Ariel, 2010. 390 páginas.
Tit. Or. Babylon: Mesopotamia and the birth of civilization.
Paul Kriwaczek narra el origen, apogeo y muerte de esta civilización y examina sus numerosas innovaciones culturales, sociales y tecnológicas: la escritura, la rueda, el ladrillo, el estado centralizado, las matemáticas, las leyes….En el corazón del relato está la gloria de Babilonia, o puerta de los dioses, bajo el rey Hammurabi, el momento de mayor expansión y apogeo de la historia de Mesopotamia.
Un ensayo genial, excelentemente escrito.
Muy bueno.
Por lo tanto, las primeras personas que establecieron allí sus hogares no estaban escogiendo el camino más fácil. Construyeron sus chozas de caña en la ribera del río, crearon campos para cosechar el trigo y la cebada, jardines para plantar verduras y dátiles, y llevaron sus animales a pastar en la estepa. Si hubieran querido una vida fácil, se habrían asentado en donde hubiera habido suficientes precipitaciones anuales para hacer más simple la agricultura, por ejemplo, tras la línea invisible que demarca el área en que hay precipitaciones anuales de más de 200 mm, llamada por los geógrafos la isoyeta de 200 mm. Esta línea se curva formando un gran semicírculo desde las estribaciones de los montes Zagros en el este, pasando por la cordillera del Tauro en el norte y hasta la costa mediterránea en el oeste; por la forma que describe, el arqueólogo norteamericano James Henry Breasted lo denominó el Creciente Fértil. En el sur de Mesopotamia, muy en el interior de la curva, apenas llueve durante la mayor parte del año. Aquí, los recién llegados sólo disponían del río para regar sus cereales, e incluso para ello necesitaban reconfigurar primero la propia tierra con malecones, diques, zanjas, reservas y canales.
En otras partes del mundo, durante varios miles de años, muchos hombres y mujeres habían llevado un feliz estilo de vida que apenas cambiaría en sus fundamentos hasta prácticamente nuestra época, a través de una agricultura de subsistencia bien adaptada a sus necesidades y deseos. De hecho, hoy en día se mantiene ese sistema de vida en muchos lugares. Pero no era suficiente para los precursores de la planicie de Mesopotamia. No se había agotado la tierra apropiada para la agricultura tradicional. Las poblaciones humanas eran diminutas y estaban muy dispersas, dejando un amplio espacio para los nuevos asentamientos agrícolas. Pero los que vinieron a este lugar no parecían muy interesados en imitar a sus antepasados y adaptar sus formas de vida al medio natural que se encontraron. Por el contrario, estaban decididos a adaptar el medio ambiente a su forma de vida.
Fue un momento revolucionario en la historia de la humanidad. De forma consciente, los recién llegados aspiraban nada menos que a cambiar el mundo. Fueron los primeros en adoptar el principio que ha conducido al progreso y avance a través de la historia y que sigue motivando a la mayoría en los tiempos modernos: la convicción de que transformar y mejorar la naturaleza, adueñándose de ella, es no sólo un derecho de la humanidad, sino su misión y su destino.
Desde antes del 4000 a.C, y durante los diez o quince siglos siguientes, la gente de Eridú y alrededores sentaron los cimientos de casi todo lo que conocemos como civilización. Se la ha llamado Revolución urbana, aunque la invención de las ciudades fue lo menos importante. Con la ciudad vino el Estado centralizado, la jerarquía de las clases sociales, la división del trabajo, las religiones organizadas, la construcción de monumentos, la ingeniería civil, la escritura, la literatura, la escultura, el arte, la música, la educación, las matemáticas, la ley, por no hablar de la amplia gama de nuevas invenciones y descubrimientos (desde artículos tan básicos como los vehículos con ruedas y los barcos de vela hasta hornos de cerámica, la metalurgia y la creación de materiales sintéticos). Y coronando todo esto se encontraba la enorme colección de nociones e ideas tan fundamentales para nuestra manera de ver el mundo, como el concepto de los números o el peso, independientes de los objetos reales contados o pesados (el número diez o un kilo); solemos olvidar que estas nociones fueron inventadas o descubiertas por alguien hace mucho tiempo. Todo esto se realizó por primera vez en el sur de Mesopotamia.
El escriba que escribió el texto en el prisma del Museo Ashmolean, al igual que el oficial del palacio de la corte del rey Utu-Hegal, sabía cómo había surgido ese gran avance: el reinado había descendido a la tierra desde el cielo. Esto no se halla muy lejos de las propuestas de algunos observadores modernos y desatinadamente descarriados, como Erich von Daniken y Zechariah Sitchin, que achacan todo a extraterrestres del espacio exterior. Otros concluyeron, a partir de
Gilgamesh dirige a sus jóvenes a la lucha, captura al rey Aga de Kish y luego, en una exhibición inesperada de generosidad, le deja libre para que vuelva a su ciudad.
Se trata de una épica literaria, no de historia, aunque pueda reflejar fácilmente un conflicto real entre Uruk y Kish, una ciudad situada a unos 150 kilómetros al noroeste. El tiempo que transcurrió entre los acontecimientos que pretende describir y la escritura de éstos es tan largo como el que hay entre la época del rey Arturo y la Mesa Redonda y nuestra época. Y como ocurre con la leyenda de Arturo, en ella se cuenta más sobre la época en que fue escrita que sobre la época que describe.
Sin embargo, nos aporta una visión lejana de un momento de la historia de Uruk, pues pasa gradualmente de la Edad de Piedra a la Edad de los Metales («la herrería de los dioses»). Thorkild Jacobsen llamó democracia primitiva al período en que un gobernante aún tenía que consultar con su gente («la asamblea de los ciudadanos ancianos»); monarquía y autocracia, cuando el gobernante hace lo que quiere sin consultar la opinión de nadie; y atribuye la coexistencia pacífica a un estado constante de agresividad bélica («déjanos emprender una
En cualquier caso, el valor de una cerveza se demuestra bebiéndola y ha habido varios intentos de probar los métodos detallados en el himno a Ninkasi. En 1988, la Anchor Brewing Company (Compañía Cervecera Anchor), de San Francisco, colaboró con el Dr. Solomon Katz, antropólogo, para resucitar la bebida sumeria, que resultó ser más como el kvas ruso —es como la cerveza pero con una parte de la cebada malteada—; en primer lugar se horneaba en hogazas (o incluso se horneaba dos veces en galletas) y después se hacia puré y se fermentaba. La bebida resultante era bastante sabrosa, con una graduación del 3,5 por ciento de alcohol por unidad de volumen, como muchas cervezas ligeras modernas; de ella se dijo que tenía «un sabor seco, nada amargo, cercano al de una sidra ».
En tiempos sumerios lo hubieran celebrado con una canción de parranda. Todos juntos:
¡La cuba de gakkul, la cuba de gakkuft ¡La cuba de gakkul, la cuba de lamsare.
¡La cuba de gakkul, que nos pone de buen humor!
¡La cuba de lamsare, que nos alegra el corazón!
¡La jarra de ugurbal, alegría de la casa! ¡La jarra de caggub, llena de cerveza!
¡Lajarra de amam, que lleva la cerveza de la cuba de lamsare]…
¡Conforme le doy vueltas al lago de la cerveza, sintiéndome muy bien,
sintiéndome muy bien, bebiendo cerveza, con un humor estupendo,
bebiendo alcohol y encontrándome lleno de júbilo,
con un corazón alegre y un hígado contrariado,
mi corazón es un corazón lleno de alegría!
«págame en plata tanto como yo piense que sea justo, o reembólsame con una cantidad equivalente de cebada». Pero si el hombre pobre no desea vender, el rico no podrá forzarlo». Liberó ciudadanos que habían caído en una deuda irreparable o habían sido falsamente acusados de robo o asesinato. «Prometió al dios Ningirsu que no permitiría a viudas y huérfanos convertirse en víctimas de los poderosos. Instituyó la libertad para los ciudadanos de Lagash».
Los especialistas todavía discuten lo que de verdad significaron para los habitantes de Lagash todas estas afirmaciones de Urukagina. ¿Fueron sus reformas simplemente las acciones de un hombre bueno y justo o fueron más bien el medio por el que establecer la buena fe de un regente que había usurpado el trono de su ocupante legítimo? ¿Era la devolución de la propiedad del templo de verdad un intento por reestablecer el papel del sacerdocio en la sociedad de Lagash o fue más bien que, al nombrarse a sí mismo y a su familia para puestos de la jerarquía del templo, como hizo, Urukagina cimentaba su propia posición conforme daba la apariencia de altruismo y generosidad? Nunca lo sabremos. Pero el debate, aunque interesante para los especialistas, en realidad deja de lado algo potencialmente más significativo: los textos que describen los actos de Urukagina introducen varios elementos novedosos en la historia del gobierno.
Aunque la cronología antigua es objeto de mucha disputa, el reinado de Urakagina no fue de ninguna manera posterior al año 2400 a.C. En cualquier otro lugar del mundo, excepto en Egipto y quizá el valle del Indo, en este período todavía estaban viviendo o en grupos seminómadas relacionados por parentesco de cazadores recolectores o (la minoría que había dado el gran salto adelante a la agricultura de subsistencia) reunidos en pequeños asentamientos con linajes de jefes de aldea, sin escritura y sin tecnología metalúrgica. Pero en el sur de Mesopotamia, mucho antes de Platón y Aristóteles, mucho antes de Confucio y Lao-Tsé, mucho antes de Buda y Mahavira, mucho antes de los profetas hebreos, mucho antes de Moisés y Zaratustra, incluso antes de Abra-
ham, los textos utilizan ya los grandes motivos de moralidad y justicia: la preocupación por la eqviidad, la responsabilidad de proteger a la viuda y al huérfano de los ricos y poderosos. Aquí se usa también por primera vez una palabra que se puede traducir por «libertad»: «Instituyó la libertad, amarga, para los ciudadanos de Lagash».
La implicación ulterior de las reformas de Urukagina es que estaba intentando promover apoyo a su reinado por medio de un principio muy distinto de cualquier principio anterior. Los monarcas previos habían hecho gala de sus éxitos militares y de los cadáveres que apilaron en el campo de batalla; quienes estaban enterrados en las Tumbas Reales de Ur habían justificado su control con su estatus casi divino; otros habían basado su legitimidad en el terror puro que inspiraban entre su gente. Ahora encontramos algo completamente nuevo: los textos sugieren que Urukagina quería la aprobación, e incluso el amor, de su pueblo.
A menudo, damos por hecho que las vidas de los pueblos antiguos eran tan diferentes de las nuestras que no podríamos aspirar a entrar en su cabeza y ver la vida como la veían. Sin embargo, estos documentos contienen evidencias de lo contrario. La historia de Lagash, su larga guerra con Umma y la reforma de su sistema social a cargo de Urukagina, con protección para la viuda y el huérfano y la preocupación por la libertad para los ciudadanos de su ciudad, sugieren que las actitudes humanas han cambiado poco en los subsecuentes 4.500 años.
Cualesquiera que fueran los motivos de Urukagina para instituir sus reformas, al final no sirvieron de mucho. Su reinado sobre Lagash duró poco más de ocho años. Mientras se ocupaba de recomponer el Estado, satisfacer las demandas de la ciudadanía y cultivar el favor de su pueblo, a casi 30 kilómetros de distancia, en la ciudad de Umma, enemiga tradicional, un enérgico y ambicioso regente nuevo llamado Lugalzagesi estaba consolidando lentamente su fuerza y sus tropas, abrigando su pasión por la venganza después de muchas décadas de humillación a manos de Lagash. Lanzó entonces un ataque
momento, sólo se han desenterrado pedazos de seis documentos relacionados con Sargón, todos ellos eran copias tardías, y otros seis que hablan de su nieto Naram-Sin. La mayoría se interpretan como un dictado anotado a modo de registro de una representación oral. A partir de esos fragmentos (muchos fueron escritos al menos un milenio después de los hechos que relatan) podemos suponer que bardos y otros comediantes populares seguían representando leyendas épicas sobre Sargón y su dinastía, siglos después de su vida. Hablan de las heroicas hazañas armadas de sus protagonistas, de sus devociones religiosas y de su exagerada preocupación por el mérito personal y el honor; de sus maneras presuntuosas de hacer lo que nadie había hecho antes, e ir a donde nadie había ido antes. Sargón desafía a sus sucesores: «Ahora, cualquier rey que quiera llamarse mi semejante, ¡que vaya también hasta donde yo he ido!».
Sin embargo, los grandes reyes pueden mostrarse, al mismo tiempo, bajo una luz muy humana. En una composición conocida como Naram-Sin y las Hordas Enemigas, tras desobedecer la voluntad de los dioses y, como consecuencia, perder una larga serie de batallas, el rey se sumerge en una introspección shakespeariana.
Estaba confuso. Estaba desorientado.
Desesperado. Aquejado, desconsolado. Me desanimé.
Así que pensé: «Qué ha traído dios a mi reino?
Soy un rey que no ha mantenido la prosperidad de su tierra,
Y un pastor que no ha mantenido a su pueblo.
¿Qué me he traído a mí mismo y a mi reino?»
Como indicó el estudioso, Joan Westenholz, la última línea es equivalente a la declaración «La culpa, querido Bruto, no está en las estrellas, sino en nosotros», una admirable agudeza para un héroe de la Edad de Bronce, unos dos mil años antes del nacimiento de la filosofía en la antigua Grecia.
La enseñanza que los gobernantes asirios extrajeron del desastre era que la única seguridad residía en poseer un poder militar incontestable. La guerra era demasiado importante para dejarla a la heroicidad romántica de reyes y generales. Si los métodos de combate tradicionales no podían imponerse siquiera a un enjambre de pastores de ovejas subidos a sus camellos, los gobernantes de Ashur se iban a concentrar en diseñar y construir una nueva maquinaria de guerra, una que nadie pudiera contrarrestar. Más aún, la única manera segura de impedir a la gente que inmigraba a Ashur era conquistar sus tierras de origen y regirlas con mano de hierro. El Imperio era una necesidad, no un lujo. Si ello causaba la impopularidad, que así fuera. Como lo iba a expresar un lema latino, supuestamente uno de los favoritos del enloquecido emperador romano Calígula, oderint dum meluant que me odien, mientras me teman.
El proceso de crear un ejército invencible no podía alcanzarse del día a la noche. Además, costaría mucho dinero, dinero que Ashur no tenía, con una base demasiado pequeña y demasiado pobre. Su único recurso era empezar por exigirles tributo a sus vecinos usando las fuerzas que le eran inmediatamente disponibles. Al menos al principio, los asirios compensaban la falta de hombres, material y técnica del ejército con ferocidad extrema.
Asiría descubrió pronto una verdad dolorosa: los imperios son como estafas piramidales, fraudes fiscales en que los primeros inversores obtienen sus pagos de los depósitos de nuevos inversores. El coste de mantener el territorio imperial puede sostenerse sólo con saqueos y tributos extraídos con nuevas conquistas. Los imperios deben seguir expandiéndose si no quieren venirse abajo. Así que, desde el principio del siglo x a.C, Asiría se propuso el proyecto de recuperar sus antiguas posesiones. Y entonces rebasarlas, abarcando una superficie mayor que cualquier imperio que se hubiera conocido hasta entonces.
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