Penguin Random House, 2017. 700 páginas.
Ti. or. The Gene. Trad. Joaquín Chamorro Mielke.
Historia de la genética desde Mendel (y más atrás) hasta las últimas técnicas de CRISPR. Con interludios de la historia personal del autor, que sufre en su familia de problemas mentales que se transmiten por herencia. Muy bien narrado y explicado y muy agradable de leer.
Dicen que quien mucho abarca poco aprieta, pero en este caso no se cumple el refrán. Aquí se incluye el nacimiento de la genética con Mendel, la eugenesia, el descubrimiento de la estructura del ADN, el proyecto genoma humano, el congreso de Asilomar -que trajo la ética a la genómica-, la influencia del ambiente, la epigenética, el CRISPR…. Y todos los temas están tratados con un rigor excelente -podría servir como libro de texto- y a la vez de manera entretenida. Es un repaso de todas las ramas de la genética desde el punto de vista de alguien que está dentro del estudio y conoce de lo que habla.
He descubierto las desventuras de Mendel, que desconocía, ya que fracasó varias veces al presentarse a diferentes exámenes:
A finales de la primavera de 1850, un Mendel impaciente hizo la parte escrita del examen en Brno. La hizo mal, especialmente la prueba de geología, que fue pésima («árido, oscuro y vago», juzgó un examinador lo que Mendel escribió)[7]. El 20 de julio, con una ola de calor sofocante en Austria, viajó de Brno a Viena para someterse a la parte oral del examen[8]. El 16 de agosto se presentó ante sus examinadores para la prueba de ciencias naturales. Esta vez los resultados, en biología, fueron aún peores. Cuando le pidieron que describiera y clasificara mamíferos, se sacó de la manga un sistema taxonómico incompleto y absurdo; omitió categorías, se inventó otras y mezcló canguros con castores y cerdos con elefantes. «El candidato parece no saber nada de la terminología técnica, y nombra todos los animales en alemán coloquial, evitando la nomenclatura sistemática», escribió uno de los examinadores. Mendel había vuelto a fracasar
El congreso de Asilomar, que puso freno a los estudios por primera vez en la ciencia:
Tras debatir durante varias horas, Zinder propuso un plan que parecía casi reaccionario: «Bien, si tuviéramos agallas, pediríamos a todo el mundo que no haga estos experimentos».[8] La propuesta provocó un silencioso malestar alrededor de la mesa. Estaba lejos de ser la solución ideal, aparte de lo poco sincero que parecería que unos científicos pidieran a otros restringir su trabajo científico, aunque al menos se lograría un aplazamiento temporal. «Aunque nos resultaba antipático, pensamos que eso funcionaría», recordó Berg. El equipo redactó una carta formal en la que abogaba por una «moratoria» en ciertas investigaciones sobre ADN recombinante. La declaración sopesaba los riesgos y beneficios de las tecnologías de recombinación genética hasta que se solucionaran los problemas de seguridad. «No todo experimento concebible era peligroso», apuntó Berg, pero «unos sin duda eran más arriesgados que otros». Había en particular tres tipos de procedimientos que implicaban al ADN recombinante que debían ser fuertemente restringidos. «No pongamos genes de toxinas en E. coli. No pongamos genes resistentes a medicamentos en E. coli y no pongamos genes del cáncer en E. coli», aconsejó Berg. Con una moratoria, argumentaron Berg y sus colegas, los científicos tendrían tiempo para considerar las consecuencias de su trabajo.[9] Se propuso celebrar una segunda reunión en 1975 para que los debates se desarrollasen en el seno de un grupo más amplio de científicos.
La hambruna en holanda, que provocó un estudio natural terrible que pone de manifiesto el poder de la epigenética:
La hambruna se prolongó hasta 1945. Decenas de miles de hombres, mujeres y niños murieron de desnutrición; millones sobrevivieron. El cambio en la nutrición fue tan radical y abrupto que, de hecho, constituyó un horrible experimento natural; una vez pasado aquel invierno, los investigadores estudiaron en un grupo de ciudadanos los efectos de la súbita hambruna. Esperaban encontrar casos de gran desnutrición y de retraso del crecimiento. Los niños que sobrevivieron al Hongerwinter también tenían problemas de salud potencialmente crónicos asociados a la malnutrición: depresión, ansiedad, patologías cardíacas, enfermedades de las encías, osteoporosis y diabetes. (Audrey Hepburn, la delicada actriz, se contaba entre los supervivientes, y padeció multitud de enfermedades crónicas a lo largo de su vida).
Pero, en la década de los ochenta, apareció un patrón más intrigante: cuando los niños nacidos de mujeres embarazadas durante la hambruna crecieron, acusaron tasas más elevadas de obesidad y enfermedades del corazón.[6] Este hallazgo también podría haber sido predicho. Se sabe que la exposición a la desnutrición in utero produce cambios en la fisiología fetal. Privado de nutrientes, un feto altera su metabolismo para almacenar mayores cantidades de grasa que compensen la pérdida de calorías, con el resultado paradójico de una obesidad de inicio tardío y desajustes metabólicos. Pero el resultado más sorprendente del estudio de los efectos que produjo el Hongerwinter tardaría otra generación más en aparecer. En los años noventa, cuando se estudió a los nietos de los hombres y mujeres que padecieron la hambruna, resultó que también ellos acusaban tasas más altas de obesidad y enfermedades del corazón (algunos de estos problemas de salud aún se están evaluando). La fase aguda de inanición había alterado de algún modo los genes no solo de quienes sufrieron directamente las consecuencias de aquella situación; los genes alterados habían transmitido su mensaje a los nietos. Algún factor o factores hereditarios debieron de quedar impresos en los genomas de aquellos hombres y mujeres hambrientos, y se propagaron al menos a dos generaciones. El Hongerwinter quedó grabado en la memoria nacional, pero también había penetrado en la memoria genética[*].
Y muchas historias más… son muchas páginas, pero todas se disfrutan.
Muy recomendable.
En el año 2009, unos investigadores suecos publicaron un vasto estudio internacional realizado con miles de familias y decenas de miles de hombres y mujeres. Tras analizar familias con historiales intergeneracionales de enfermedades mentales, el estudio encontró pruebas sorprendentes de que el trastorno bipolar y la esquizofrenia comparten un claro vínculo genético. Algunas de las familias descritas en el estudio tenían un historial entrecruzado de enfermedades mentales en gran medida similar al de mi familia: un hermano que padecía esquizofrenia, otro con trastorno bipolar y un sobrino o nieto también con esquizofrenia. En 2012, ulteriores estudios corroboraron estos hallazgos iniciales, que confirmaban los vínculos entre estas variantes de enfermedad mental y los historiales familiares, y que ahondaban en cuestiones relativas a la etiología, la epidemiología, los desencadenantes y los inductores[2].
Leí dos de estos estudios una mañana de invierno en el metro de Nueva York pocos meses después de regresar de Calcuta. En el pasillo del vagón, un hombre con un sombrero gris de piel quería ponerle a su hijo otro sombrero gris de piel. En la calle Cincuenta y nueve, una madre empujaba un cochecito con gemelos que proferían —eso les parecía a mis oídos— gritos idénticos.
El estudio me proporcionó un extraño consuelo íntimo; respondía a algunas de las preguntas que tanto habían atormentado a mi padre y mi abuela. Pero también suscitó en mí una andanada de nuevas preguntas: si la enfermedad de Moni era genética, ¿por qué se habían salvado su padre y su hermana?; ¿qué «desencadenantes» habían desvelado estas predisposiciones?; ¿cuánto de las enfermedades de Jagu o de Moni provenía de la «naturaleza» (es decir, de los genes que predisponen a la enfermedad mental) y cuánto de la «crianza» (desencadenantes ambientales tales como la agitación, la discordia o el trauma)?; ¿podía mi padre poseer esa susceptibilidad?; ¿la poseía también yo?; ¿y si pudiera conocer la naturaleza exacta de esta tara genética?; ¿podría comprobarlo en mí y en mis dos hijas?; ¿les informaría de los resultados?; ¿y si una de ellas fuese portadora de la tara?
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