Cátedra, 2010. 398 páginas. Vivimos en una época dominada por los ordenadores. Están leyendo esta entrada en uno, normal o camuflado bajo la etiqueta de tablet o smartphone. Pero la obsesión por construir máquinas capaces de calcular viene de antiguo, y en este libro se ofrece un panorama extenso e intenso de la historia de los autómatas mecánicos. El avance de la ciencia necesitaba de cálculos precisos, y una vez introducidos los números arábigos y descubiertos los logaritmos y tablas de calcular más de uno tuvo la idea de mecanizar esos cálculos. Al fin y al cabo los autómatas mecánicos y los relojes ya existían. Pero no sería tarea fácil; un reloj puede atrasar, pero una máquina aritmética tiene que ser precisa. Lo peor, la competencia humana. ¿Quién se va a gastar el dinero en una máquina cara con tendencia a estropearse con facilidad cuando unos cuantos calculadores pueden hacer el mismo trabajo con mucho menos coste? Como curiosidad, en algunos casos fueron peluqueras reconvertidas: Para su desarrollo De Prony organizó a los calculadores en tres grupos: por un lado, cuatro o cinco prestigiosos matemáticos franceses definirían el problema y decidirían las fórmulas a emplear; otros siete u ocho matemáticos…