdo el estado de ansiedad en que me lo encontré en una ocasión cuando regresaba a su camerino; al parecer había perdido una rana —o por lo menos no podía dar cuenta de la totalidad del rebaño— y parecía muy asustado, es probable que debido a la incertidumbre de si tendría o no que digerir una rana viva.
La Oktoberfest de Múnich es la fiesta anual más popular de la ciudad, y vaya si no es un fabuloso espectáculo. He estado en dos ocasiones; una vez como cabeza de cartel con el Circo Carre, en 1901, y de nuevo en 1913, con el Circo Corty Althoff. Los circos del Continente, al contrario de lo que ocurre en este país, no se hospedan en carpas, sino que ocupan edificios de madera. En estas Oktoberfest vi actuar a varios traga-ranas, y me parecieron de lo más repulsivo. De hecho, Norton ha sido el único en toda mi vida al que he visto presentar este número de manera decorosa.
Willie Hammerstein contrató en una ocasión a Norton para que actuase en el Victoria Theatre, en Nueva York, pero la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales censuró el número; de modo que regresó a Europa sin exhibir su arte (¿?) en Estados Unidos.
Durante mis comienzos en los pequeños teatros de Estados Unidos, antes de la apertura de los teatros B. F. Keith y E. F. Albee, me crucé ocasionalmente con un marinero que se hacía llamar El Inglés Jack y que era capaz de tragarse ranas vivas y regurgitarlas de nuevo con aparente facilidad.
También fui testigo del repugnante numerito de ese degenerado, Bosco, que comía serpientes vivas, y cuya actuación dio lugar al célebre reclamo de los voceadores «¡SE LAS COME VIVAS!». Si el lector desea una descripción más detallada de la obra de esta criatura, habrá de buscarla en mi libro El desenmascaramiento de Robert Houdin, ya que me siento incapaz de repetir aquí los nauseabundos detalles.
Durante un compromiso en Bolton, Inglaterra, conocí a Billington, el verdugo oficial, el cual estaba convencido de que yo no podría escapar del artilugio que empleaba para retener a los que estaba a punto de ejecutar.
Para su gran asombro, conseguí liberarme, pero él dijo que el tiempo que empleé era más que suficiente para accionar la trampilla y enviar un alma condenada a la eternidad. Billington me contó que a fin de hacerse a las exigencias de su oficio se había curtido matando ratas con los dientes.
Cuando me hallaba actuando en el Wintergarten de Berlín, el capitán Veitro, un artista al que conocía desde hacía años en Estados Unidos, donde trabajaba en espectáculos y ferias de variedades, visitó Berlín y causó bastante sensación ingiriendo venenos. Actuó sólo un puñado de veces, no obstante, dado que su número no atrajo lo bastante al público, es presumible que porque después de cada actuación se sometía a un lavado de estómago para demostrar que éste, en efecto, contenía el veneno. Esto tal vez fuera instructivo, pero poseía muy poco atractivo como entretenimiento, y después de aquello no volví a oír hablar del aventurado capitán salvo en contadísimas ocasiones.
Hace años vi a un come-venenos de color en el Worth’s Museum de la ciudad de Nueva York que me contó que eludía los efectos nocivos de aquellas sustancias mediante la ingesta de una gran cantidad de papilla de avena.
Otro artista de color cogía una botella corriente y, tras hacerla añicos, mordía los trozos, los trituraba con los dientes y, finalmente, se los tragaba. Tengo todas las razones para creer que su actuación era genuina.
La ingesta de cerveza de Norton era una versión más refinada de los llamados escupeaguas de generaciones anteriores, los cuales ejecutaban la regurgitación a la vista del público y cuya actuación a buen seguro repugnaría al espectador moderno. Cierto es que en tiempos del dime museum[5]había un negro escupeaguas que actuaba en estas ferias; pero su número no conquistó la aceptación del público y hace ya años que no tengo noticia de la existencia de números de este género.
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