Mónica Ojeda. Las voladoras.

marzo 22, 2022

Mónica Ojeda, Las voladoras
Páginas de espuma, 2020, 2021. 124 páginas.

Incluye los siguientes relatos:

Las voladoras
Sangre coagulada
Cabeza voladora
Caninos
Slasher
Soroche
Terremoto
El mundo de arriba y el mundo de abajo

Cuyo resumen se explica bien en la contraportada:

Criaturas que se suben a los tejados y alzan el vuelo, una adolescente apasionada por la sangre, una profesora que recoge la cabeza de la vecina en su jardín, una chica incapaz de separarse de la dentadura de su padre, dos gemelas rui-distas en un festival de música experimental, mujeres que se lanzan desde lo alto de una montaña, terremotos apocalípticos, un chamán que escribe un conjuro para revivir a su hija.

Y todavía mejor donde me lo recomendaron: Las voladoras

Cuentos crudísimos, como es marca de la casa de la autora. Magníficos Sangre coagulada, que como en otras ocasiones su lectura me ha puesto mal cuerpo y El mundo de arriba y el mundo de abajo que me ha resultado de una tristeza atroz. Muy destacables Las voladoras y Cabeza voladora. El resto bien. La habilidad de Mónica para crear imaginarios oscuros que mezclan un lenguaje poético con temas escabrosos es impresionante.

Muy bueno.

a ha degollado a una vaca, nunca le ha abierto el vientre a un cerdo. No sabe que las cabezas ruedan en círculos y sueltan sangre rojo músculo.

Sangre rojo arcilla.

Sangre rojo vino.

En cambio Firulais una vez le arrancó la cabeza a un gato. Yo creo que por eso se hacía pis en las alfombras, en la bañera, en el sofá. A mami no le gustaba limpiar nada de eso. «Guau, guau», decía y mojaba de un amarillo azufre la casa vieja. Entonces yo fregaba el piso con las manos hasta que la piel se me caía en láminas muy chicas. Luego me sentaba a contar los pedazos de mi piel muerta: tres, cuatro, siete, diez, quince, veinte… y me perdía con tanto número largo, tanto número horrible.

A veces me corto y eso está mal. Eso está enfermo. La primera vez que lo hice se me hincharon las mejillas y mojé mis calzones. Cortarse es difícil, caerse duele mucho, pero cuando mi carne se abre veo agua de corazón y tiemblo. Yo sé que ese líquido que brota de mí es sucio y transparente. Sé que me hace frotarme donde no debo y que crece cuando me hago cortes en las piernas y en los pies.

Hace tiempo vi con mami una peli de vampiros y me sentí vampiro, solo que a mí sí me gusta el sol.

Me gustan las plantas, el chocolate, los caballos, las escaleras de grandes escalones, Firulais, las bañeras limpias, los ojos blancos de los corderos, el olor a caca de vaca. Me gusta el río y el rojo oxidado de la coagulación de la tierra. Me gusta Reptil, aunque ya no pueda hablarle. Me gusta mami, pero desde que vio mis cortes me mandó al páramo. Yo sé que ella le dijo mentiras a la abuela: que me robo tampones usados de la basura. Que canto canciones
raras en las noches de luna llena. Que me corto el vello púbico. Que he aprendido a ser bruja: que es culpa de la abuela que yo huela a sangre y a genitales.

Cuando iba al colegio también me lo gritaban las otras niñas: hueles a calzón, decían. Pero ellas no saben a qué huele eso de verdad.

A cabras en celo.

A parto.

Es cierto que la sangre puede comerse. Cuando se coagula, deja de ser líquida y se transforma en alimento. Yo conozco la belleza de los coágulos como niños pequeños colgando del pelaje de las cabras. Los toco y sonrío porque son mis bebés. Mami no soporta que hable de la forma de la sangre. Le da miedo el páramo y le da miedo la abuela. A mí no me da miedo la piel de gallina, la cabeza de gallina. No temo al cuello de la vaca, ni a los intestinos del cerdo, ni a las cabras que lloran y gritan por las noches mojando la tierra con su solitaria leche. Nada que venga del interior de los animales me asusta porque ese interior de huesos y de arterias se parece al mío.

«Adentro tenemos la espesura de la muerte como un árbol», decía la abuela cuando estaba fuerte y gorda y afilaba su machete frente a los lechones. Se bamboleaba entre ellos con su mandil de carnicera siempre sucio. Olía a cebolla. Olía a cartílagos. Por el día les hablaba a los animales y los besaba con ternura tosca en la cabeza antes de degollarlos o decapitarlos. Por la noche me besaba en el cogote y era un beso tan rápido que apenas lo sentía.

«Abuela, me besas igualito que a los animales», le dije una vez y ella me sonrió.

Muerte granate.

Muerte escarlata.

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