La posverdad ha entrado en nuestras vidas. Creíamos que internet nos iba a traer una nueva era de información y datos, de transparencia y verdad, y nos estamos llenando de bulos y noticias falsas. Apenas podemos encontrar datos decentes ahogados en un mar de irrelevancia.
El autor analiza el auge de las mentiras en las redes modernas, el papel de la mentira en la historia, y los cambios en estos tiempos de sobredosis de información. En capítulos aparte nos habla de Umberto Eco y el papel de conspiraciones en sus libros, de las fotografías falsas de Fontcuberta y de los falsos documentales.
En conjunto un recorrido que, si bien no tiene demasiada profundidad, nos ofrece una fotografía de cómo están las cosas.
Recomendable.
Algunas veces las mentiras tienen algo de ocurrencia que viene a cuento de un argumentario, pero que entra en flagrante contradicción con hechos documentados y evidentes para todo el mundo. Trump aludió en febrero, en una rueda de prensa sobre su política migratoria, a unas supuestas acciones terroristas que se acababan de producir en Suecia, y sugería que la permisividad de las autoridades suecas se había visto así traicionada. Pero esas acciones nunca se produjeron (aunque sí tuvieron lugar un par de meses después, el 7 de abril, en Estocolmo: ¿ignorante, mentiroso o augur?). Luego supimos que la noche anterior Trump había visto un documental en la cadena Fox sobre Suecia, y su composición de lugar sobre lo que vio le llevó a inventar sucesos. También mencionó el avance del ISIS en Oriente Medio, cuando lo cierto es que perdía posiciones en Siria e Irak. Esgrimió un dato sobre la tasa de criminalidad en EE.UU. durante la era Obama, que sería la más alta de los últimos 45 años, cuando lo cierto es que se redujo notablemente en ese periodo. E hizo una referencia exultante a los votos electorales que obtuvo, y que habrían sido los más elevados desde Ronald Reagan, cuando un periodista en la sala le corrigió en ese mismo momento, recordando que Bush, Clinton y Obama obtuvieron más. También aludió al presunto dispositivo de espionaje encargado por Obama sobre la Torre Trump en Manhattan, base de operaciones del candidato republicano durante la campaña electoral, hecho que no pudo ser demostrado por ningún documento ni prueba.
Ese mismo ex Jefe de Prensa de Trump que mencionamos arriba, Sean Spi-cer, dio una rueda de prensa el 11 de abril de 2017, poco después de que barcos estadounidenses bombardearan la base militar siria de Al Shayrat, desde la que presuntamente habrían salido los aviones que portaban el gas tóxico que malo a casi un centenar de civiles sirios cerca de Homs, el 4 de abril. Para encarecer la monstruosidad del crimen de guerra que había perpetrado Bachar el Asad,
Spicer dijo literalmente que «ni siquiera Hitler cayó tan bajo como para usar armas químicas». De nuevo el estupor corrió por la sala de prensa, y las torpes excusas de Spicer no calmaron las aguas, sino que las enturbiaron todavía más: argumentó que se refería a que Hitler no había utilizado armas químicas contra su propio pueblo, y luego precisó que no había bombardeado a su pueblo con armas químicas.1 El escándalo fue tal que Spicer tuvo que salir en la CNN a pedir excusas por el error.
En cualquier caso, varias teorías circularon sobre sus declaraciones. Las más piadosas destacaban que el incidente se debió a la ignorancia supina del Jefe de Prensa, un indocumentado indigno de ocupar el cargo. Las más severas veían en la desafortunada referencia histórica un trasfondo político: la primera declaración rayaba en el negacionismo del Holocausto, la segunda sugería que la administración Trump, teñida de supremacismo blanco, no considera a los judíos, aunque fueran alemanes, como el propio pueblo de Hitler.
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