Errata Naturae, 2010. 240 páginas.
Recopilación de artículos y entrevistas alrededor de la mítica serie The wire, alabadísima por la crítica aunque no tanto por los espectadores. Pero los que son fieles, son fidelísimos. A mí me gusta más Treme del mismo autor, e incluso The deuce, con esa capacidad de crear historias corales, personajes que están vivos -incluso los más secundarios- y la habilidad de escribir escenas que en dos minutos te han pintado todo un contexto. Hay mucho subtexto en las series de Simon y en un mundo en el que todas las cosas se explican con claridad cuarenta veces es refrescante tener que poner un poco de atención.
En esta edición hay una introducción del propio SImon, una entrevista que le hizo Nick Hornby, un par de artículos de Fresán y Carrión sobre la serie. También un extenso reportaje de Margaret Talbot que es, quizás, lo mejor del libro, porque es autoexplicativo, comenta diferentes aspectos de la serie y no se flipa nada.También un relato El confidente de Pelecanos, uno de los guionistas.
Si eres fan de la serie o de David Simon el libro te va a interesar. Y si no lo eres igual también y te arrastra a serlo.
Recomendable.
The Sun dio permiso para que utilizaran su cabecera en The Wire, pero a condición de que ninguno de sus empleados aparecieran en la serie. Las oficinas del periódico se han reproducido en un mastodóntico escenario a las afueras de la ciudad. Estas condiciones le convenían perfectamente a Simón (en 1995, había aceptado con amargura una oferta de compra de los directivos del periódico, consciente de que se estaba desperdiciando mucho talento con la nueva política). The Wire, suele decir Simón, es una serie que trata de cómo la sociedad estadounidense actual —y en particular el «capitalismo puro y duro, desenfrenado»—, devalúa a los seres humanos. También me dijo: «Aquí y en todos los rincones del planeta, los seres humanos valemos cada vez menos. Nos hallamos en la era posindustrial, y no tenemos las necesidades que muchos de nosotros tuvimos en otro tiempo. La primera temporada trató de cómo se devalúa a los polis que patrullan las calles y a los tipos que venden droga en las esquinas, la segunda trató de cómo se devalúa a los estibadores y su entorno laboral, la tercera trató acerca de las personas que quieren hacer cambios en la ciudad, y la cuarta de los chavales a los que se está preparando —pésimamente— para una economía que ya no los necesita realmente. ¿Y la quinta? Trata acerca de la gente que se supone que hace el seguimiento de todo lo anterior y que da la señal de alarma: los periodistas. La sala de prensa en la que yo trabajé albergaba a cuatrocientas cincuenta personas. Ahora alberga a trescientas. La dirección dice: «Tenemos que funcionar con menos”. Esa chorrada la suele decir la gente a la que sólo le interesa la cuenta de resultados. Pues no, señor: con menos siempre se hace menos».
Algunos diálogos de la quinta temporada están tomados literalmente de la sala de prensa del Sun. Simón me recordó también lo siguiente: «Había un periodista, Cari, que todos los días comía lo mismo para almorzar: requesón. Un día, alguien que pasaba por allí lo vio mirando su requesón, clavándole una cuchara y musitando: “Mierda, mierda, mierda”. Está ahí dentro».
A pesar del buen oído que tiene Simón para todo lo que acontece en la sala de prensa, sin duda tiene un oído aún mejor para todo lo que acontece en las esquinas y en las comisarías (durante trece años estuvo escribiendo a diario sobre el mundo de la delincuencia). Para enterarse bien, los espectadores de The Wire deben dominar varios estratos de argot, algo que suele llevar bastante tiempo pues los términos en cuestión nunca están del todo bien definidos, como se puede esperar de la gente —real— que los usa. Por ejemplo, tener «succión» es tener mano en el cuerpo de policía o en la corporación municipal; una «bola roja» es un caso de perfil alto con importantes consecuencias políticas; «aupar» es conseguir más droga para venderla cuando ya queda muy poca. Por su parte, las drogas tienen unos nombres propios tomados de los telediarios de estos últimos años: «pandemia», «a.e.m.» (armas de engaño masivo), «gases de efecto invernadero»… El «game» (juego, caza o negocio) es el narcotráfico, aunque en el transcurso de la serie aparece también como metáfora que designa el conjunto de redes que las instituciones políticas y económicas tienden a quienes se mueven por ellas. Y, memorable neologismo, al pene se le llama el «charles dickens» (dick es «polla» en inglés).
Dado que tanto Simón como Ed Burns, antiguo detective de homicidios de Baltimore y principal colaborador suyo en la redacción del guión —amén de ser una de sus principales fuentes de información—, son hombres blancos de mediana edad, la gente tiende a suponer que el diálogo hablado por los camellos y los chavales de los barrios lumpen es producto de los actores negros de la serie, que estarían improvisando. Pero el hecho es que uno de los guionistas de la serie se hallaba siempre presente en el plató, obligando a los actores a ajustarse al guión. Todas y cada una de las palabras pronunciadas son anotadas y corregidas. Gbenga Akinngagbe, el actor que hace de sicario del camello Chris Partlow, nos sacó de dudas: «Es cosa de David. El conoce las calles de Baltimore mejor que nosotros».
Simón es un fanático de la autenticidad. En cierta ocasión, afirmó: «Yo soy de esas personas que, cuando escriben, se preocupan sobre todo de si la gente sobre la que escriben se va a reconocer en ello. Yo no pienso en el lector general. Mi mayor temor es que la gente del mundo sobre el que escribo me lea y diga: “¡Nanai! Eso que cuenta no es verdad”».
Hacia el crepúsculo, Simón se acercó al emplazamiento de la escena siguiente: un parking situado debajo de la autopista, justo al otro lado del edificio del Sun de Baltimore. Allí, el equipo técnico había montado un pequeño campamento para personas sin techo. Por encima, los coches pasaban embalados, como canicas en cascada. El parking apestaba, literalmente, a meado.
Rodar en las calles de un barrio marginal conlleva sus riesgos y sus recompensas. En una ocasión, un coche involucrado en una persecución fue a estrellarse contra el de un actor, y los circundantes tuvieron que tirarse al suelo. En otra, un hombre cayó tiroteado a unos metros de allí, se acercó sangrando al plató y fue tratado por los enfermeros de la serie. Otra vez, un hombre le metió en la mano a Andre Royo, el actor que hace de «Bubbles», el simpático yonqui informante de la policía, una dosis de heroína: «Tronco, tú necesitas un chute más que yo». Royo se refiere a aquel momento como a su «Oscar de la calle».
Aquella noche, las calles estaban un poco más silenciosas, pero allí seguía habiendo el típico jaleíllo de una toma de exteriores. Las luces azules de una ambulancia y de un coche patrulla, que aparecían en la escena de los sin techo, latían en la oscuridad. Simón estaba en medio de todo ello, y varios miembros del equipo se acercaron a hacerle un par de preguntillas: «¿Te gusta la manera en que han extendido los sacos de dormir? ¿Qué te parece cómo quedan el perro policía y el coche patrulla?».
2 comentarios
Lo intenté con ‘The wire’ en su momento, hace la tira de años, y paré el primer capítulo de la primera temporada cuando apenas le quedaban 5 para terminar. Probablemente fue lo único que me gustó de la experiencia, mi capacidad de frenar ese dolor que me estaba causando. Esa ha sido toda mi experiencia con tan laureada serie de TV, y tan contento, ¿será por series?
Claro, no vamos a ver lo que no nos gusta. A mí sí me gustó, y todavía más ‘Treme’. Aunque creo que está excesivamente mitificada.