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Nueva dimensión 68
Un número de verano en el que intentaron no liquidarlo de cualquier manera y darle variedad (otros años se habían limitado a endilgar una novela) pero que tampoco es que hayan tirado la casa por la ventana, ya que el grueso es la novela corta Planeta de tormentas de Cordwainer Smith con sus mezclas extrañas de la instrumentalidad de la que hemos hablado ya varias veces por aquí.
Hay un portfolio de Flash Gordon con algunos comics medio paródicos y otro cómic que se les traspapeló, un par de cuentos de H. G. Wells, y el cuento En el canal ardiente cuyo giro argumental hoy en día ya no sorprende a nadie.
No está mal pero si ya has leído todo lo de Cordwainer pues nada nuevo.
Entretenido.
El día de Año Nuevo tres observatorios distintos señalaron casi simultáneamente una perturbación en los movimientos del planeta Neptuno, el más lejano de los que giran en torno del Sol.
Ya en el mes de diciembre el astrónomo Ogilvy había llamado la atención del mundo científico sobre una sospechosa disminución de la velocidad del planeta, noticia que apenas si conmovió a una docena de sabios de esos que se pasan la vida con el telescopio asestado al firmamento. Y es natural que así fuese, por cuanto a buena parte de ¡os habitantes de la Tierra no les interesa gran cosa lo que ocurre en un planeta cuya existencia les es poco menos que desconocida.
Las gentes se preocuparon aún menos de las nuevas observaciones de Ogilvy respecto a la aparición de un cuerpo celeste, animado y lejanísimo, que había podido descubrir el referido astrónomo poco tiempo después de comprobarse la disminución de velocidad del planeta Neptuno.
Los astrónomos dieron desde luego al asunto la importancia que merecía, aumentando su intranquilidad cuando advirtieron que la masa recientemente descubierta aumentaba cada día más de dimensiones, que se hacía mas brillante, que sus movimientos eran por completo diferentes de la revolución normal de los planetas y que la desviación de Neptuno y de su satélite adquiría proporciones sin precedentes.
Sin tener cierto grado de cultura científica no puede uno darse exacta idea del enorme aislamiento del sistema solar. El Sol, con sus planetas, planetoides y cometas, flota en un vacío inmenso, que la imaginación concibe difícilmente. Más allá de la órbita de Neptuno está el vacío sin calor, luz ni sonido, el vacío incoloro y triste, prolongándose treinta millones de veces un millón de kilómetros. Y téngase presente que esa cifra abrumadora es la menor evaluación de la distancia que sería preciso atravesar antes de llegar a la mas próxima de las estrellas.
Pues bien, excepto algunos cometas menos densos que la llama del alcohol, ningún cuerpo celeste habla atravesado, de memoria de hombre, ese abismo espantoso. Júzguese ahora cuánta no sería al comenzar el siglo presente la zozobra de los sabios, viendo precipitarse inopinadamente en el sistema solar el extraño vagabundo señalado por Ogilvy, cuerpo sólido y enorme sin duda, a juzgar por las perturbaciones que originaba; temible intruso que llegaba del tenebroso misterio de los cielos con aviesas intenciones…
El día 2 de enero todos los telescopios de algún fuste pudieron ver al desconocido viajero sideral cerca de Régulo, en la constelación del León. Su aspecto era el de un punto, de diámetro apenas sensible. En pocas horas fue divisado con la ayuda de simples gemelos.
Aquellas personas amigas de leer periódicos en ambos hemisferios pudieron enterarse el día 3 de que, en realidad, tenía inmensa importancia la insólita aparición celeste. Un diario de Londres tituló la noticia: Una colisión de planetas, y publicó la opinión de Duchaine, según la cual este recién aparecido planeta chocaría probablemente con Neptuno.
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