Alex Stone. Engañar a Houdini.

mayo 16, 2018

Alex Stone, Engañar a Houdini
Penguin Random House, 2014. 298 páginas.
Tit. Or. Fooling Houdini. Trad. María Serrano Giménez.

El protagonista de esta historia es un aprendiz de mago que comienza mal su andadura: en las olimpiadas de magia le sale todo mal y le encienden la luz roja que indica que la cosa ha ido muy mal. A partir de ahí en vez de desanimarse empieza una andadura para conseguir ser un mago de verdad.

Empieza un recorrido por las principales escuelas de magia, nos ilustra acerca de diferentes asociaciones, estilos y nos cruzamos con una serie de curiosos personajes que son referentes en el negociado.

Finalmente, tras un periplo arduo y mucha práctica el autor consigue volver a tener confianza en sí mismo, obtener el prestigio, esto es, un truco que otros magos no sepan como se realiza y volver a las olimpiadas de magia donde se pueden imaginar el final.

A medio camino entre el reportaje periodístico y la crónica personal nos muestra el mundo de la magia desde un punto de vista muy entretenido.

Otra reseña: Engañas a Houdini


El principal de estos estilos académicos de la magia se imparte en la escuela de Madrid, liderada por Juan Tamariz. Galardonado con la medalla de oro en las Olimpiadas de la Magia de París de 1973, Tamariz está considerado mayoritariamente como el mejor especialista vivo en magia de cerca.1 En las competiciones internacionales, la sombra de la escuela de Madrid, de la que han salido dos generaciones de campeones olímpicos, se alza amenazadora. Jóvenes magos de todo el mundo acuden a España en bandada para estudiar bajo la tutoría de Tamariz y, al regresar a sus lugares de origen, a menudo fundan sus propias escuelas satelitales. El influyente clan alemán «The Flicking Fingers» y la academia argentina del maestro manco Rene Lavand son dos de estas filiales.

Dicho lo cual, yo no te recomendaría que apostaras contra ella, porque las mismas leyes de probabilidad rigen también en los casinos. Por esta razón, cuando de una mesa de blackjack empieza a salir más dinero que de las demás, todas las pruebas indican que hay trampas de por medio. Los crupiers tramposos lo saben y para evitar sospechas ingresan tanto dinero como dejan salir. En el universo de los casinos, la suerte funciona según un principio de conservación. Cuando un crupier dudoso entrega un poco de buena suerte por aquí, repartiendo buenas cartas a su compinche, tiene que recortarla por otro lado, dándoselas malas a otro de los jugadores. Si un jugador tramposo se hace con una buena ganancia gracias a la generosidad del crupier, puedes estar seguro de que las cartas tratarán con crueldad al incauto hombre de negocios que vaya a sentarse en la misma mesa unos instantes más tarde. Como la bolsa, es un juego de suma cero, y alguien tiene que pagar la cuenta.

de nuestra tendencia a emitir juicios basados en lo que nos viene primero a la cabeza, algo que los psicólogos llaman «heurística de la disponibilidad». Cuando las fuerzas de la ley empezaron a poner fotografías de niños desaparecidos en los cartones de leche, por ejemplo, la percepción de la incidencia social del secuestro de menores, según midieron las encuestas nacionales, se disparó. Hasta hoy los padres temen más la posibilidad de sufrir un secuestro que un accidente de automóvil, aunque es cien veces más probable que un niño muera en un accidente de coche que a manos de un secuestrador. Las personas también tienden a sobrestimar el riesgo de los ataques de tiburón o de ser alcanzadas por un rayo simplemente porque las muertes violentas producen titulares impactantes y memorables. De modo similar, sobrestimamos nuestro poder de observación porque tendemos a no recordar aquellos momentos en que no nos hemos dado cuenta de algo.
En el caso de la magia, cuando la gente no consigue detectar el secreto de un truco tiende a culpar a su visión, invocando el antiguo dicho «la mano es más rápida que el ojo». En realidad, el ojo humano es un instrumento deslumbrantemente eficaz capaz de detectar emisiones de luz tan breves como de diez milisegundos de duración (esto es 1/100 de segundo, el intervalo más breve de un cronómetro digital). Solamente cinco protones —o cuantos de luz— ya son suficientes para desatar una respuesta visual consciente. Los magos han sabido siempre que no tienen ninguna posibilidad de superar a los ojos del público. «Suponer que la rapidez de la mano engaña al ojo es un error común —observó el superlativo ilusionista inglés de principios del siglo xx, David Devant—. No puedes mover la mano tan rápido que su paso no pueda ser seguido por cualquiera que te esté viendo.» La mano, en otras palabras, es decididamente más lenta que el ojo.

Los mentalistas hablan frecuentemente del 15 por ciento. Un mago debe ejecutar cada uno de los trucos a la perfección; un mentalista, no. El mentalismo solo tiene que acertar en el 85 por ciento. De otro modo, al ser demasiado bueno, parece un truco. «El error es un elemento muy necesario en el mentalismo —señala Eugene Burger en su libro Audience Involvement, escrito en 1983—. Sin error, se ve que uno está obvia y simplemente haciendo trucos de magia.»

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