Editorial Ariel, 2010. 332 páginas.
Tit. or. The $12 million stuffed shark. Trad. Blanca Ribera.
Que el mercado del arte está loco es algo evidente. No hace mucho fue noticia la venta por 120.000 dólares un plátano pegado con cinta aislante a la pared. Y no será la última. ¿Qué está pasando? ¿De dónde vienen estos precios por obras que, en el mejor de los casos, son cuestionables? Eso es lo que intenta explicar este libro, centrado en el circuito de artista-galería-casa de subastas-ricos.
Al principio del libro se resume muy bien todo:
«¿Qué se considera arte contemporáneo de valor?» es determinada en primer lugar por los principales marchantes, después por las casas de subasta de marca, un poco por los conservadores de museos que albergan exposiciones especiales, muy poco por los críticos de arte y prácticamente nada por los compradores. Los elevados precios son creados por los marchantes de marca que promocionan a artistas determinados, por unos pocos artistas que logran promocionarse a sí mismos y por el marketing brillante desplegado por las casas de subastas de marca.
Un entramado en el que lo menos importante es la calidad de la obra. Lo único necesario es tener un marchante capaz de vender un producto- Si éste es original y rompedor mejor, porque lo nuevo malo es más fácil de vender que lo normal bueno.
Johns se sentía intimidado ante la capacidad de Castelli para vender obras de arte. En 1960 Willem de Kooning afirmó refiriéndose a Castelli: «Que hijo de perra, le das dos latas de cerveza y te las vende». Johns rió a carcajadas y creó una escultura con dos latas vacías de Ballantine Ale. Castelli vendió esta obra de inmediato a los coleccionistas Robert y Ethel Scull. Las latas se encuentran actualmente en un museo alemán.
Las casas de subasta entran en el juego, ya que les interesa que los precios sean lo más altos posibles. Por último los que compran las obras las ven como una inversión y no quieren que su valor disminuya. Aunque cuidado, acertar con un artista que se vaya a revalorizar no es asunto fácil.
El libro en sí me ha parecido algo flojillo, se limita a dar datos que no están mal pero se echa de menos un poco de análisis de los mismos. Luego abunda en expresiones que me han resultado muy raras, no sé si por la traducción o en origen. Llevo una racha de tres libros dedicados a este mundillo y la información que me han proporcionado deja bastante que desear.
Se deja leer.
Más de la mitad de la totalidad de los lotes fallidos de una subasta se venden más tarde a través de una venta privada negociada, una especie de subasta silenciosa después de la subasta pública. Si la mejor puja «silenciosa» es superior al precio de reserva se acepta; si no, el consignatario decide. Esto da al comprador individual las mismas opciones que a los marchantes, y a los museos una oportunidad para obtener la aprobación de los miembros del consejo de administración y los fondos necesarios.
El conocimiento del proceso posterior a la subasta anima a los marchantes y a los compradores individuales a apostar para que un artículo que les interesa no alcance su precio de reserva. Mantienen sus paletas de puja bajadas al menos hasta que se alcanza el precio de reserva, con la esperanza de obtener el lote al precio más bajo. Los marchantes prefieren el proceso posterior a la subasta; el precio negociado es privado, así que el cliente o el futuro comprador nunca sabe cuánto ha pagado el marchante por la obra.
Los instintos competitivos continúan vivos y la venta posterior a la subasta a veces reporta un precio mayor que el de la puja en la subasta. En mayo de 2003, One Bollar Bills (1962) de Andy War-hol tenía un precio estimado de 400-600.000 dólares y un precio de reserva de 320.000 dólares. Cuando las pujas en la sala cesaron a 280.000 dólares, fue retirado. Después de la subasta se presentaron once pujas y fue vendido por 400.000 dólares.
¿Hacia dónde se dirigen el mercado del arte contemporáneo y sus precios desenfrenados?
Resulta que la primera pregunta tiene una respuesta sencilla, pero la segunda es más compleja. La respuesta a la tercera cuestión sigue abierta, aunque todas las tendencias son desfavorables a los marchantes.
En primer lugar, ¿cómo obtiene un artista de moda esta distinción? Un artista solicitado ha pasado ya por diversos guardianes. El artista ha sido aceptado y ha expuesto con un marchante establecido, y normalmente ha cambiado su representación a un marchante superestrella. La obra del artista ha sido comercializada de forma inteligente, colocada en colecciones y con museos de arte de marca. La obra ha aparecido en subastas nocturnas de Christie’s o Sotheby’s. Lo que define a un artista de moda es este proceso, y no el juicio estético y un cierto reconocimiento de la crítica. Damien Hirst obtuvo su distinción de forma bastante diferente: primero la obra impactante, el tiburón, y luego el coleccionista de marca, Charles Saatchi. Después vinieron los marchantes de marca, White Cube y Gagosian, seguidamente la exposición en un museo con Saatchi, y por fin las subastas nocturnas.
¿Cómo supera a todos los guardianes un artista que no sea Damien Hirst? La mayor parte de las veces con obras que sean de gran creatividad, innovación o valor de impacto, en lugar de las tradicionales habilidades del dibujo o el uso de los colores. El primer tiburón disecado atrajo más atención y mucho más dinero que el enésimo cuadro de un paisaje a todo color. El molde de la cabeza de Marc Quinn realizado con su propia sangre congelada, o el retrato de Marcus Harvey de la asesina de niños Myra Hindley elaborado con pequeñas imágenes de las manos infantiles, atrajo una publicidad mucho mayor que el arte más convencional.
¿Cómo llega al valer una obra 12 millones, o 140 millones de dólares? Esto guarda mucha más relación con el hecho de que el mercado del arte contemporáneo se ha convertido en un juego de apuestas fuertes, alimentado por grandes cantidades de dinero y ego. Con frecuencia, el valor del arte tiene más que ver con la marca del artista, el marchante o la casa de subastas y con el ego del coleccionista que con el arte. El valor de una obra de arte comparada con otra no está en modo alguno relacionada con el tiempo o la habilidad necesarios para producirla, incluso aunque todos los demás consideren que es una gran obra de arte. El mercado está dirigido por las subastas de alto standing y las ferias de arte que se convierten en eventos por derecho propio, entretenimiento y exhibición pública para los más opulentos.
La escasez percibida también conlleva precios inflados. No tiene que ser una escasez real; puede producirse cuando el marchante primario de un artista retiene su obra y anuncia la existencia de una cola de compradores refinados. No es que alguien crea que la obra del artista no volverá a estar disponible; es una combinación del temor a que los precios suban y del planteamiento del joven coleccionista rico que «paga por tenerlo ya».
El valor del arte contemporáneo también refleja la realidad de que la historia del arte puede ser reescrita por un comprador que blande una cartera repleta. Si un comprador paga 140 millones de dólares por un Jackson Pollock, la obra es por definición una obra maestra y el lugar del artista es la pared de todos los coleccionistas que pretendan tener un estatus. El siguiente Jackson Pollock en importancia es más deseable si su precio son 141 millones de dólares en lugar de 125 millones, porque el nuevo museo o propietario privado también adquiere el derecho a alardear.
Los precios del arte son propulsados por lo que en economía se denomina el «efecto trinquete». Un trinquete sólo gira en una dirección y después se queda anclado en un punto. Un trinquete de precios significa que los precios difícilmente bajarán, pero que tienen libertad para ir hacia arriba. El concepto de trinquete es fácil de comprender cuando se aplica a los mercados de trabajo —pensemos en lo que ocurriría si la junta directiva de todos los museos de arte exigiera que el nivel salarial de su presidente estuviera en la franja superior de su grupo de homólogos—. En arte, el efecto trinquete tiene lugar cuando dos coleccionistas superan con sus pujas el precio de subasta de un óleo de Matthias Weischer hasta diez veces por encima del precio de catálogo de la galería y esto se convierte en un nuevo precio de referencia por debajo del cual ningún coleccionista quiere vender.
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