Hay un tipo de literatura comprometida que, cuando también es de calidad, nos asombra y estremece al mismo tiempo. Es el caso de este libro, crónica de la posibilidad de una venganza por parte de quien sufrió la represión en la dictadura argentina.
Estela, la mujer de Carlos «el gallego», estaba embarazada cuando la desaparecieron. El tiempo no cura todas las heridas y, enfrentado a una enfermedad -que él llama el Mal-, decide que puede ser el momento de averiguar, de saber qué es lo que pasó con Estela. En el camino verdugos que pasan por víctimas, supervivientes que supieron hacer carrera de su militancia, y un retrato de una sociedad enla que se ha cambiado todo menos lo que se quería cambiar.
Ni el protagonista busca una venganza ni el autor del libro quiere librarse de fantasmas. Retrata con un tono amargado y realista- si realismo es aceptar la cruda realidad, el fracaso de los ideales- la situación de una Argentina que debe hacer borrón y cuenta nueva, pero que sigue recordando.
Lean los extractos, que merecen la pena, y esta reseña, mejor que la mía: La herencia. Una crónica del fracaso.
Calificación: Muy bueno.
Extractos:
-En serio, Juanjo, pensalo. Ahora no paramos de llorar por cómo está el país. Si está así, ¿no es porque nosotros fallamos y ellos no? No digo que nosotros lo hayamos hecho así; digo que, cuando era mejor que ahora, nosotros quisimos mejorarlo, y el resultado fue que creamos las condiciones para que ellos lo hicieran mucho peor de lo que era.
Quizás, se me ocurrió, seguíamos viéndonos porque todavía podíamos decir nosotros y ellos y saber —suponei que sabíamos- de qué hablábamos: nada crea mayor cercanía que tener un ellos y un nosotros. Juanjo levantó la cabeza, me miró. Yo tenía que rematar la idea y me detuví un momento para pensar cómo conseguir que no sonar; demasiado rimbombante. Me pareció que no lo conseguía
—En síntesis, te digo: no quiero que suene muy rim bombante, pero no se me ocurre otra manera: somos la ge neración más fracasada de esta larga historia de fracaso que es la historia argentina.
Empezamos como una promesa: millones de muertos de hambre que venían escapándose de sus lugares, dispuestos a lo que fuera para comer dos veces por día, tardaron unos años en convertirse en una runfla de racistas mediopelo decididos a maltratar a cualquier pobre morochito. Pero muchos de ellos siguieron siendo pobres: existen para recordarle al mundo que los blancos también pueden ser pobres. Somos, junto con Europa del Este, el reservorio de pobres blancos de la tierra, para desmentir esa idea cada vez más difundida de que pobres son los negros, los marrones, los ocres, los amarillo sucio. Fuimos la gran promesa -la terrible promesa- y ahora somos una galería para que paseen los turistas disfrutando de lo que inventamos sin querer: el tango, el bife, el fútbol. Lo que sí quisimos hacer —si realmente quisimos hacer algo— nunca nos salió.
Pero en el mundo nos pasó lo mismo. Desde que te llevaron, flaca, ha habido tantos cambios. Yo creo que ha habido pocos períodos con más cambios en la historia. Al final el mundo cambió en todo menos en lo que nosotros queríamos. Ahora se puede sacarle un riñon a un señor y ponérselo a otro, ahora cada persona tiene un teléfono que puede llevar a todas partes y dicen que en las computadoras que hay en las casas se encuentra más información que en cualquier biblioteca, ahora toda la ropa que nos ponemos es china o india y Europa tiene una sola moneda y para ganar plata en serio hay que fabricar programas de computación o especulaciones financieras, ahora hay cien canales de televisión, ahora no hay más países comunistas. Ya nada es como era, Estela, pero lo que nosotros queríamos cambiar sigue igual, peor: los pobres cada vez más pobres, los ricos cada vez más ricos, los poderosos cada vez más poderosos. Erramos como perros ciegos. Erramos como perros.
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