Península, 2002. 430 páginas. Tit. or. The dinosaur hunters. Trad. Isabel Murillo. No estamos ante un libro de divulgación científica, sino de historia de la ciencia. En este caso los orígenes del descubrimiento de los primeros fósiles, los choques que fueron manteniendo con una sociedad en la que la Biblia tenía la última palabra, y el enfrentamiento entre diferentes personajes. Se suele decir que la ciencia la hacen personas, y estas tienen las mismas debilidades y complejos que cualquiera, y aquí se ve perfectamente. Empezamos con Mary Anning, que desenterró -a riesgo de su vida- algunos de los fósiles más valiosos de la época y que no solo ha sido invisibilizada en la posteridad (incluso su nombre no aparece en la contraportada) sino que vivió con austeridad hasta el final de sus días, y de vez en cuando el reverendo William Buckland (gran persona que acabó sus días en un manicomio) tenía que hacer colecta para aliviar su miseria. Las figuras centrales son, por un lado, Gideon Mantell, que además de su trabajo agotador como médico fue haciendo la mejor colección de fósiles de la época, haciendo grandes descubrimientos y dando unas estupendas charlas y por otro Richard Owen que…