Peter Ackroyd. Londres una biografía.

noviembre 13, 2015

Peter Ackroyd, Londres una biografía
Edhasa, 2002. 1008 páginas.
Tit. Or. London: The biography. Trad. Carmen Font Paz.

Hay libros que no se leen, se escalan. Es el caso de este tochazo de mil páginas que pretende ser una biografía de Londres y del que sólo había leído elogios en la red (por ejemplo, aquí: Reading at the moonlight). Yo, para no sufrir un empacho, lo leí en cuatro tandas, alternando con otros libros de ficción.

Aunque el tema es claro, la ciudad de Londres, es difícil explicar en qué consiste el libro. No es un índice de lugares interesantes, ni una aproximación histórica. Son multitud de temas (los niños, la alimentación, el río, la niebla…) tratados con meticulosidad y abundancia de citas históricas y literarias.

Abundancia que ha sido demasiado para mí. Hay historias muy interesantes, y algunas páginas tienen un innegable aire poético. Pero en muchas ocasiones los datos me resultan irrelevantes. No me interesa saber la cantidad de vacas que se consumían en Londres en el siglo XVII. La mitad del libro me ha resultado muy aburrido (y la mitad de 1000 son 500 páginas de aburrimiento). Seguramente hubiera ayudado que la ciudad fuera otra que tuviera más a mano.

Dejo abundancia de citas, sobre todo acerca de las condiciones de vida de la antigüedad que, nunca está de más decir, eran una auténtica mierda. Reseñas más inteligentes que la mía aquí: PETER ACKROYD: LONDRES: UNA BIOGRAFÍA y Londres, una biografía, de Peter Ackroyd.

Calificación: Bueno, pero no lo lean de golpe.

Los diversos gremios de artesanos luchaban abiertamente entre ellos en las calles; un grupo de orfebres, por ejemplo, atacó a un talabartero y le rajaron la cabeza con una espada, le partieron la pierna con una hacha y lo apalearon con porras; murió al cabo de cinco días. Cuando los aprendices de abogado se manifestaron junto al Aldersgate, un ciudadano «se divirtió» lanzando una flecha a la multitud que mató a un desafortunado viandante. Un «día de amor», pensado para reconciliar a los herreros con los cobreros, se convirtió en una sanguinaria revuelta general. Cuando un grupo de rebeldes entró en una taberna, uno de los clientes preguntó «¿quién es esta gente?» y lo mataron sin dilación con una espada. Se libraban peleas constantes en las calles, y se tramaban emboscadas y discusiones por nada, o por «lana de cabra», tal como decía la expresión de la época. Los juegos de «dados» o de «mesa» solían acabar en peleas entre borrachos, mientras que también queda claro que los propietarios de algunas tabernas donde se jugaba estaban envueltos en fraudes indiscriminados. Es un dato curioso, pero instructivo, que los funcionarios del distrito o la parroquia fueran raudos en atender las necesidades religiosas de los lisiados o moribundos, pero pocos eran los esfuerzos para administrar cualquier tipo de tratamiento médico por parte de los médicos o barberos-cirujanos. Generalmente se dejaba que los heridos se recuperaran, o fallecieran, según dispusiera la providencia.


Se entregaron a los dueños y patronos, no obstante, en vez de al diablo. Londres se consolidó sobre la base de las ganancias comerciales y la especulación financiera, y sus pautas de habitabilidad siguieron imperativos parecidos. La ciudad ha crecido en gran medida a través de construcciones especulativas, y ha ido avanzando en sucesivas temporadas de inversión y ganancias mientras su actividad se detenía momentáneamente en períodos de recesión. La parroquia de Saint Giles fue un caso interesante de explotación. Un reducido grupo de individuos eran propietarios de las casas de la zona -ocho personas, por ejemplo, poseían un ochenta por ciento de las viviendas en el barrio de Church Street- y alquilaban las calles una por una. A cambio de una cantidad acordada, una persona alquilaba una calle durante un año y luego subalquilaba ciertas casas por una paga semanal, mientras que el arrendador de cada vivienda alquilaba habitaciones individuales. La persona que alquilaba una habitación pedía algo de dinero a quien ocupara una esquina.Todo ello representa ejemplarmente una jerarquía absoluta de necesidad, o de desesperación, en la que nadie asumía responsabilidad alguna por las condiciones desesperadas que imperaban en el lugar. Se acusaba a los «irlandeses» o a la tendencia al vicio de las «castas inferiores» que, de algún modo, eran consideradas portadoras de su desdichado destino. Las caricaturas de Hogarth, o de Fiel-ding, condenan a las víctimas en vez de a su opresión.


No es habitual en esta zona de Londres hallar lo que básicamente es una parcela de terreno baldío. La respuesta a este interrogante es histórica. Aquí, según Daniel Defoe en Diario del año de la peste, en «una parcela pasado ya Goswell Road, cerca de Mount Mili […], se enterraron muchos cuerpos sin orden ni concierto, procedentes de las parroquias de Alders-gate, Clerkenwell, e incluso de las afueras de la ciudad». Es decir, era la fosa de la peste donde, durante la Gran Peste de 1664 y 1665, se arrojaron miles de cuerpos que llegaban en los «carros de la muerte».
Podría compararse con la fosa de Houndsdicth, con unos doce metros de longitud, cuatro de ancho y seis de profundidad, y que contenía más de mil cadáveres. Algunos de los cuerpos «se envolvieron con sábanas, o en harapos, otros estaban prácticamente desnudos, o eran tan delgados que les resbalaron las telas que llevaran puestas al arrojarlos al carro». Se decía que a veces los vivos, de pura desesperación, se lanzaban a la fosa con los muertos. La taberna Pye estaba muy cerca de la fosa de Houndsditch y cuando, por la noche, los borrachos oían el traqueteo del «carro de la muerte» y el tintineo de la campana metálica, se acercaban a la ventana y se burlaban de quienes lloraban a los recién fallecidos. También proferían «expresiones blasfemas» tales como Dios no existe o Dios es un demonio. Había un conductor que «cuando en su carro de la muerte traía a un niño gritaba «leña y más leña, cinco por seis peniques» y cogía a un niño por la pierna».
La zona de Mount Mills sigue siendo hoy una tierra baldía.


Pero, si la prostituta londinense se asociaba a la imagen de infección y enfermedad, la encarnación misma de todas las ansiedades y temores que la ciudad era capaz de provocar, la otra cara de la moneda era el aislamiento y la marginación. La descripción de Ann que realiza De Quin-cey, una de las hijas de Oxford Street, esa calle del corazón de piedra, constituye un ejemplo magnífico de ese ojo urbano que distingue en el dolor de una joven prostituta la condición misma de la vida en la ciudad; ella había caído presa de sus implacables fuerzas comerciales y de su indiferencia e ingratitud esenciales.
Dostoievski, mientras paseaba por Haymarket, observó «cómo las madres llevaban a sus hijas pequeñas para que las ayudaran en su negocio».Vio a una niña, «que no tendría más de seis años, vestida con harapos, sucia, descalza y con las mejillas hundidas; le habían propinado una enorme paliza y su cuerpo, medio descubierto entre los andrajos, dejaba entrever los moratones […]; nadie le prestaba la más mínima atención». Aquí presenciamos un modelo del sufrimiento de Londres entre la multitud que circula en un constante apremio, y que no se detendrá ante una niña agredida de la misma manera que no lo hace ante un perro lisiado. Lo que más le sorprendió a Dostoievski, acostumbrado al terror y a la desesperación en su país, fue «su mirada de tanto dolor, tal desespero en su rostro […]; no paraba de mover su cabeza despeinada, como si discutiera por algo, gesticulaba y abría sus manitas, luego de repente las juntaba y las apretaba contra su pequeño pecho desnudo». Éstas son las escenas y las imágenes de Londres. En otra ocasión, por la noche, una mujer vestida completamente de negro pasó junto a él a toda prisa y le dejó un trozo de papel en la mano. Él lo leyó, y vio que contenía el mensaje cristiano de «Yo soy la resurrección y la vida». Pero, ¿cómo era posible creer en los preceptos del Nuevo Testamento cuando se era testigo del dolor y la soledad de una niña de seis años? Cuando la ciudad se describía como pagana, se debía en parte a que nadie que viviera entre semejante sufrimiento urbano podía profesar mucha fe en un dios que permitía a ciudades como Londres prosperar.


Cuando se creía que en otoño de 1726 MaryTofts había dado a luz a una carnada de conejos, «todo el mundo acudió a la ciudad, vinieron hombres y mujeres para verla y tocarla […], los más eminentes médicos, cirujanos y comadrones de Londres pasaron con ella día y noche para seguir de cerca su próximo parto». La manía por los tulipanes en el West End en el siglo xvn y el XIX sólo puede equipararse con la moda por la aspidistra en el East End a principios del siglo XX. También en esa primera mitad de siglo se pusieron de moda los gatos persas, y «en poco tiempo no había hogar que no tuviera un gato». Un gato vivo acaparó «las noticias» en 1900: era el gato que lamía sellos en la oficina postal de Charing Cross, lo cual atrajo a un gran número de curiosos ávidos de ver al animal realizar la hazaña una y otra vez. El gato se convirtió en un reclamo publicitario que, en boca de un periodista de la época, representaba «la creación de lo temporalmente importante». Un elefante en cautividad llamado Jumbo era el responsable de una serie de canciones, cuentos y una variedad de caramelos conocidos como «las cadenas de Jumbo», antes de perderse del todo en los entresijos de la memoria colectiva.
Pero todas las modas de Londres son transitorias. El conde de Chateaubriand se dio cuenta de ello en 1850 con su observación de que «las modas de palabras, la afectación en la lengua y la pronunciación cambian en casi toda sesión parlamentaria de la alta sociedad londinense». Comentó cómo en Londres el vilipendio y la exaltación de Napoleón Bonaparte se sucedían uno a otro con extraordinaria rapidez, y llegó a la conclusión de que «las reputaciones se ganan rápidamente en las riberas del Támesis y se pierden de igual manera». «Una palabra de moda que esté en boca de todos durante un invierno -escribió la señora E.T. Cook en su Highways and Byways in hondón (1902)— se olvida por completo al verano siguiente.» Horace Walpole comentó lo mismo, que «los ministros, los escritores, los ingeniosos, los necios, los patriotas, las prostitutas, apenas aguantan una segunda edición. Nadie hace mención de lord Bolingbro-ke, Sarah Malcom y el viejo Marlborough, salvo los ancianos cuando char-
lan con sus nietos, quienes nunca han oído hablar de esas personas». Estar «fuera de la vista» en Londres significaba ser «olvidado». Berlioz escribió en 1848 que en la capital había muchos «a quienes la novedad sólo les hace más estúpidos». Contemplan el curso de los acontecimientos y las carreras «con el ojo de un postillón situado a un lado de la vía y reflexionando sobre el paso de una locomotora».


Los combates entre hombres y mujeres también eran frecuentes: «En Holbourn vi a una mujer enzarzada con un hombre […]; después de pegarla con una fuerza atroz, él se retiraba […] y la mujer aprovechaba estos intervalos para arremeter contra él valiéndose de sus manos, y dándole en rostro y ojos […]; la policía asegura no tener conocimiento de estos combates individuales». Por «policía» cabe entender al sereno o guarda de cada distrito, quien hacía caso omiso de esas peleas porque eran muy habituales. Pero el asunto no acaba aquí. «Si un cochero se discute con un caballero acerca del precio, y el señor se presta a pelear con él para dirimir sus diferencias, el cochero consiente de todo corazón.» Esta agresividad podía acarrear terribles consecuencias, como sucedía a menudo. Dos hermanos se pelearon, y uno mató al otro a la salida de la taberna ThreeTuns: «Al parecer su hermano trató de matar al cochero, porque éste no le complacía, y sacó su espada mientras el otro blandía su cuchillo […] y con él lo apuñaló».
Una de las «diversiones» de los ingleses, según reflejan muchas crónicas, era la pelea entre mujeres en espacios dedicados al ocio, como en el Hockey-in-the-Hole. Se tiene constancia de que «las mujeres luchaban casi desnudas con dos espadas tan afiladas en sus puntas como navajas. Las dos combatientes solían cortarse con esas armas, y se retiraban por un momento para «coserse» las heridas sin las virtudes de la anestesia, que era sustituida por su propia animosidad. La lucha seguía hasta que una de las participantes caía desmayada, o quedaba tan gravemente herida que no podía continuar la fiesta. En una ocasión, una de estas mujeres tenía veintiún años y la otra sesenta. Acabó convirtiéndose en un espectáculo muy ritualista, aparte de sangriento. Las dos guerreras se saludaban una a otra, y también al público, con una reverencia. Una lucía unos lazos azules, la otra rojos; cada una empuñaba una espada de aproximadamente un metro de largo y con una hoja de casi ocho centímetros de ancho. Con
esas temibles armas, y tan sólo un escudo de mimbre para defenderse, las mujeres se atacaban mutuamente. En uno de esos combates, una espada-china «recibió una herida larga y profunda en cuello y garganta»; el público le arrojó algunas monedas, pero «estaba muy malherida como para seguir luchando».


Walpole escribió a propósito de lady Mary Wortley Montagu, por ejemplo, que «toda la ciudad se ríe de ella. Su vestido, su avaricia, y su imprudencia divierten a la fuerza […]; luce un sombrero repelente que no tapa sus grasien-tos mechones negros y sueltos, nunca peinados ni rizados; su viejo guardapolvo azul oscuro y entreabierto descubre unas enaguas de lona.Tiene el rostro muy hinchado de un lado y en parte cubierto de una pintura blanca, y por escoger la más barata resulta tan vulgar que nadie la utilizaría ni para fregar una chimenea». MaryWollstonecraft escribió su ingeniosa y sugerente obra Vindicación de los derechos de la mujer en Store Street, a la altura deTottenham Court Road, y por ello la desacreditaron como blasfema y puta; su llamado a la igualdad entre los sexos se ridiculizó como la invectiva de una «amazona», y su vida vino marcada por el aislamiento y la infelicidad.Tal como William Saint Clair ha escrito en The Godwins and the Shelleys, «al final de la entrada [en la publicación Anti-Jacobin Review] de MaryWollstonecraft se remite al lector al término ‘prostitución’, pero la única entrada bajo ese encabezamiento es «véase Mary Wollstonecraft»».
Probablemente, no sorprenderá a nadie saber que el deseo de controlar a las mujeres surgía en momentos de pánico o de poca estabilidad económica. También cabe recordar que en esa época se respiraba una sensación de cambio inminente y de alteración, y además los primeros intentos de revolución en Francia y en América amenazaban la propia existencia de la política de Estado o la «Vieja Corrupción». El libro Vindicación de los derechos de la mujer fue un aspecto de ese fervor, y puede servir para entender por qué las mujeres nunca fueron más ridiculizadas que en las últimas décadas del siglo XVIII. Era otro método de control urbano.

2 comentarios

  • Howard Roark marzo 19, 2016en6:12 pm

    Acaban de regalarmelo, y es un gran libro. Pero advierto que la traduccion al español, hecha por Carmen Font, es deplorable. Es la tipica traduccion hecha por alguien que o no tiene sentido común, ó va tan pobre de conocimientos que escribe cosas ininteligibles hasta por sí mismo que «espera» que el lector no se percate. Parece no conocer bien la lengua a la que vierte el original, y te obliga a traducir al traductor. En unas 40 páginas he encontrado – amén de la confusión habitual entre «cemento» y «hormigón», «habitual» entre los legos en temas técnicos que traducen alegremente terminos técnicos – 3 pifias muy llamativas:
    – pag 39….»Estrabon describe a un embajador Briton como a un hombre bien vestido…»- ¿»embajador Briton». ¿Briton se llamaba el embajador, o mas bien era «britano»?. ¿Era quizás, el mismísmo mr. Briton que dió origen a toda una nación?.
    – pag. 29.- «En 1877, en un ejemplo sublime caracteristico de la ingenieria victoriana, se derribaron 250 metros de un torrente enorme…». Carmen, mujer, está hablando de un curso de agua, un «torrente», ¿quieres explicarnos que es, en ingeniería, «derribar» un curso de agua?. «Derribar» es echar por tierra algo, un edificio ó un puente, por ejemplo…¿Como se «derriba» un río?. ¿No será, mas bien, que CUBRIERON el torrente?. ¿No quedamos en que era un alarde de ingeniería?. Si un «alarde» es una proeza, un logro, ¿como puede ser una proeza «derribar», que se hace a pico y pala?. ¿Estas segura de que sabes el significado de «derribar», «alarde», «torrente», ó «ingeniería»?. Voy a traducirtelo al español, despues de esta cosa intermedia que has pergueñado sin comprender lo que pasó: «cubrieron», que es lo que se hace con los cursos de agua cuando se urbaniza encima….
    – pag 27.- Hablas de una «piedra portland» que «posee un lecho en diagonal….». Una descripcion geologica, que tendría sentido si la «piedra portland» estuviera en su sitio, en la tierra, formando un estrato…pero es que no esta así, está cortada y colocada, suponemos que en piezas, bloques o placas, «en el edificio de aduanas del puerto y de la antigua iglesia de St. Pancras…». Esta piedra en piezas no puede «poseer lechos». Es mas simple, en español se dice que «tiene vetas». Los lechos, referidos a la piedra, son geológicos, y las vetas son esas rayitas que sueles ver en el marmol, colocado en placas en el suelo, ó en forma de encimera en tu cocina…
    En esta misma reseña leo «pegarla», por «pegarle», aunque sea a una mujer, o que dos «se discuten», a lo que obviamente le sobra el «se».
    990 páginas entre 40 que llevo, por tres pifias cada 40, hacen unas 75 pifias, incoherencias en las que habrá que pararse, intentando averiguar qué quiso decir Ackroyd, haciendo una especie de ingeniería inversa, te metes en la cabeza de alguien con pocos conocimientos de lo que ha leído, o con pocos conocimientos de la riqueza, y precisión, del idioma que cree conocer perfectamente, y buscas sinónimos de la burrada que decidió poner, aunque sean tan lejanisimos como «derribar» ó «cubrir», y ahí encontrarle el sentido…Total, derribar y cubrir no son las dos cosas que se hacen «en la construcción»?. Este es el nivel nivelazo. Es para pedirles que devuelvan el dinero, o que se comprometan a mandarte gratis una edicion bien traducida, con sus mas sinceras disculpas.

  • Palimp mayo 11, 2016en5:36 pm

    Gracias por su comentario erudito y clarificador.

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