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Entre los que hay algunos relatos perfectamente olvidables y otros destacables, como Artefacto alienígena, sencillo pero con su giro final gracioso, o el de Asimov, ¿Se acabó?, interesante perspectiva entre la física teórica y la práctica o la ingeniería. El último, de Clarke, es una humorada que no está mal. El resto están demasiado pasados de vueltas, algunos por excesivamente hard y otros por new age. Pero el conjunto no está mal.
Bueno.
ARTEFACTO ALIENÍGENA
DANNIE PLACHTA
No cabe duda de que si algún día los viajes espaciales llegan a ser cosa corriente y las naves salidas de nuestro planeta surcan rutas alejadas del mismo, sus tripulantes van a encontrarse con más de una sorpresa que, muy posiblemente, hagan de nuevo reconsiderar la cosmogonía que hoy aceptamos.
La nave patrullera Mar Solar estaba únicamente a un millón y medio de kilómetros más allá de la órbita de Plutón cuando el jefe de radares llamó al camarote del capitán. Este, despertándose en seguida, encendió el transmisor colocado sobre la mesita de noche, tras tantear un poco.
—Habla el capitán. Buenos días.
—Aquí el radar, señor. Tengo un informe.
—¿Qué sucede?
—Hemos captado un gran eco, señor. Nos hallamos a unos doscientos veinticinco mil kilómetros del objeto, y es tan sólido como la roca.
El capitán tanteó de nuevo en la mesita de noche y, parpadeando ante la súbita luz, saltó de la cama.
—Manténganlo vigilado. Subiré al puente en cuanto me haya vestido.
Aún no habían pasado cinco minutos, y ya el capitán se hallaba junto al jefe de radares, mirando al círculo de débil luz que contenía su propio universo de diminutas seudoestrellas y nubes de gases, vagamente brillantes.
—Grande y sólido —comentó el jefe.
—Muy grande y muy sólido —dijo el capitán, sin parecer excitado en lo más mínimo.
—El CMC dice que el punto de intersección de nuestras trayectorias se encuentra ahora aproximadamente a unos treinta mil kilómetros, Capitán —dijo el tripulante situado frente al tablero de control de las computadoras. Como todas las naves patrulleras modernas, el Mar Solar llevaba el último grito en computadoras: uno de los hipereficientes Centros Miniaturizados de Cálculo, o, como le llamaba la tripulación, abreviando: CMC. Y la respuesta «¡Eso sólo CMC lo sabe!» era uno de los lugares comunes más empleados en las discusiones entre los tripulantes.
—Ordene a CMC una deceleración de tres cuartos, y que se prepare a detener la nave —dijo el capitán, desde el radarscopio.
El programador respondió con un sonoro:
—¡Sí, señor! —desde su puesto en el tablero de control de las computadoras, y la nave se estremeció mientras frenaba. Tras un momento de inestabilidad, en el que el capitán se agarró firmemente a la barandilla que rodeaba al radarscopio, dio los cuatro pasos necesarios para llegar junto a la silla del programador.
—El CMC está computando, señor —dijo el programador—. Aún no hay nada.
Tras dos buenos minutos de deceleración, una pequeña lucecita verde parpadeó en el tablero.
—Aquí llega, Capitán… El CMC dice que está hecho con aleaciones… con aleaciones, Capitán… que no se detecta ninguna emisión de energía… ¡qué es un artefacto alienígena!
—¡Dígale al CMC que salgamos a escape de aquí! ¡Motores al máximo y zafarrancho de combate! —el capitán se agarró a una barandilla, y otra sacudida estremeció la nave.
Habían probado a establecer comunicación a distancia con todos los medios de que disponían, sin lograrlo. No había el menor indicio de que el aparato alienígena hubiera detectado su presencia. Ni siquiera las bengalas nucleares lograron respuesta. Los informes de computación del CMC eran persistentes: «No se detecta ninguna emisión significativa, de ningún tipo… Trayectoria inalterada… Situación sin cambios…»
Así que el capitán y una docena de voluntarios subieron a bordo de la falúa espacial, para dirigirse, cayendo en arco, hacia el alienígena.
—Si nos sucede algo a nosotros, o al Mar Solar —razonó el capitán—, al menos las grabaciones del diario de a bordo habrán sido retransmitidas a la base por el CMC. Y llevaremos con nosotros equipos portátiles de TV. Sabrán tanto como nosotros.
Los intentos finales de obtener comunicación desde la falúa, mientras orbitaba cerca del alienígena, no produjeron resultado alguno, y el piloto llevó la pequeña nave junto al enorme aparato desconocido. El piloto se quedó a los mandos mientras el resto del grupo, con el capitán en cabeza, se vestía con los trajes de vacío y salía.
Tras golpear la pared exterior del silencioso casco durante lo que al capitán le pareció un razonable espacio de tiempo, la expedición se dispuso a prepararse un punto de entrada mediante la utilización de un sistema bastante expeditivo: el estallido de una pequeña bomba.
—Al menos sabrán que estamos aquí —explicó el capitán.
—Espero que hayamos elegido un buen lugar —exclamó uno de los tripulantes.
—Y yo espero que no sea el lavabo de señoras —bromeó otro de los tripulantes, que flotaba a retaguardia del grupo.
—Mantengan continuamente en funcionamiento el equipo de sus trajes, permanezcan agrupados y vayan barriendo con sus unidades de TV los alrededores —ordenó el capitán, mientras se introducía por el silencioso orificio. El resto del grupo le siguió rápidamente, y el último en entrar hizo un saludo con la mano en dirección a la carlinga de la orbitante falúa.
La nave era enorme, con unas salas que estaban en correspondencia con su tamaño. Los exploradores vagaron por ella durante horas, sin detenerse nunca por más de algunos segundos, hasta que se dieron cuenta de que ya la habían recorrido por completo. El cartógrafo, consultando su equipo portátil, y dibujando mientras caminaba, le informó al capitán de que así era poco después de que pasaron por el punto por el que habían entrado. El grupo se detuvo para cambiar impresiones.
—Todas esas salas son tremendamente grandes y vacías —dijo uno de los tripulantes—, y resultaría muy difícil permanecer oculto en ellas… a menos que fueran muy pequeños.
—Considerando el tamaño de los compartimentos y del equipo que hemos visto, considero poco probable que los seres que viajaban a bordo de esta nave fueran más pequeños que nosotros —replicó el capitán, mirando rápidamente a su alrededor—. Sólo puedo deducir de todo ello, casi sin reservas, que somos los únicos seres vivos a bordo. Sospecho que estamos en un pecio.
A órdenes del capitán se dirigieron hacia lo que el cartógrafo les aseguraba que se trataba del centro de la nave. Sin lugar a dudas, era la estancia mayor de todas, y el capitán creyó que era la primera área que debía ser investigada más detalladamente.
Mientras iniciaban una cuidadosa exploración, uno de los tripulantes se acercó al capitán.
—Señor —le dijo, teorizando—, quizá nunca hubo nadie a bordo. Tal vez se tratase de una especie de gigantesca sonda robot.
Esa teoría fue abandonada un momento después cuando varios tripulantes descubrieron las grandes hojas de una sustancia parecida al plástico. Vieron que habían millares de las mismas en lo que parecían ser cajones de archivo situados a lo largo de las grandes paredes. Pronto las identificaron como cartas o mapas, muy detallados, de enteros sistemas solares, así como de estrellas y planetas de todos los tipos y tamaños.
—Vaya, este se parece a nuestro sistema solar —señaló el capitán—, y creo que ahí está la Tierra.
Se maravillaron ante las delgadas hojas, apuntando y paseando sus cámaras de TV sobre las intrincadas señales.
—Que el CMC de una buena ojeada —dijo el capitán—, quizá pueda darnos una traducción sumaria.
—Esta debió ser su sala de cartografía —dijo alguien, y los demás estuvieron de acuerdo.
—Estaban bien equipados —concluyó el capitán, mientras se preparaban a regresar a su nave.
En su camarote situado a proa del Mar Solar, el capitán estaba sentado en el borde de su cama, o «litera», como él prefería llamarla, mientras escribía meticulosamente en su diario de a bordo los extraordinarios acontecimientos de las pasadas horas. Se detuvo para reconsiderar una frase especialmente bien lograda, cuando el sonido de la campana de llamada le hizo buscar un conmutador en la mesita de noche.
—Habla el capitán. ¿Qué hay?
—Computadoras, señor. Habla el jefe.—Bien, ¿ha tenido suerte el CMC en la traducción de esos mapas?
—Tenemos ya un informe preliminar, señor. Y capitán, el CMC dice que no son mapas. Son planos de construcción
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