Emecé editores, 2007. 178 páginas.
Tit. or. Yuki Guni. Trad. César Durán.
Lo leí junto con otros dos clásicos de la literatura japonesa que me prestó un amigo y ha sido el que más me ha gustado.
Tiene su entrada en la wikipedia: País de nieve donde se explica el argumento. Shimamura es un experto en ballet occidental aunque nunca ha visto uno. Viaja a una especia de balneario en la región más fría del país. Allí conoce a Komako, una joven aprendiz de Geisha con la que establecerá una relación amorosa.
Como un paisaje delicado en un ambiente invernal se suceden los sentimientos en esta novela de pasiones contenidas que nos impregnan de melancolía.
Para leer con calma en tardes lluviosas y frías. Más reseñas aquí: País de nieve, de Yasunari Kawabata y País de nieve, de Yasunari Kawabata.
Calificación: Muy bueno.
Extracto:
Y lo mismo pasó con la caligrafía. Al principio, antes de escribir en el diario ensayaba en papel de periódico, mientras que ahora escribo directamente sobre papel bueno, de rollo, sin darle la menor importancia.
—Y ese diario, ¿lo has llevado ininterrumpidamente? —Sí. Este año y aquel en que cumplí los dieciséis han sido los mejores. Tengo la costumbre de ponerme a escribir en el diario antes de acostarme, cuando vuelvo a casa, y a veces me quedo dormida escribiendo. Releyendo el diario es fácil adivinar los puntos en que me dormí… También dejo pasar días enteros sin anotar nada. Y eso no está bien. Ocurre que aquí, en la montaña, las salidas son siempre bastante parecidas. Y una no sabe qué decir. Pero este año, en cambio, me procuré un cuaderno con una página destinada a cada día, y cometí un error. Basta que me ponga a escribir para no poder detenerme.
Si al enterarse de que la muchacha llevaba un diario íntimo, Shimamura se había sentido sorprendido, mayor fue todavía su asombro al saber que en él anotaba regularmente sus lecturas desde que tenía quince o dieciséis años, y que ya había llenado así diez cuadernos.
—¿Y anotas también tu juicio crítico sobre ellas? —le preguntó.
—Oh, no, no sabría hacerlo… —contestó la joven—. Sólo apunto el nombre del autor, los personajes y sus relaciones entre sí.
—¿Y para qué tanto esfuerzo? ¿Qué provecho sacas de ello?
—Ninguno. Ninguno en absoluto.
—¿De modo que todo es trabajo perdido?
—Completamente perdido —confesó la muchacha ligeramente y sin que, al menos aparentemente, le doliera confesarlo.
No obstante, fijó en Shimamura una mirada grave.
¡Tanto esfuerzo para nada! Había en ello algo acerca de lo cual Shimamura, inconscientemente, hubiese deseado insistir un poco. Pero, al inclinarse hacia ella, le invadió una sensación de paz, una impresión profunda de relajamiento, como si hubiese cedido bajo la imperceptible voz de la nieve que caía. Y, en cierto modo, se daba perfecta cuenta de que el esfuerzo de la muchacha no había sido totalmente en vano: su constancia tenía una pureza especial que iluminaba toda la vida y la misma existencia de la joven.
Aunque ella le hablara de novelas, su conversación apenas tenía que ver con lo que generalmente se entiende por «literatura». Las únicas relaciones que la muchacha podía tener, en este aspecto, con la gente del país, se limitaban al intercambio de libros y de revistas femeninas; en cuanto a lo demás, debía cultivar ella sola su afición a la lectura, un tanto al azar y sin el menor discernimiento, sin selección alguna, sin la más mínima preocupación literaria, puesto que se abastecía principalmente de las revistas y los libros que los clientes del albergue se dejaban olvidados en sus habitaciones. Muchos de los nombres que citaba eran completamente desconocidos para Shimamura. Él la escuchaba, en cierta manera, como si la joven le hablara de una literatura a la vez extranjera y remota. Cierto que la muchacha se expresaba con animación, pero al mismo tiempo lo hacía como sumida en una viudez infranqueable, impresionante en su consentida soledad. Hablaba como un mendigo hundido en la más completa indiferencia; como un ser en cuyo fondo hubiera muerto todo deseo. Y Shimamura, mientras la escuchaba, empezó a pensar que también él era un poco como la muchacha, con sus ensueños sobre el ballet occidental. También él se alimentaba al azar de obras excéntricas, y se empeñaba en relacionar con palabras extranjeras y fotografías remotas las vagas imágenes y las especulaciones abstractas en que se mecía su mente.
Un comentario
mi novela favorita de kawabata! una maravilla para releer en los días de frío 🙂