milrazones, 2009. 220 páginas.
Tit. or. How we know what isn’t so. The fallibility of human reason in everyday life. Trad. Jesús Ortiz Pérez del Molino.
Nos creemos muy inteligentes, pero como decía Cipolla en su teoría de la estupidez subestimamos el número de individuos estúpidos en circulación. Es más, no nos damos cuenta de que caemos en errores de razonamiento de manera frecuente y reiterada. En este libro se analizan algunos de estos fallos, se explican las razones, y se exploran algunas de las consecuencias que tiene.
Bajo el epígrafe Algo a partir de nada, el autor nos explica como tendemos a sacar conclusiones a partir de datos aleatorios o escasos. Si bien nuestra capacidad de observar la correlación causa-efecto ha sido una ventaja, en muchas ocasiones deducimos mucho a partir de demasiado poco. Si nos ponemos una camisa y aprobamos un examen, lo volvemos a hacer y vuelve a pasar, ya la consideramos nuestra camisa de la suerte. cuando lo cierto es que en una racha de sucesos aleatorios es normal que existan agrupaciones no causales.
Más peligroso es no detectar los casos de regresión a la media. Si estamos pasando una mala racha lo normal es que más tarde o más temprano mejore. Si un jugador está por debajo o por encima de su media, acabará volviendo a la misma. Si estamos en lo peor de una enfermedad lo normal es mejorar. Si en el punto de inflexión se ha hecho algo (en el último caso, por ejemplo, tomar homeopatía), tendemos a creer que esa acción es la causante del cambio. Un ejemplo:
Quizá el lector ya se ha dado cuenta de cómo las dos dificultades presentadas en este capítulo —la ilusión de agrupamiento y la falacia de regresión— pueden combinarse para producir creencias más que dudosas, pero sostenidas con mucha convicción. Sobre todo pueden combinarse para producir muchas supersticiones sobre cómo prolongar una buena racha o cómo acortar una mala. Se le puede atribuir mucho significado a una «racha» modesta de buen o mal rendimiento, lo que hace a la subsiguiente probable regresión más notable y necesitada de explicación. En un reciente viaje a Israel observé un buen ejemplo.
En la parte norte del país hubo una sucesión de muertes por causas naturales, lo que abrió una especulación sobre si habría una nueva y desconocida amenaza. No se comprobó si el aumento de muertes entraba dentro de la fluctuación normal, atribuible al azar. En cambio se sugirieron rápidamente soluciones. En particular un grupo de rabinos atribuyó el problema al sacrilegio de permitir a las mujeres asistir a los funerales, lo que había sido una práctica prohibida. El remedio fue prohibir por decreto la asistencia de mujeres a los funerales de la región. El decreto entró en vigor inmediatamente y la racha de muertes se calmó… dejándonos intrigados sobre lo que habrá pensado la gente de la zona acerca de la eficacia del remedio.
Ejemplos así ilustran cómo la mala percepción de secuencias aleatorias y la mala interpretación de la regresión pueden llevar a la formación de creencias supersticiosas. Aún más, tales creencias no permanecen como creencias aisladas, sino que sirven para reforzar o crear más creencias. En este caso sobre la sabiduría de los funcionarios religiosos, el «debido» papel de las mujeres en la sociedad e incluso la existencia de un dios vigilante y poderoso.
Aquí tenemos un caso parecido con las procesiones de santos en las sequías. Si llevamos muchos meses de sequía lo normal es que la situación cambie. Si en ese momento se ha sacado al santo en procesión lo normal es atribuirle a él la lluvia. Y si no llueve no pasa nada, siempre hay excusas para explicarlo.
Los políticos tienen la costumbre de ponerse medallas cuando las cosas van bien y echar la culpa a otros cuando las cosas van mal (y la actual crisis es un ejemplo de ello). En el laboratorio podemos tener un grupo de control, pero no en la realidad, por lo que es difícil saber qué hubiera pasado si se hubiera aplicado otra política. Como dice el autor:
Podemos ver mejor la idea fijándonos en una política concreta que es considerada un fracaso por todo el mundo: la intervención militar estadounidense en Vietnam. Aquello fue claramente desastroso: tras la pérdida de más de 50.000 vidas estadounidenses y de una devastación incalculable en el Sureste asiático, Vietnam existe como un país unificado y comunista. Pero resulta interesante especular sobre qué lecciones hubiéramos aprendido y si estaríamos más contentos con. el resultado si hubiéramos empleado una estrategia distinta. Al menos desde el punto de vista del Partido Demócrata, que estaba entonces en el poder, una estrategia no intervencionista hubiera sido igualmente desastrosa: en Vietnam existiría un régimen comunista y unificado, a la Administración demócrata se la hubiera acusado de perder el Sudeste Asiático además de la pérdida anterior de China, la derecha de ee. uu. se habría fortalecido enormemente y no hubiéramos aprendido valiosas lecciones sobre los límites de nuestro poder militar, lo que nos condenaría a perder vidas estadounidenses en cualquier otro lugar del mundo. En otras palabras, si hubiéramos elegido una estrategia no intervencionista estaríamos terriblemente disgustados con su resultado y desearíamos haber actuado con más fuerza. A veces nos tocan malas cartas y cualquier cosa que hagamos tiene resultados insatisfactorios. Pero eso es difícil de ver cuando solo se puede desarrollar una política.
Otro problema de la mente humana es que vemos lo que queremos ver. Tendemos más a confirmar nuestras creencias y a buscar datos que las apoyen que a ponerlas a prueba. Leemos los periódicos que son de nuestra ideología política, aceptamos con facilidad las opiniones que concuerdan con las nuestras y analizamos críticamente las que se oponen.
Hay un experimento clásico que ilustra que nos movemos más por confirmación que por poner a prueba. Se les mostraba a los sujetos cuatro cartas en las que se veía: ‘A’, ‘B’, ‘2’ y ‘3’. Se les decía que detrás de cada número par había una vocal, y que girasen el mínimo número de cartas que creyeran necesario para comprobar la hipótesis. ¿Cuales giraría usted? Casi todo el mundo giraba las cartas ‘A’ y ‘2’, cuando la que se tendría que girar es el ‘3’. El dos, si tiene una vocal, confirma la hipótesis, pero si tiene una consonante no la refuta. Sin embargo si giramos el tres y hay una vocal la hipótesis queda refutada. Curiosamente en un experimento parecido los resultados fueron muy diferentes. Las cartas mostraban: ’32’,’15’,’Cerveza’,’café’ y la hipótesis es que los menores de 18 años no pueden beber alcohol. Aquí sí se giraban las correctas, ’15’ y ‘cerveza’.
También vemos lo que queremos ver en nosotros mismos. Nuestra autoimagen es, por decirlo suavemente, de color de rosa. Veamos lo que dicen los estudios:
Pero la mayor parte de las pruebas que muestran que la gente tiende a creer lo que quiere creer viene de la investigación sobre la evaluación de las personas sobre sus propias capacidades y las explicaciones de sus propias acciones. Uno de los descubrimientos mejor documentados de la psicología es que la persona media pretende creer cosas extremadamente halagadoras sobre sí misma, creencias que no resisten un análisis objetivo. Tendemos a creer que poseemos muchas características socialmente deseables, y que carecemos de la mayoría de las indeseables. Por ejemplo, gran mayoría del público general cree que es más inteligente,4 más honrado,5 menos cargado de prejuicios, y mejor conductor que la persona media. Este fenómeno es tan seguro y universal que se le conoce como «el efecto Lago Wobegon», en referencia a la comunidad de ficción de Garrison Keilor, donde «las mujeres son fuertes, los hombres guapos y todos los niños están por encima de la media». Una investigación sobre un millón de preuniversitarios descubrió que el 70% de ellos se consideraba superior a la media en capacidad de liderazgo, y solo el 2% creía estar por debajo. Por lo que se refiere a la habilidad para tratar con los demás, todos creían estar por encima de la media, el 60% se consideraban entre el 10% más hábil ¡y el 25% entre el 1%! Para que uno no piense que estas autoevaluaciones infladas solo pasan en las inexpertas cabezas de estudiantes de secundaria, señalaremos que un estudio entre profesores universitarios descubrió que el 94% creía ser mejor en su trabajo que la media de sus compañeros. Asimismo, la gente cree que tiene más probabilidades que sus iguales de experimentar sucesos favorables como comprar una casa o ganar un gran sueldo, pero menos probabilidades de experimentar sucesos adversos como divorciarse o tener cáncer de pulmón.
Y es que, como decía H. L. Mencken en una cita que se incluye en el libro:
Lo que estropea la verdad es que es muy incómoda, y con frecuencia aburrida. La mente humana busca algo más divertido, y más acariciador.
Con estos mimbres, estos cestos. No es de extrañar entonces que triunfe la pseudociencia pese a las muchas y razonadas críticas que cuestionan sus planteamientos. El autor se centra en dos apartados. El de las medicinas alternativas, del que afirma:
Ningún campo ha estado más invadido de creencias discutibles, erróneas y a menudo dañinas, que el de la medicina y la salud
Quizás por que en él se dan cita todos los posibles fallos de razonamiento antes indicados. También tiene un apartado para criticar la percepción extrasensorial. Pero conseguir algo es difícil porque estos temas tienen mucha más representación que el punto de vista opuesto:
Los responsables de decidir cómo presentar lo paranormal en los medios populares pueden ser completamente explícitos en su interés por minimizar la posición escéptica. Por ejemplo, unas cuantas editoriales rechazaron publicar el excelente libro escéptico The Psychology ofthe Psychic que, entre otras cosas, desmontaba los experimentos en visión remota de que hablamos antes y las afirmaciones del «superpsíquico» Uri Geller. Los autores cuentan que la razón esgrimida con más frecuencia para rechazar el manuscrito era que «ya había un libro favorable a la percepción extrasensorial en sus listas o proyectos, y no creían que ambos se llevaran bien».
El efecto resultante del tratamiento parcial de los medios es que la persona corriente encuentra muchas más veces apoyo aparente de lo paranormal que cualquier prueba que desafíe su validez. Un ejercicio sencillo lo muestra: la próxima vez que esté de vacaciones (y si es académico, hágalo fuera de la localidad académica) vaya a la librería local y eche un vistazo a las ofertas de la sección de ciencia general. La mayoría de las veces esta sección es cómicamente pequeña. Pequeña en términos absolutos, pequeña comparada con la de ciencia ficción, pequeña comparada con la sección paranormal, pequeña comparada con casi cualquier sección razonable. Abundan las afirmaciones de lo paranormal publicadas. Siendo este el panorama, es poco sorprendente que la creencia en la percepción extrasensorial esté tan extendida.
Si que ve el público es un único punto de vista, no es de extrañar que la gente crea que detrás de este tipo de fenómenos quizás haya algo.
Pensar correctamente es cada vez más necesario. Libros como éste nos ayudan a encontrar el camino adecuado.
Calificación: Muy bueno.
Un día, un libro (240/365)
3 comentarios
Gracias, Juan Pablo. Tu reseña no es sesuda, que maldita la falta que hace, sino inteligente, que nos hace falta a todos. Pero todos creemos que somos unos maestros del razonamiento.
Gracias por el comentario.
Releo ahora el libro «El mundo y sus demonios» de Carl Sagan y veo una cita hacia éste otro, lo leeré. Gracias por tus comentarios. Salud.