Nórdica, 2010. 318 páginas.
Tit. or. At swim-two-birds. Trad. José Manuel Álvarez Flórez.
El libro venía bien recomendado. Todos hablaban bien de él. Ha superado toda expectativa, siendo todavía mejor que lo esperado. Empiezo por el argumento, que fusilo sin misericordia de aquí: En Nadar-dos-pájaros, Flann O’Brien, porque yo no voy a saber hacerlo mejor:
A grandes rasgos, el argumento de la obra (si puede hablarse de argumento) es el siguiente: el estudiante de Dublín aprovecha sus ratos de ocio para escribir un libro, en el que otro excéntrico escritor, Dermot Trellis, que lleva veinte años tendido en su cama, decide escribir una novela moral sobre las consecuencias del vicio. Con este fin crea a una serie de personajes, entre ellos los tres ya mencionados, que obliga a vivir con él en un hotel de su propiedad, El Cisne Rojo. Estos personajes, sin embargo, no se contentan con los papeles que Trellis les ha otorgado, de modo que se rebelan contra él y lo mantienen dormido a base drogas con el fin de poder hacer sus propias vidas, volviendo solo puntualmente al hotel, para así mantener el engaño, en los cortos periodos en que Trellis recobra la conciencia. Estas mismas criaturas, al mismo tiempo, cuentan sus propias historias y escriben sus propias novelas, que incluyen nuevos caracteres y a veces incluso a su propio autor, Dermot Trellis. De ese modo, la novela se divide en tres planos narrativos: en primer lugar, el plano del estudiante de Dublín, cotidiano y costumbrista; en segundo lugar, el mundo de Trellis y de la novela proyectada; en tercer lugar, el plano de los personajes emancipados que sabotean los designios de su creador. Para complicar todavía más las cosas, sin embargo, los personajes no se contentan con permanecer en un lugar fijo, sino que van saltando sin escrúpulo alguno de un plano narrativo a otro, difuminando cada vez más las barreras que separan realidad y ficción en un maravilloso y magistral juego de los espejos en el que acaba siendo dudoso qué es verdad y qué no.
Es fácil emparentarlo con el Tristram, por su espíritu festivo y gamberro. Y con el Ulises de Joyce, por su experimentación formal y estilística. Pero es más divertido que aquel porque su humor es más cercano a nosotros, y es más legible que éste, porque no estira tanto la cuerda del lenguaje.
El resultado es un libro original, potente, fresco y gracioso. Una verdadera obra maestra que si se publicara mañana seguiría llamando la atención; a pesar de tener ya sus años es increíblemente moderno. Eso sí, como buen adelantado a su época tuvo sus problemas:
O’Brien no tuvo suerte al principio con su libro. Unos meses después de que saliese al mercado (el 13 de marzo de 1939) estalló la Segunda Guerra Mundial. Solo se habían vendido 240 ejemplares y las bombas alemanas destruyeron el almacén de Longman en Londres con los restantes. El propio O’Brien dio más tarde una explicación humorística de este suceso: «En el año 1939 apareció un libro con el extraño título de En Nadar-dos-pájaros. A Adolf Hitler le ofendió muchísimo y le dio tanta rabia que inició la Segunda Guerra Mundial para torpedearlo. Por una amarga ironía que no deja de tener su encanto, el libro sobrevivió a la guerra mientras que Hitler no».
Es cierto que sobrevivió, pero a duras penas. En los años cuarenta y cincuenta quedaban tan pocos ejemplares del libro en las bibliotecas públicas de Dublín que había que apuntarse a una lista de espera para poder leerlo. O’Brien tuvo que esperar hasta 1960, cuando En Nadar-dos-pájaros volvió a editarse, para que se reconociera plenamente su talento.
La primera traducción es de 1989, que también pasó inadvertida. A ver si ahora tiene más suerte, porque el libro lo merece. Más reseñas aquí: En Nadar-Dos pájaros, Flann O´Brien y aquí: En Nadar-dos-pájaros – Flann O’Brien.
Calificación: Extraordinario.
Extractos:
Naturaleza de la explicación ofrecida: Se expuso que si bien la novela y el teatro son ambos gratos ejercicios literarios, la novela es inferior al teatro por razón de que carece de los accidentes exteriores de ilusión, induciendo a menudo al lector a dejarse engañar de un modo vil y a experimentar una preocupación real por la suerte de personajes ilusorios. La obra de teatro la consumen de un modo saludable grandes masas en lugares de esparcimiento público; la novela se autoadministra en privado. La novela, en manos de un escritor de pocos escrúpulos, podía ser despótica. Se explicó, respondiendo a una pregunta, que una novela satisfactoria habría de ser una impostura evidente en sí, respecto a la cual pudiese regular a su gusto el lector su grado de credulidad. Era antidemocrático forzar a los personajes a ser uniformemente buenos o malos o pobres o ricos. Debería otorgárseles a todos una vida privada, autodeterminación y un nivel de ingresos decente. Esto fomentaría el pundonor, la satisfacción y un mejor servicio. Sería incorrecto decir que llevaría al caos. Los personajes deberían poder intercambiarse de libro a libro. Todo el caudal de la literatura existente debería considerarse un limbo del que escritores perspicaces pudiesen sacar sus personajes de acuerdo con sus necesidades, creando solo cuando no lograsen hallar un títere adecuado ya existente. La novela moderna debería ser predominantemente obra de referencia. La mayoría de los autores malgastan su tiempo diciendo lo que ya se ha dicho… normalmente mucho mejor, además. Si se facilitasen referencias abundantes de las obras que existen el lector podría conocer inmediatamente el carácter de cada personaje, se evitarían explicaciones fatigosas y se impediría eficazmente que charlatanes, escaladores y gentes de educación inferior pudiesen entender la literatura contemporánea. Conclusión de la explicación.
Las narices, dijo Brinsley.
Pero yo, sacando un documento claramente escrito a máquina de debajo del libro que tenía al lado, le expliqué mis intenciones literarias con considerable detalle, ora leyendo, ora disertando, oratio recta, oratio oblicua.
La verdad es, dijo el Hado Bueno, que no entiendo ni una palabra de lo que usted ha dicho y no sé de qué me está hablando. ¿Sabe cuántas oraciones subordinadas ha utilizado usted, caballero, en el último párrafo?
No, no lo sé, contestó el Puca.
Quince oraciones subordinadas en total, dijo el Hado Bueno, y la materia de cada una de ellas contenía por sí sola elementos más que suficientes para todo un coloquio. No hay cosa peor que reducir una buena charla que debería durar seis horas, a nada más que una. Dígame, caballero, ¿ha estudiado usted alguna vez a Bach?
¿Desde dónde lo dijo?, inquirió el Puca.
Estaba sentado debajo de la cama, contestó el Hado Bueno, en el asa de la bacinilla.
La característica de fuga y contrapunto de la obra de Bach, dijo el Puca, es un goce. La fuga ortodoxa tiene cuatro cifras, y ese número es ya admirable de por sí. Tenga mucho cuidado con esa bacinilla. Es un regalo de mi abuela.
Contrapunto es un número impar, dijo el Hado Bueno, y es arte grande el que a partir de cuatro Futilidades puede alcanzar una quinta Excelencia.
No concuerdo con eso, dijo el Puca con mucha cortesía. Hay además algo de lo que no me ha informado usted. La naturaleza de su sexo. Lo de si es usted un ángel-hombre o no, supongo yo que es algo que considera usted asunto personal del que no tiene por qué hablar con un desconocido.
Me parece, caballero, dijo el Hado Bueno, que pretende usted enredarme de nuevo en un coloquio multio-racional. Si no ceja usted en ese empeño le entraré por la oreja y no le gustará pero nada de nada, se lo garantizo. Mi sexo es un secreto que no se puede revelar.
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