Típico libro de saldo que compraba antes que tenía espacio. Ahora, como se puede comprobar por las reseñas, uso más la biblioteca, lo que me permite seleccionar mejor los libros. Que no es que este sea malo, pero tiene 50 años. Y digo yo que aunque sea un libro de historia algo se habrá avanzado desde entonces.
El contenido es meridiano, la historia de la edad media, abarcando también parte de la historia en Asia. No es estrictamente un libro divulgativo, porque da por sabido los principales acontecimientos históricos del periodo. Se centra -y lo hace muy bien- en aspectos socioeconómicos y la configuración de la sociedad.
Dejo un fragmento que ilustra lo miserable que era la vida por aquel entonces. Para echarse a temblar. Bendito progreso. No busco reseñas porque no creo ni que se pueda encontrar en papel.
Calificación: Se deja leer, incluso por gañanes como yo.
Además, los peligros del agua y del fuego, los de la enfermedad y del hambre iban al encuentro del hombre en su propia casa. El Journal d’nn bourgeois de París, contemporáneo del tratado de Troyes y de las empresas de Juana de Arco, es menos el relato de lo que se ha convenido en llamar acontecimientos históricos que los recuerdos de un habitante de la ciudad inquieto por las intemperies, por su salud y por su abastecimiento. En las ciudades de Inglaterra, de Francia o de Alemania, el incendio, favorecido por ¡ materiales de construcción inflamables, el amontonamiento de las casas y los escasos medios de defensa, destrozaba barrios enteros. Toulouse, donde el ladrillo tendía a sustituir la madera y el tapial, todavía vivió tres grandes incendios en la primera mitad del siglo xv. E incluso en una ciudad toda de madera, como Ruán, gracias especialmente a los progresos de la cobertura de las casas con tejas y pizarras, los grandes incendios se hacían más raros: dos en el siglo Xiv y tres en el xv, contra trece en el xm. Cada ciudad encomendaba a algunos regidores la lucha contra el fuego; en todas partes se velaba para el mantenimiento y la multiplicación de las fuentes. Era más difícil protegerse de los estragos del agua, de la lluvia que, echando a perder las cosechas y haciendo salir de madre los ríos, inundaba periódicamente los barrios bajos de Toulouse, Burdeos, Lyon, París, Ruán, Londres, Gante o Amberes, llevándose los puentes y los caminos a lo largo de los torrentes mediterráneos. No menos catastróficos, los estragos del nar sumergieron los polders ingleses deFens en 1314-1315 y, en nueve ocasiones al menos entre 1404 y 1451» rompieron los diques de Frisia en Flandes, haciendo retroceder la orilla y provocando tantos destrozos que
Juan Sin Miedo tuvo que tomar en sus manos, en 1410, la vigilancia de las reparaciones. Algunas parroquias habían desaparecido para siempre.
Pero el peor de los azotes, tanto por su extensión geográfica como por sus efectos, eran las epidemias. Ni la higiene, ni la profilaxis, ni la medicina con sus progresos inciertos eran capaces, sobre todo en período de guerra y de depresión económica, de limitar los estragos o de liberar a las multitudes del temor a la «mortandad». Con esta palabra se designaban enfermedades muy diversas, todos los horrores de las cuales resumió la peste, traída de Oriente por las naves genovesas en 1347. Ya hemos dicho algo de sus efectos en toda Europa, debidos a su triple forma: bubónica, pulmonar e intestinal. Los supervivientes de las dos generaciones —adultos y jóvenes— vivieron angustiados: «Escribo esperando la muerte entre los muertos», dice uno de ellos. Porque la Peste Negra indicaba en primer lugar un mal estado sanitario, siempre dispuesto a agravarse, y a continuación la impotencia de los medios de protección.
Antes de la peste, sin contar los contagios locales, Europa ya había conocido otras epidemias generalizadas, como, alrededor de 1315, la disentería y diversas variedades de infecciones, en los países del Norte, desde Suecia al Loira. Después de la gran pandemia de 1348, los supervivientes vieron renovarse la plaga en 1358-1360, en 1373-1375 y, de manera más difusa, entre 1380 y 1400. En 1399, en París, «a todas horas se veían entierros», cuyo anuncio público por los pregoneros fue prohibido. En 1414 y en 1427, eltac, heuquetteo dando (tos ferina) no dejaba oír, en las ceremonias religiosas, la voz de los predicadores. En 1431 la misma peste hacía miles de víctimas entre la juventud, y volvió con la varicela, hacia 1438. Treinta años más tarde, en ocasión de otra «mortandad», no había sitio en el cementerio de los Innocents (París). Se ha podido estimar que entre 1349 y 1517, la peste sola era responsable de un tercio de las defunciones en Inglaterra.
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