Varios. Nueva Dimension 22.

mayo 26, 2023

Varios, Nueva Dimension 22
Dronte, 1971. 128 páginas.

Número dedicado a Cordwainer Smith que incluye los siguientes cuentos:

Planeta de Joyas (On the Gem Planet,1963)
El Juego de la Rata y el Dragón (The Game of Rat and Dragon, 1955)
La Dama Que Viajó en «El Alma» (The Lady Who Sailed The Soul, 1960)
El Crimen y la Gloria del Comandante Suzdal (The Crime and the Glory of Commander Suzdal, 1964)
Un Planeta Llamado Shayol (A Planet Named Shayol, 1961)

He vuelto a encontrar de saldo ejemplares a un precio asequible de esta colección y he aprovechado para comprar unos cuantos de los que me faltaban. Los relatos aquí incluídos ya los había leído en otras antologías (vease: Piensa azul cuenta hasta dos) pero siempre es un placer perderse en los extraños y originales mundos de un autor cercano a Bradbury pero más cercano a la ciencia ficción. Es una pena que todas las vías que se abrieron en los 60 y 70 han quedado prácticamente sin explorar.

Seguiremos con esta colección. Muy bueno.

Habían saltado, en efecto. La nave se había desplazado a una segunda planoforma. Las estrellas brillaban distintas. El Sol estaba a una distancia inconmensurable. Incluso las estrellas más cercanas quedaban lejos. Ésta era una comarca de dragones, un espacio abierto, hostil, vacío. Indagó más lejos, más deprisa, buscando la amenaza, listo para arrojar a Lady May contra el peligro donde lo encontrara.
El terror le ardió en la mente, claro y desgarrador como una herida física.
La niña llamada West había encontrado algo: algo inmenso, largo, negro, agudo, voraz, horrendo. La niña lanzó al Capitán Wow.
Underhill trató de conservar la mente despejada.
—¡Cuidado! —gritó telepáticamente a los demás, tratando de desplazar a Lady May.
En un rincón de la batalla, sintió el lascivo furor del Capitán Wow cuando el gato persa hizo detonar la luz al acercarse a la estría de polvo que amenazaba peligrosamente a la nave y al pasaje.
El rayo erró por poco.
El polvo se acható y dejó de ser un pez raya para transformarse en una lanza.
No habían transcurrido tres milisegundos.
Papá Moontree articulaba palabras humanas y decía en una voz que parecía miel vertiéndose de una jarra:
—C-a-p-i-t-á-n.
Underhill supo que la frase sería: «¡Capitán, dese prisa!».
La batalla estaría decidida antes de que Papá Moontree terminara de hablar.
Ahora, fracciones de milisegundo después, Lady May estaba en línea.
Aquí entraba en juego la destreza y velocidad de los compañeros. La gata podía reaccionar más rápidamente que un humano. Ella podía ver la amenaza como una inmensa rata que se le abalanzaba, podía disparar bombas de luz con mayor precisión.
Él estaba conectado con la mente de la gata, pero no podía seguirla.
La consciencia de Underhill absorbió la desgarrante herida infligida por el enemigo alienígena. No se parecía a ninguna herida de la Tierra: un dolor brutal y desbocado que empezaba como una quemadura en el ombligo. Se contorsionó en el asiento.
En realidad, aún no había atinado a mover un solo músculo cuando Lady May devolvió el golpe.
Cinco ardientes bombas fotonucleares atravesaron más de cien mil kilómetros.
El dolor desapareció de la mente y el cuerpo de Underhill.
Percibió una euforia feroz, terrible y primitiva en la mente de Lady May cuando la gata ultimó la presa. Los gatos siempre se desilusionaban al descubrir que el enemigo desaparecía en el momento de la destrucción.
Luego sintió el dolor de ella, el temor que los barría a ambos mientras la batalla empezaba y terminaba en un santiamén. En el mismo instante le asaltó el áspero y ácido retortijón de la planoforma.
La nave saltó a otra etapa.
Recibió el pensamiento de Woodley:
—No te preocupes. Este viejo hijo de perra y yo nos haremos cargo.
De nuevo, dos veces, la sensación del salto.
Underhill no supo dónde estaba hasta que vio debajo las brillantes luces del puerto espacial de Caledonia.
Con una fatiga que casi trascendía los límites del pensamiento, volvió a proyectar la mente en el luminictor, acomodando el proyectil de Lady May en el tubo de lanzamiento.
Ella estaba medio muerta de cansancio, pero Underhill sintió los latidos de su corazón, escuchó sus jadeos y captó una nota de gratitud gatuna.

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