Pedro Lemebel. Poco hombre.

septiembre 19, 2025

Pedro Lemebel, Poco hombre
Las afueras, 2022. 344 páginas.

Selección de artículos y crónicas del gran escritor Pedro Lemebel, seleccionadas por Echevarría y aprobadas por él mismo. Están organizadas en diferentes temáticas, el mundo de la noche, crónicas de desfavorecidos, protestas políticas…

Todo escrito con su estilo único e inigualable, a veces de un barroquismo exhuberante, pero siempre sabroso. Como dije aquí: La esquina es mi corazón, muchas de estas crónicas podrían ser relatos sin cambiar absolutamente nada, porque tienen un pulso narrativo envidiable y se leen con gran placer.

Creo que la selección es bastante amplia y representativa, y nos ofrece un panorama estupendo del gran hacer del autor, un escritor que, en mi opinión, no tiene toda la fama que se merece.

Muy bueno.

No fumo, te contesté con pudor. Entonces no fumaba, ni piteaba, ni tomaba, ni jalaba, sólo amaba con la furia apasionada de los dieciséis años. Pueden venir los fachos. ¿No tienes miedo? Te contesté que no, temblando. Es por el frío, esta noche hace mucho frío. No me creiste, pero enlazaste tu brazo en mis hombros con un cálido apretón. «De noche salgo con alguien a bailar, nos abrazamos, llenos de felicidad… mas la ciudad sin ti…». Era extraño que cantaras esa canción y no las de Quilapayún o Víctor Jara, que guitarreaban tus compañeros del partido. La cantabas despacito, a media voz, como si temieras que alguien pudiera escucharte. No sé-era como si me la cantaras sólo a mí. «Pues la ciudad sin ti…», musitabas cada letra en el vaho de aquella tensa noche de vigilia. Casi no sentía frío a tu lado, y hablando así despacito de tantas cosas, de tanto ingenuo adolecer, me fui relajando, adormilando en tu hombro. Pero el pavor me cortó la respiración al escuchar unos pasos en la calle. No te muevas, me soplaste al oído, sujetando el garrote. Pueden ser los fachos. Y permanecimos así juntititos, con el corazón a dúo haciendo tum tum, expectantes. Pero no eran los fachos, porque las pisadas se perdieron en la concavidad de la calle retumbando. Y quedamos de nuevo solos en silencio. «Y en el aire se escucha una música…», volviste a cantar en mi oído, y así pasaron las horas, y al día siguiente nos sacamos rojo en la prueba y vinieron los exámenes de fin de año y los tiempos escolares rodaron turbulentos en marchas por Vietnam y mítines en apoyo al Presidente Allende. Y después la música se cortó de pronto, vino el golpe y su brutalidad me hizo olvidar aquella canción.
Nunca más supe de ti. Pasaron los inviernos de tormenta rebalsando el Mapocho de cadáveres con un tiro en la frente. Pasaron los inviernos con la estufa a parafina y la tele prendida con Don Francisco y su musiquita burlesca acompañando el cortejo de la patria en dictadura. Todo así, con show importado,
ron vedettes tetudas en la falda de los generales. La única músi-■ a que retumbaba en el toque de queda era la de esa farándula mitiquera.
Nunca más supe de ti, quizás escondido, arrancado, tortura-(lo, acribillado o desaparecido en el pentagrama impune y sin música del duelo patrio. Algo me dice que fue así. Santiago es una esquina, Santiago no es el gran mundo; aquí, algún día todo se comenta, todo se sabe. Por eso hoy, al escuchar esa canción, la canto sin voz, sólo para ti, y camino trizando los charcos del parque. Este invierno se viene duro, cae la tarde otoña en el cielo reflejado de las pozas. Aglomeración de autos tocan bocinas en los semáforos. Van y vienen los estudiantes con sus pasamon-lañas para el frío y la protesta. Los santiaguinos se agolpan en los paraderos del Transantiago en masa, en tumultos, en una muchedumbre alborotada que cólmalas calles. «Mas la ciudad sin ti… mi corazón sin ti…».

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