Pere Grima. La certeza absoluta y otras ficciones.

abril 17, 2020

Pere Grima, La certeza absoluta y otras ficciones
RBA, 2011. 142 páginas.

Libro de divulgación acerca de la estadística, como funciona por qué podemos fiarnos de ella y por qué no a través de múltiples ejemplos ilustrativos. Los capítulos en los que está organizado son los siguientes:

Capítulo 1: Cómo sacar información relevante de una maraña de datos
Capítulo 2: Cálculo de probabilidades: criterios para movernos un un mundo de incertidumbre
Capítulo 3: Conocer el todo mirando una parte
Capítulo 4: Cómo razonamos para tomar decisiones. Eso que llamamos «contraste de hipótesis»
Capítulo 5: ¿Es mejor? ¿Es más eficaz? Cómo diseñar pruebas para responder a estas preguntas

Y realmente ilustra de una manera rigurosa y divulgativa los conceptos básicos de esta ciencia. No hay ninguna reseña de este libro en internet, lo que es una pena, pero aquí les dejo un par de enlaces de interés. La trastienda del libro por el mismo autor: La certeza absoluta y otras ficciones – making of y una sección de juegos matemáticos de la revista Investigación y ciencia donde citan un ejemplo del libro: Juegos matemáticos.

Muy recomendable.

LOS ZURDOS VIVEN MENOS (¿O NO?)
El 4 de abril de 1991 el Washington Post publicaba en su portada una noticia sobre un estudio que ponía de manifiesto que los zurdos viven, en promedio, 9 años menos que los diestros. El estudio se basaba en el análisis de las defunciones en dos condados de California en los que se analizó la edad de las personas al morir según fueran diestras o zurdas. Mientras que los diestros llegaban a edades avanzadas con cierta frecuencia, entre los zurdos era mucho más raro.
La noticia tuvo un gran impacto y rápidamente surgieron explicaciones que justificaban este resultado: se dijo que los zurdos son más propensos a determinado tipo de enfermedades y a sufrir accidentes graves; una de las causas podría ser que las máquinas, los aparatos que usamos a diario, el mundo en general, está pensado y hecho para los diestros. Eso provoca entre los zurdos inadaptación, accidentes… y como consecuencia de todo ello una considerable disminución de la esperanza de vida.
Pero no, en febrero de 1993 se publicó en el American Journal of Public Health un riguroso artículo, muy bien documentado, poniendo las cosas en su sitio: la diferencia de edad al morir se podía explicar completamente por la diferencia en la distribución de las edades de diestros y zurdos. Resulta que a principios del siglo xx cuando un niño mostraba tendencia a comer o a escribir con la mano izquierda se le forzaba a hacerlo con la derecha, de forma que cuando se realizó el estudio había muy pocos zurdos ancianos y, por lo tanto, morían muy pocos a esa edad, pero no porque no hubieran llegado a viejos, sino porque no les dejaron llegar a zurdos. Este artículo no salió en las portadas de los periódicos, cumpliéndose aquello de que siempre tienen más impacto mediático las noticias más sorprendentes o espectaculares. Este caso también pone de manifiesto que cuando se tienen unos datos es fácil encontrar razones verosímiles que los justifiquen. Creo que los que explican las razones por las que el día anterior subió o bajó la bolsa saben algo sobre esto.
Fue a finales de la década de 1920 en Cambridge, Inglaterra. Un grupo de profesores, sus esposas y algunos invitados estaban tomando el té al aire libre aprovechando lo agradable de la tarde. Con la taza en la mano y después de dar el primer sorbo, una señora comentó que notaba un sabor diferente si el té se ponía antes o después que la leche.
Con toda cortesía, cómo no, alguien hizo unas reflexiones sobre lo difícil que eso era, y así surgió una discusión en la que se esgrimieron todo tipo de argumentos procedentes del mundo de la física y de la química: la composición del producto resultante era la misma tanto si se vertía primero el té como si se ponía antes la leche, las partículas disueltas acababan exactamente igual, el gradiente de temperaturas no podía influir, etc. No, no era posible distinguir una taza de otra… ¿o quizá se les escapaba algo?
Uno de los allí presentes, un hombre de unos 40 años llamado Ronald Aymer Fisher, propuso salir de dudas aplicando un procedimiento «revolucionario»: hacer la prueba. Claro que no se podía hacer con una sola taza de cada tipo, porque la probabilidad de acertar al azar sería de 1/2 y si acertaba no sabrían si había sido por casualidad o si realmente había podido distinguir una mezcla de la otra. Pero si se le daban 4 tazas de cada tipo la probabilidad de que acertara al azar sería sólo de 1 entre 70 (existen 70 maneras distintas de elegir 4 objetos entre 8); así que si acertaba en esas condiciones podrían afirmar que sí sabía distinguir una preparación de la otra con una probabilidad de error pequeña y, además, conocida.
Fisher ya era por aquel entonces un afamado profesor, que en 1935 publicaría un texto de referencia que marcó un antes y un después en las estrategias de recogida de datos mediante la experimentación. El título del libro es The Design of Experiments y en el capítulo 2 introduce algunos de los conceptos clave utilizando este caso como hilo conductor.

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