Miguel Espinosa. La Tríbada Falsaria.

diciembre 1, 2007

Los libros de la frontera, 1980. 242 páginas.

Miguel Espinosa, La Tríbada Falsaria
Triángulo tribádico

Ya hemos comentado aquí otro libro del autor: Escuela de mandarines y hacíamos hincapié en el singular lenguaje que utilizaba. Igual alarde de abundancia lingüística encontramos aquí.

El argumento es sencillo. Daniel y Damiana son pareja. Pero Damiana empieza a salir mucho con Lucía, de la que sabe que es lesbiana. Sus sospechas resultan ser ciertas; Damiana es amante de Lucía. De la historia y algunos detalles nos enteraremos a través de las cartas que Juana escribe a Daniel.

Al Sr. Molina de Solodelibros no le gustó demasiado, y esta vez tengo que discrepar. Porque si en Escuela de mandarines el esfuerzo de decodificación sólo daba sus frutos tras leer buena parte del libro, en La tríbada falsaria rinde beneficios desde el primer momento. La sencillez de la trama -cerrada desde el principio- sirve de sólido armazón al despliegue verbal del autor. Los sinónimos rebuscados, los adjetivos originales, la prosa juguetona lo hacen atractivo desde el comienzo.

Mejor, en mi opinión, que la Escuela; más fresco y conseguido. Muy recomendable.

Escuchando: Tango Del Pecado. Calle 13.


Extracto:[-]

En este punto del caso, las patrañas de Damiana resultaban tan faltas de luces, y tan endebles y pobres, que Daniel había de contribuir a componerlas, arreglarlas y presentarlas con decoro; la indigencia de tal mendacidad empezaba a ruborizar, entre angustias, al amante. Por lo demás, conforme la avecilla se veía cercada y agobiada por el interrogatorio, hacía de sus juicios figuras inverosímiles y espectrales, antesalas del mal y la demencia. Al rubor de Daniel se añadió, pues, el pavor.

El asustado pasó gran parte de la mañana con su centellita, que se mostró dulce, sumisa, balsámica, trasluciendo un sentir de culpa todavía no compensado por castigo alguno. Daniel vivenció que su presencia parecía desvelar los ocultos actos de la mujer ante la mujer misma, lo cual aducía en favor de algún acontecimiento ocurrido entre la modista y ella; la melosidad, la terneza y los buenos ojos de la luminaria eran, a su entender, prueba del lazo que la ataba a la bollera, su Lucía. Cuando la hembra partió, la mirada implorante y fijada en él, quedó convencido de cuanto imaginaba. «Está poseída por un empeño aturdido, que puedo coercer, pero no eliminar» — se dijo.

Por la noche, la uvita telefoneó a su amante para comunicarle la feliz llegada a otras tierras. En aquellos momentos, su actitud nada tenía que ver con la docilidad de la mañana: exultaba contundente excitación y decisoria voluntad, sin huella de escrúpulos ni dudas. Proclamó que Daniel no podía impedir, bajo ninguna razón, su acercamiento a Lucía, citando palabras de Justina, su amiga, allí presente. Opinaba ésta que la experiencia fricadora nada mancha, porque en el mundo no existen valores: todo es baladí. De los labios de Daniel brotaron injurias hacia las creciditas amapolas, que Damiana, auricular al oído, fue transmitiendo a Justina; esta fría indiferencia aumentó la intrascendencia del ofensor y le configuró más impotente.

«Nos llama cellencas, daifas, lumias y grofas»… «Dice que caracemos de conflictos»… «Dice que no hay sistema ético capaz de enjuiciarnos, porque no somos espíritu»… «Dice que vivimos la náusea de lo trivial»… «Dice que si fuéramos cerdas, resultaríamos, al menos, criaturas divinas» — repetía Damiana. Y a cada frase de la mujer, crecía el furor del hombre y el ansia de engrosar los agravios, que no alcanzaban su objeto. En el transcurso de esta horrible situación, Daniel llegó a sentirse ajusticiado que blasfemara de la fe de sus verdugos; ellas representaban el hecho, y su impunidad, y él, la voz desde el tormento. La conversación, como todo suplicio, se cortó, no concluyó.

A las seis de la madrugada, el celoso recibió con asombro la llamada telefónica de Lucía, que gemía y reía ebria. La tortillera vomitó que lo sabía ene migo de su afición por Damiana, de quien se declaró enamorada. «Hijo de puta, mansurrón, cabrón, sucio explotador, ni Dios ni tú podréis impedir este amor» — silbó ronca. Luego le conminó a retirarse y desaparecer del caso, amenazándole con la intervención de seis amigas.

4 comentarios

  • M.J. Yeste diciembre 1, 2007en9:43 pm

    Opino como tú, este libro tiene una prosa impresionante. No había leído nada de este escritor y me pareció que la novela estaba trabajadísima. De todas formas me dejó un regusto extraño, esperaba alguna sorpresa en su argumento, sin darme cuenta que lo realmente importante del libro es la demostración del dominio del lenguaje que tiene este escritor. A veces no hace falta más.

  • Palimp diciembre 2, 2007en1:39 pm

    Sobre todo cuando ese dominio está unido a una originalidad difícil de encontrar.

  • Vigo diciembre 3, 2007en6:22 am

    Nota metaliteraria: ¿Y al final la chica se queda con el chico o con la otra chica? Bueno, mejor no cuentes el final, pero a mí me da un mal rollo este tipo de historias donde una chica te deja por otra chica. Es como darse cuenta que tu historia de amor puede haber sido toda falsa…

  • Palimp diciembre 3, 2007en8:26 pm

    Dejaré el misterio, aunque las dos chicas se acuestan. Yo ya he visto en la vida real unas cuantas historias parecidas y no es para tanto, aunque sorprenden.

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