Noventa crónicas de pequeños fragmentos de Barcelona que pasan desapercibidos pero que tienen una gran historia detrás. Carteles de antiguas farmacias reales que sobreviven en esquinas, anuncios de fábricas de naipes que ya no existen, prohibiciones de ensuciarse en la calle bajo multas en pesetas y mil detalles más.
Hay historias truculentas, como las que trufan la calle de Estruch, donde menudearon los crímenes y misteriosas, como la de la monja que aconsejaba a Franco y que era capaz de estar en dos sitios al mismo tiempo. Hay nostalgia de locales que ya no están, pero también crónica de algunos que se mantienen frente a viento y marea.
Todo ello narrado con gran soltura y muy bien documentado, porque no estamos ante la típica recopilación de datos curiosos, estamos hablando de alguien que ama las calles, las recorre, entrevista a los vecinos y nos da información de primera mano. Theros conoce Barcelona como nadie y nos la muestra en este libro.
Muy bueno.
Calle de Estruch
Hace un par de semanas, dando un paseo, iba a cruzar por la calle de Estruc hacia la plaza de Catalunya, cuando me topé de frente con unas personas que en pleno atardecer escuchaban muy serias a un chico joven y de voz agradable que les narraba los misterios del lugar. En un descuido, me añadí al grupo. Sí, efectivamente, las placas con el número de cada inmueble contienen elementos masónicos y en el número 14 hay esgrafiados de dragones y esqueletos. Su mismo nombre ya es todo un enigma. Según el nomenclátor, Astruc Secanera era un rico astrólogo judío que vivió aquí en el siglo xv y al que el parapsicólogo televisivo Ricard Bru dedicó dos grandes murales cerámicos, situados en los extremos de la vía, en cuyos puntos cardinales pueden leerse las palabras cabalísticas Tetragrámmaton, Emmanuel, Jehová y Jelah. Otro vecino famoso fue Granollacs, un astrólogo del siglo xvi a quien se denominaba Astruc, que en catalán significa ‘mago’. Sin embargo, astruc también es sinónimo de afortunado (malastruc equivaldría a desgraciado). Asimismo, astruc también es una hierba común entre herboristas y curanderas, conocida como matapoll o adelfilla, por no hablar del conde vampiro del mismo nombre, surgido de la imaginación de Joan Perucho.
Nombres aparte, la estrella del lugar es un antiguo remedio, cuyo recuerdo perpetúa otra placa en el número 22, donde puede leerse que allí se vendía la pedra escurçonera. Esta preciada panacea de la medicina tradicional era un hueso de la cabeza de las víboras, capaz de curar por simple contacto las picaduras de serpiente y las mordeduras de animales rabiosos. Curiosamente, el primero en estudiar científicamente dicho antídoto fue un médico de Olot llamado —¡cómo no!— Pau Estruch, a mediados del siglo xix. Cuenta Joan Amades que tanta fama llegó a alcanzar la calle con tan extraño objeto que un payés de la zona aceptaba apuestas para dejarse morder por una víbora y curarse con la piedra. Con tal cúmulo de líneas melódicas, no hay guía sobrenatural de Barcelona que no hable de este callejón, antaño sin salida, que nació entre la muralla y la calle Comtal.
Sin embargo, para nuestros abuelos esta callecita era más conocida por sus tremebundos crímenes de folletín que por sortilegios o encantamientos. Así, en 1877 la ciudad se estremecía con Ramon Cros, que había asesinado en la cama a un matrimonio de pequeños burgueses con el fin de robarles. En 1894, un emigrante aragonés rechazado en amores por una criada la esperó en unportal y la acuchilló en la nuca. La muchacha entró en una finca y comenzó a subir las escaleras, pero él le disparó dos tiros que la hirieron levemente antes de que un vecino le abriera la puerta. Con la chica a salvo, el asesino se clavó una navaja en el pecho. No obstante, el momento de máxima expectación llegó en 1909, cuando Barcelona contuvo el aliento ante un macabro hallazgo en él número 30 de esta calle. Lluís Pignillelu (alias el Cigarrito) había matado a los Altadir, sus caseros, y a su hija de cuatro meses, a los que cortó la cabeza con un hacha. Pignillelu siguió viviendo allí hasta que los vecinos avisaron a la policía del hedor nauseabundo que desprendía la casa. Poco antes de que llegasen los agentes, el asesino se suicidó de un hachazo en la cabeza.
Literatura de cordel, vecindario peculiar, farmacopea hermética, mucha imaginación y grandes dosis de rumorología. Quizá la próxima vez que pase por aquí el chico de la voz agradable, en vez de hablar de magos y astrólogos lo haga de asesinos perturbados y el mismo grupo, con la cara muy seria, asentirá con la cabeza. El misterio es lo que tiene.
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