Alianza Editorial, 2009. 188 páginas.
Tit. or. Fear of knowledge: against relativism and constructivism. Trad. Fabio Morales.
Aquí podrán encontrar un comentario extenso y razonado del contenido de este libro:
En mi opinión, y pese a comulgar con la idea del autor y mi desconfianza -por no decir oposición- al relativismo y postmodernismo, creo que no llega a contraponer argumentos de peso, salvo en el fragmento que dejo como muestra.
Se deja leer.
Así pues, para muchas proposiciones ordinarias —proposiciones sobre lo que J. L. Austin denominó «especímenes de objetos sólidos de mediano tamaño» [medium-sized specimens ofdry goods]— Belarmino se vale exactamente del mismo sistema epistémico que el empleado por nosotros. Sin embargo, respecto de los cielos, él y nosotros discrepamos: nosotros usamos nuestros ojos pero él consulta la Biblia. ¿Es esto realmente un ejemplo de un sistema epistémico coherente y fundamentalmente distinto? ¿O es más bien un ejemplo de alguien que utiliza exactamente las mismas normas epistémicas que nosotros para llegar a una teoría asombrosa sobre el mundo, vale decir, la teoría de que cierto libro, reconocidamente escrito hace muchos años por varios autores, constituye la palabra revelada de Dios y, por lo tanto, puede ser tomado racionalmente como una fuente autorizada para opinar sobre los cielos? Lo que está en discusión, en otras palabras, es si el principio mencionado en el capítulo 5 bajo el nombre de «Revelación» constituye una instancia de principio fundamental o es tan sólo un principio derivado».
Si el Vaticano de tiempos de Belarmino hubiese representado realmente una instancia genuina de sistema epistémico coherente y fundamentalmente distinto, éste tendría que haber sostenido que, mientras que los principios epistémicos ordinarios se aplican a las proposiciones sobre objetos de su entorno inmediato, la Revelación vale para las proposiciones sobre los cielos. Pero eso sólo sería viable si también creyese que las proposiciones sobre los cielos son de un género diferente del de las proposiciones sobre los asuntos terrenales, y considerase por lo tanto que la visión es un medio inapropiado para fijar las creencias sobre los primeros. Pero ¿acaso Belarmino no se valía de sus ojos para determinar si el sol brillaba, había luna llena o el cielo de Roma estaba tachonado de estrellas en una noche clara? ¿Y no pensaba acaso que el firmamento se encuentra en un espacio físico sobre nuestras cabezas, aunque situado a una distancia considerable? Siendo esto así, ¿cómo habría podido considerar que la observación es irrelevante para lo que debemos creer sobre los cielos, si se valía de ella en su vida cotidiana?
Así pues, a menos que queramos achacarle a Belarmino la posesión de un sistema epistémico incoherente, haremos bien en considerar que su sistema difería del nuestro sólo en forma derivada, y que opinaba que hay evidencias, de tipo perfectamente normal, de que las Sagradas Escrituras contienen la palabra revelada del Creador del Universo. Y es muy natural que alguien que comparta esta creencia le otorgue un gran peso a lo que las Escrituras tengan que decir sobre los cielos; un peso lo suficientemente grande, quizás, como para contrarrestar la evidencia procedente de la observación.
La cuestión pasa a ser, entonces, la de si hay o no evidencias para creer que lo que fue registrado en cierto libro por un gran número de personas a lo largo de mucho tiempo es realmente, tomando en cuenta las posibles incoherencias internas y demás factores, la palabra revelada del Creador. Y eso es, por supuesto, un debate en el que hemos estado inmersos al menos desde la Ilustración.
Pace Rorty, es difícil, por lo tanto, interpretar la polémica entre Galileo y Belarmino como una disputa entre sistemas epistémicos que discrepan entre sí con respecto a los principios epistémicos fundamentales. Se trata, más bien, de una disputa en el seno de un mismo sistema epistémico, referida a los orígenes y la naturaleza de la Biblia.
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