Stanislaw Lem. Máscara.

junio 4, 2014

Stanislaw Lem, Máscara
Impedimenta, 2013. 422 páginas.
Tit. Or. Maska. Trad. Joanna Orzechowska.

Llevo mucho tiempo diciéndome a mi mismo que tengo que releer a Lem, uno de los grandes de la ciencia ficción que introduce en sus relatos cuestiones filosóficas de largo alcance. Me he encontrado con esta colección de relatos inéditos en castellano que incluye los siguientes:

La rata en el laberinto
Invasión
El amigo
La invasión de Aldebarán
Átomo y oscuridad
El martillo
La fórmula de Lymphater
El diario
La verdad
Máscara
Ciento treinta y siete segundos
El acertijo
La colchoneta

Encontrado literalmente, aunque ya conocía su existencia estaba en la mesa de novedades de la biblioteca. 13 relatos de diferentes épocas del autor que por una razón u otra habían quedado fuera de las antologías publicadas hasta el momento. Una de las razones es, por desgracia, que no son lo mejor del autor. Pero las sobras de unos podrían ser grandes obras de otros, y para los que amamos el estilo del escritor polaco esta edición es toda una alegría.

Variedad de temas, desde los más clásicos como La rata en el laberinto, donde dos amigos se ven dentro de una nave espacial sin saber como escapar o Átomo y oscuridad, sobre unas bacterias capaces de destruir la materia que escapan de un laboratorio hasta temas más actuales, como la inteligencia artificial en El martillo o con su habitual veta de humor en La invasión de Aldebarán, una invasión fracasada por encontrarse con alguien muy bestia.

Los mejores son, sin duda, los cuatro últimos. El ambiente onírico de Máscara, historia de una eztraña caza en un ambiente casi de cuentos, las capacidades predictivas de la red en Ciento treinta y siete segundos, el entorno al estilo Ciberiada de El acertijo y las dudas sobre la realidad de La colchoneta. Entre medio tiene tiempo de pegarle un palo de pasada a las tres leyes de la robótica (negritas mías):

—¿Contra ti?
—En general, contra las personas.
—No lo sé. Más bien, no.
—¿Por qué? No existen interruptores que lo eviten. ¿Tan bien te caemos?
Por supuesto y, por cierto, ese tipo de medidas de seguridad son un cuento chino. No es una cuestión de simpatía, es algo más complejo, difícil de explicar. Para ser más exactos, yo mismo creo no saber muy bien de qué se trata.
—¿Y si nos volviéramos algo más laxos?
—No sería admisible para el tipo de relaciones que existen entre nosotros.

No lo recomendaría para empezar con el autor (hay obras mucho mejores) pero para los incondicionales, imprescindible. Más reseñas: “Máscara” de Stanisław Lem (traducción de Joanna Orzechowska) y Reseña: Máscara, de Stanislaw Lem.

Calificación: Bueno.

Extracto:
—. Hábleme primero de eso de que lo tienen «localizado». Me figuro que se refiere usted a que está en peligro, a que quieren secuestrarlo, ¿no es cierto?
—Naturalmente. Ha habido ya unos cuantos casos parecidos. Aquí tengo el New York Times del lunes pasado. Hay un artículo que describe de manera detallada cómo se producen esos «secuestros a la realidad virtual». Ponen de ejemplo a Bill Harkner. Yo lo conocía, íbamos al mismo instituto. Usted lo habrá leído también, ¿verdad?
—Solo lo he hojeado… Al fin y al cabo… ya sabe que no es mi especialidad. El uso equivocado que hace la gente de la última tecnología resulta ya tan generalizado y variado que uno no puede ser experto en todo. Pero continúe, por favor. Puede estar usted seguro —sonrió levemente— de que lo que diga en esta consulta no saldrá de ella…
—¿Así que es consciente usted de que no fue casualidad que el rapto de Bill acabara con él muerto?
—Lo soy. Por supuesto. Por lo que yo sé, al parecer se interrumpió el suministro eléctrico en el barrio donde estaba el desván en que lo retenían, y él se despertó, y entonces se dio cuenta de quién era en realidad y de que aquello era tan solo una ilusión creada por la fantomatización. ¿Y qué? ¿Cree que también van detrás de usted? ¿En qué se basa para sospechar algo así?
No estaba del todo seguro de que Gordon abordara mi inquietud con absoluta seriedad. ¿Quizás hubiese preferido que, simplemente, sufriera alucinaciones? Sería algo más propio de su especialidad. En cualquier caso, ya había ido demasiado lejos, así que decidí proseguir.
—Ocurre lo siguiente —dije—: hace tan solo cinco años, todo eso de invertir en «tecnología virtual», o más concretamente en «realidad virtual», me parecía un asunto de todo menos serio. Una simple manía que, en su momento, se había convertido en el nuevo juguete de moda entre la gente pudiente. No quería tener nada que ver con Visionary Machines, aunque mis brókers intentaran convencerme de que, al menos, entrara en el asunto con un veinte por ciento del paquete de acciones que salió al mercado. Pero yo no creía en el asunto. En absoluto. En cambio, enseguida pensé que de la misma forma que habían surgido los computer crimes, era inevitable que a continuación
surgieran los virtuality crimes. Y no me faltaba razón. Espero que usted comprenda que es difícil que alguien de mi posición, respetado, millonario, se ocupe de cuestiones tan escabrosas. De asuntos que, en primer lugar, constituyen la comidilla de los periodistas y de los autores de thrillers.
—No hacía falta que me contara todo esto —observó Gordon. Su pipa se había apagado y ahora hurgaba con un palito en el interior de la cazoleta, lo cual me disgustó en cierto modo, pues suponía que había estado prestando una mayor atención a mi relato. Al fin y al cabo, yo no era una persona cualquiera, un paciente cualquiera: Gordon siempre me había respetado lo suficiente como para que sus honorarios trimestrales alcanzaran unas cifras récord.
—Digamos que sí que hacía falta —proseguí—. En cualquier caso, tenía razón en cuanto a mis sospechas. Desde que la calidad de la realidad virtual llegó al punto de equipararse a la calidad del mundo real, desde que cada vez se nos antojó más complicado distinguir las ilusiones fantomáticas de la propia realidad, el asunto empezó a ponerse más y más feo. Y me temo que cada vez va a peor.
—Lo sé —tras varios intentos, Gordon había conseguido encender de nuevo su pipa—, lo sé. Los así llamados «secuestros» se sistematizaron cuando surgió una clara motivación para ello. Lo que suele denominarse «secuestro» consiste simplemente en que todos los sentidos de una persona son «desconectados» del mundo y a continuación «conectados» a un ordenador que simula el mundo. Pero, en realidad, mi querido amigo, creo que sería mejor que consultara usted a un buen abogado. Seguro que los tiene a montones. O mejor, a los propios ingenieros fan-tómatas. Poco puede hacer por usted la psiquiatría en estos momentos…
—Es extraño lo que me comenta —repliqué—. Porque lo difícil es discernir COMO la persona que sospecha haber sido introducida en la ficción electrónica se las apaña para averiguar lo que está sucediéndole EN REALIDAD. Si se encuentra en el mundo real, o bien encerrada en una camisa de debilidad electrónica.
—Le propongo una cosa —la pipa de Gordon volvió a apagarse con un chasquido—. ¿No sería quizás mejor dejarse de rodeos e ir directamente al grano? Dígame: ¿QUIÉN lo tiene localizado?

2 comentarios

  • Cities: Walking junio 4, 2014en12:01 pm

    Como fan que soy de Lem, lo tengo en lista de espera. Además con lo chulas que son las ediciones de Impedimenta. ¡¡¡Qué ganas de empezarlo!!!

  • Palimp junio 6, 2014en1:27 pm

    Sí, la edición es de lo mejor. Los relatos tampoco están mal pero vamos, para los incondicionales.

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