Plaza y Janés, 1984. 572 páginas.
Tit. or. Ancient evenings. Trad. Rolando Costa Picazo.
Egipto interminable
Estaba de saldo, es de un autor conocido, y el tema -antiguo Egipto- aunque no es de mis preferidos, podía estar bien. Craso error.
El narrador, Menenhetet, cuenta en una cena algunos detalles de sus cuatro vidas -no todas por igual. Comienza con un encuentro entre dos muertos que rememorando, desembocarán en esa noche en la que también los recuerdos fueron el núcleo de la velada.
Bien, buscando un poco por ahí sólo encuentro reseñas elogiosas. Así que la incapacidad está seguramente en su seguro servidor, pero me ha parecido un libro infumable. Hasta el punto que busqué el nombre del autor en google para ver si era realmente del Mailer famoso o si me había confundido como suele pasarme a veces.
Pese a que se anima -un poco- sobre la mitad del libro se me hizo interminable, sin gracia y soporífero. Mejor no sigo porque no encuentro nada bueno que decir. El extracto del final es lo único que me gustó del libro (dos páginas de 570).
Calificación: un ladrillo.
Un día, un libro (105/365)
Extracto:
—Yo también tengo una historia acerca de cómo enviar un mensaje —dijo mi madre—. Pero se refiere a una mujer que estaba casada con un oficial egipcio; ahora está muerta. Él vive y desea comunicarle algunas palabras. —Percibí algo delicioso en la voz de mi madre—. Para eso, se necesita algo más que un tambor.
Estaba complacida consigo misma, como si por fin hubiera descubierto cómo hacer que Ptah-nem-hotep —a pesar de mi madre— siguiera la inclinación de ella.
—Proseguid —dijo él.
—El oficial está enamorado de una mujer encantadora. Pero se siente bajo una maldición. Su esposa muerta no lo perdona. De noche, en los brazos de su nueva amada, su miembro no permanece erecto.
—¡Pobre hombre! —dijo Ptah-nem-hotep.
—Supongo que lo mismo me sucedería a mí —dijo mi padre.
—Jamás, mi viejo Nef —dijo mi madre.
—Proseguid, por favor —dijo Ptah-nem-hotep.
—Como la mayoría de los oficiales del Ejército —dijo mi madre—, no soporta a los sacerdotes. Sin embargo, está desesperado. De modo que acude al Sumo Sacerdote.
—¿Conocéis al oficial?
—No puedo decirlo.
Ptah-nem-hotep se echó a reír, verdaderamente complacido.
—Si fuerais una reina, no sabría qué creer.
—Nunca estaríais aburrido —dijo mi madre.
—Tampoco podría ocuparme de mis cosas como debería.
—Yo trataría de ser buena por una sola razón: para qué el pueblo de Egipto no sufriera —dijo mi madre.
—Vuestra mujer es encantadora —le dijo el Faraón a mi padre.
—Se siente dichosa por vuestra presencia —dijo Neh-khep-aukheffl.
—Hathfertiti —dijo nuestro faraón—, ¿qué le aconsejó el Sumo Sacerdote al oficial?
—Le dijo que escribiera una carta a su esposa muerta, y que la pusiera en la mano de una buena persona que acabara de morir.
—Bien, ¿qué sucedió?
—Envió la carta de esa manera, y la mujer dejó de perseguir a su marido. Su miembro se mantiene erecto otra vez.
—Sólo con gran dificultad puede una mujer viva perdonar a un bre —observó Ptah-nem-hotep—. Una mujer muerta probablemente
pueda hacerlo. Decidme lo que escribió el oficial. Debe dé haber sido una carta notable.
—No sé lo que le decía.
—Esto no me basta —dijo Ptah-nem-hotep—. ¿Qué habríais escrito vos? —le preguntó a Nef-khep-aukhem.
Ahora, mi padre me sorprendió.
—Yo le hubiera dicho a mi esposa muerta que la echaba de menos —dijo—. Luego, que me sentía cerca de ella cuando les hacía el amor a otras mujeres. «Porque no pienso en la otra mujer entonces —le diría—, sino en vos solamente. Por eso, devolvedme el vigor. Devolvédmelo, para poder estar cerca de vos otra vez.»
—Me parece que nosotros podemos apreciar este discurso mejor que la muerta —dijo mi bisabuelo.
—¿Qué le habríais dicho vos? —preguntó Hathfertiti.
—Le hablaría como a una subordinada. Los muertos no comparten nuestra fuerza. Son a nosotros como una parte en siete. Por eso es posible destruir sus maldiciones. Sólo hay que concentrarse en una parte en siete. Por eso, después de todo, tan pocos de nosotros deseamos la muerte. En mi carta haría una lista de los amuletos que podría emplear en su contra, y las oraciones compradas en el templo. Eso bastaría para atemorizarla.
—Frío tratamiento para la esposa muerta —dijo Ptah-nem-hotep.
—A mí me parece que no deberíamos permitir que nadie debilitara nuestro miembro —dijo Menenhetet.
Nos quedamos en silencio después de esa observación.
—¿No me preguntáis qué hubiera escrito yo? —inquirió Hathfertiti.
—Tengo miedo —dijo Ptah-nem-hotep.
—Os lo diré después —dijo mi madre—. Ya ha pasado el momento. —Hizo una pausa, me miró y, por primera vez, sentí el aguijonazo de su crueldad—. Preguntadle a mi hijo —dijo—. Él ha estado escuchando.
—Yo —dije— escribiría… —No sabía cómo terminar. Me embargó el corazón el pesar que se había apoderado de mí al mirar al perro en los ojos—. Puede resultar —dije— la historia más triste que hayáis oído.
Estaba decidido a no llorar ante los sirvientes, pero bajé la cabeza, pues las lágrimas me corrían por las mejillas.
Porque había oído el pensamiento de mi madre. Oí la carta que ella hubiera escrito. «Si no me devolvéis el vigor, mataré a nuestro hijo»,» es lo que ella hubiera escrito.
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