Libros de la catarata, 2017. 254 páginas.
Aunque algunos se empeñen en negarlo, las mujeres han sufrido una invisibilización desde tiempos inmemoriales, agravada con supuestos estudios científicos que certificaban que era incapaz de hacer las mismas cosas que los hombres, que su misión biológica era otra y les negaba el acceso a puestos de poder y un largo etcétera.
El libro se compone de cinco capítulos, cada uno dedicado a una labor importante. En el primero se recapitulan algunas de las falsedades científicas que se han dicho históricamente sobre las mujeres y se debate sobre si es verdad que hay diferencias cognitivas entre los dos sexos. Esta discusión no tiene mucho sentido, porque muchos estudios certifican que no hay diferencias. También hay otros que afirman que sí las hay, pero en los que lo afirman las diferencias son tan pequeñas que en caso de ser ciertas no tendrían ninguna significación.
En el segundo se habla sobre la invisibilización de las mujeres en la ciencia. Y no hablamos sólo de que las mujeres científicas han sido relegadas a último término en la historia de la ciencia. La cosa es más grave, puesto que muchos de los estudios sobre enfermedades no tienen apenas participantes femeninas. Un caso que está saliendo ahora es el estudio sobre enfermedades cardiacas. Las mujeres presentan síntomas diferentes en un infarto de miocardio, y muchas veces han sido mal diagnósticadas y enviadas a casa.
En el tercer y cuarto capítulo se habla de lo que oculta la ciencia sobre las mujeres y los intereses farmacéuticos implicados, creando falsas enfermedades que ellos mismos se encargan de curar.
En el quinto capítulo se encarga de poner de relieve los sesgos de género en diferentes ámbitos, desde los modelos teóricos hasta los diseños experimentales. Cabe destacar que, pese a las muchas tonterías que se suelen decir en estos temas de sesgos de género por parte de postmodernistas, en este libro sólo se hablan de cosas demostrables con hechos. No hay ninguna cháchara pseudointelectual, todo lo contrario.
Un libro muy recomendable.
La elección de varones como sujetos de investigación se ‘justifica’ porque se dice que los hombres son más baratos y más fáciles de estudiar. Se considera que los ciclos hormonales normales de las mujeres son problemas metodológicos que complican el análisis y lo hacen más costoso. Los investigadores también temen que incluir mujeres en edad de procrear en los ensayos clinicos pueda tener efectos posteriores en la procreación. Eso supone una concepción de las mujeres como «seres procreadores» antes que personas, como «úteros andantes» incapaces o no dispuestas a controlar su fertilidad, a la vez que ignora a las mujeres posmenopáusicas o que no quieren tener hijos. Pero también pasan por alto las necesidades de muchas mujeres embarazadas entre las que tres cuartas partes requieren terapia farmacéutica y por lo general utilizan medicamentos sin receta para condiciones crónicas tales como la diabetes o la depresión. Al mismo tiempo que las mujeres tienden a ser subtratadas en muchas áreas de la medicina, corren el riesgo de ser sobretratadas en el área de la reproducción, como sucede con las cesáreas e histerectomías innecesarias50.
Y esto no es algo del pasado. Por ejemplo, en el informe de la American Heart Association de 3014 aparecen varios ejemplos de estudios en los que o no hay mujeres o el grupo es muy pequeño (en torno al 3o%). El informe «Mental disorders across the adult life course and futurecoronary heart disease evidence for general susceptibili-ty», realizado por Catharine Gale y colaboradores (3014), incluye un estudio prospectivo efectuado sobre más de 1 millón de personas y a lo largo de 22 años de seguimiento y en el que se analiza la presencia de una futura enfermedad coronaria en pacientes que desarrollan trastornos mentales a lo largo de su vida. Pues bien, este estudio está realizando solo con varones suecos.
Durante mucho tiempo se supuso que la «salud de las mujeres» hacía referencia a la salud reproductiva, lo que incluía la atención al parto, la anticoncepción, el aborto, el cáncer de útero, el síndrome premenstrual y otras enfermedades específicamente femeninas. Hoy en día, incluye además el estudio de enfermedades que se encuentran solo en las mujeres o mayoritariamente en ellas (como el cáncer de mama)51, enfermedades con una prevalencia mayor en las mujeres o en algún subgrupo de mujeres (como la osteoporosis) o enfermedades que se presentan de forma diferente en las mujeres (como las enfermedades de corazón).
Pero algunas investigadoras sugieren que no basta añadir mujeres a los estudios y tener en cuenta la fisiología distintiva de estas, pues eso no mejora necesariamente su salud. Estas críticas contrastan el «modelo biomédico» dominante con el modelo «de comunidad», «social» o «ecosocial» de la salud de las mujeres (Krieger, 3001). Este tipo de modelos más amplios, que basan la salud en la comunidad, no ignoran los aspectos biológicos o genéticos de la salud, ni minimizan la importancia del estilo de vida personal, como por ejemplo la atención a la nutrición, el ejercicio, la relajación y no abusar de sustancias tóxicas.
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