Martínez Roca, 1978. 172 páginas.
Tit. or. The dark year lights. Trad. Francisco Cazorla.
El primer encuentro de los humanos con una cultura extraterrestre es un poco confuso, puesto que en su civilización acostumbran a revolcarse en sus propios excrementos, y los toman por animales sin inteligencia. Que los aliens tengan también una pachorra considerable no ayuda a aclarar la situación.
Novelón en el que lo de menos son esos extraterrestres tan originales y simpáticos. El centro de la trama son los politiqueos y tejemanejes que provocan la presencia de los extraterrestres y cómo las pocas voces lógicas son ignoradas dentro de unos mecanismos burocráticos inapelables. Frente a otras obras del mismo tema donde la épica es lo que destaca, aquí tenemos una historia perfectamente creíble que se adelanta mucho al desencanto y cinismo de autores posteriores.
Muy bueno.
El primer encuentro entre el utod y el hombre ocurrió diez años después del nacimiento de Snok Snok. Como éste había dicho, aquel encuentro tuvo lugar en el planeta que su raza denominaba Grudgrodd. Si se hubiera producido en un planeta distinto, si hubieran estado implicados otros protagonistas, el resultado final de aquel hecho habría sido muy distinto. Si alguien… Pero de poco vale embarcarse en conceptos condicionales. En la historia no había «síes», solamente se hallan en la mente de los observadores que la revisan, y por lo que sabemos, nadie ha demostrado que la casualidad sea algo distinto a una ilusión estadística inventada por el hombre. Sólo podemos decir que lo sucedido entre el hombre y el utod se produjo en tal o cual forma.
Esta narración se ocupará de aquellos acontecimientos con el menor número de comentarios posible, y el lector deberá recordar que lo que Quequo dijo es aplicable tanto al hombre como a los seres extraños: las verdades llegan en formas tan diversas como las mentiras.
Grudgrodd pareció bastante tolerable a los primeros utods que lo inspeccionaron.
Una nave utodia del reino de las estrellas se había posado sobre el planeta en un amplio valle inhóspito, rocoso y frío, y cubierto de cardos salvajes que llegaban hasta la altura de la rodilla en la mayor parte de su extensión. Sin embargo, su apariencia recordaba la de algunos remotos lugares que podían hallarse en el hemisferio septentrional de Dapdrof. Salió un par de grorgs por la escotilla. Regresaron hora y media después, intactos y respirando pesadamente. Existían diferencias, pero el lugar resultaba habitable.
Practicaron en el suelo el ceremonial de la inmundicia con la intención de persuadir al sagrado cosmopolitano a que excretara fuera de la escotilla, en un universal gesto de fertilidad.
—Creo que es una equivocación —dijo.
La palabra utodia correspondiente a «una equivocación» era Grudgrodd (transcripción de un gruñido átono, todo lo aproximada que permite la escritura terrestre), y de allí en adelante el planeta fue conocido como Grudgrodd.
Todavía resuelto a protestar, el cosmopolitano salió seguido por sus tres politanos y el planeta fue proclamado como una dependencia de los Soles Triples.
Cuatro acólitos se dispusieron a limpiar laboriosamente de cardos salvajes un círculo de terreno junto a la orilla del río. Trabajaron rápidamente con sus seis miembros extendidos; dos de ellos extraían tierra fuera del círculo y después dejaban que el agua entrara por un lado mientras los otros dos convertían el barro resultante en un rico légamo.
El cosmopolitano permaneció al borde del creciente cráter, observando el trabajo abstraídamente con sus ojos traseros, y discutió con tanta fuerza como solía hacerlo un utod, sobre los aciertos y los errores de tomar contacto con un planeta que no pertenecía a los Soles Triples. Los tres politanos, a su vez, le respondieron con toda la fuerza de que fueron capaces.
—La Sensación Sagrada está completamente clara —dijo el cosmopolitano—. Como hijos de los Soles Triples, nuestras defecaciones no tienen que tocar los planetas que no alumbren esos soles; existen límites para todas las cosas, incluso para la fertilidad. —Y extendió un miembro hacia arriba, donde un gran globo malva del tamaño de una fruta ammp observaba fríamente la ceremonia sobre un banco de nubes—. ¿Justifica eso a un sol como Azafrán Sonriente? ¿Lo tomáis por Blanca Bienvenida? ¿Acaso podéis confundirlo con Ceñudo Amarillo? No, no, amigos míos, esa claridad purpúrea es un extraño, y desperdiciamos nuestra sustancia en ella.
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