Marina Yuszczuk. Alguien será feliz.

diciembre 24, 2021

Marina Yuszczuk, Alguien será feliz
Blatt y Rios, 2019. 144 páginas.

Incluye los siguientes cuentos:

La música
Diez dólares
El paseo
La construcción
Los trabajos
McDonald’s
El grillo
La nieve
La preocupación
El tiempo
Pompeya
Por favor dígannos qué hacer
El vuelo
Eli
Glaciares

De los que sólo me ha gustado uno, La nieve que dejo al final. El resto bien construídos, bien escritos, pero absolutamente banales. Me parece muy bien que tu intención sea dibujar una atmósfera y no contar una historia, pero al menos que sea algo que dé frío o calor.

No me ha gustado.

La nieve

No eran tan jóvenes, pero se conocieron en una circunstancia juvenil. Algunos años después de terminar una carrera, una chica se mudó a otra ciudad y empezó una nueva. Tenía treinta, todavía le quedaba un rato para divertirse aunque en ese momento no lo percibía como un tiempo extra, y estaba excitadísima. La ciudad nueva, el aprendizaje, la gente, la posibilidad de ser alumna una vez más, el coqueteo con los profesores, de los que todavía la separaban unos años, y el deslumbramiento de algunos compañeros con su inteligencia, sus polleritas y sus lentes, todo conjuraba para que estuviese caliente todo el tiempo, en la culminación de ese raro placer de ser la chica.
A él lo conoció los primeros días de clase, y no tardaron en hablar porque se tomaban el mismo colectivo para volver a casa. Eran vecinos; él vivía con una novia extranjera; ella, con su mejor amiga. Él y la novia tenían una historia más o menos romántica, de haberse encontrado por internet, pero se peleaban enfrente de otros como esos matrimonios de muchos años, por tomar este o aquel taxi, pedir o no pedir postre en un bar, cosas por el estilo. Él era
hermoso, esa clase de chico al que las remeras le quedan genial, de barba y pelo hasta los hombros. Ya estaba con un pie en la vida de trabajar y volver a casa para hacer algo con el ocio, pero todavía quería sentir que podía dedicarse a otra cosa: a la escritura, al cine. A ella.
Fue una época brillante, de discusiones con cervezas en bares, de películas compartidas, de clases y recreos en una escuela donde todos se peleaban por defender lo que pensaban del cine. En los ratos libres, los dos fumaban en el patio. Durante las clases se codeaban y se decían cosas por lo bajo. A veces se apagaba la luz para ver una película y él estaba ahí, doblado en un pupitre que le quedaba chico, cansado por el ritmo de esas clases nocturnas pero atento a ella, como un hermano. Uno que tiene una hermana linda, le hace notar cómo la miran otros chicos, también se enorgullece un poco porque esa chica siempre va con él adonde vaya.
Pronto armaron un grupo de amigos, un repertorio de costumbres. Los sábados se juntaban en la casa de él, fumaban porros y miraban películas, se dormían en el sillón, vencidos. Él le mandaba mensajes para ir al cine juntos. La novia no quería ir, no tenía ganas. El nunca hablaba de ella con la chica, pero de a poco fueron teniendo más intimidad y se dijeron cosas.
Ella saha con otros y le contaba. A él, todos le parecían estúpidos. Ella no entendía por qué él vivía con esa chica y la mantenía. Le parecía mal, como si ella lo estuviera embaucando, aprovechándose de su debilidad.
Acostumbrada a cortar a las primeras señales de deterioro o de peligro, no entendía cómo alguien se podía quedar en una relación que parecía un matrimonio.
La intimidad creció, y creció más. En un momento empezaron a citarse para tomar café antes de entrar a clase y él contó algunas cosas sobre su familia, su vida anterior, un poco avergonzado. Lo mejor era el viaje corto en colectivo que hacían para volver a casa, contentos, divertidos. Separarse era difícil, decir hasta mañana les empezó a pesar, y en un momento se empezaron a imaginar besos.
Era invierno, daban ganas de estar con otro cuerpo. A las charlas y todo el tiempo juntos, que era mucho, se empezó a sumar el intento de tocarse todas las veces que pudieran. Les encantaban las películas pero a veces parecía que iban al cine solo para frotarse las rodillas.
Un día ella fue a buscarlo a la casa, tenían que hacer una larga excursión para entrevistar a alguien. La novia y él se pusieron a discutir. Ella le tiró algo por la cabeza. La chica no supo qué hacer y se escondió en el baño. Después saheron, algo incómodos, se tomaron un tren en Plaza Miserere. Era un día gris y estaban un poco diluidos en la melancolía del conurbano. Él le sacó una foto en ese tren, sentada en el asiento de enfrente, bajo la luz blanca de la tarde, y después varias a los grafitti al costado de la vía.
Entonces llegó el festival de cine que les permitió pasar varios días juntos. Él se había tomado vacaciones para tener la libertad de ir a ver películas, a un ritmo frenético, con ella. Fueron días de verse todo el tiempo, desde la
mañana hasta la noche. Entre películas comían juntos o buscaban un lugar para tirarse a descansar. Sobre el final estaban como drogados, autómatas felices, acelerados, que querían verlo todo.
Un día sacaron entradas al azar y se metieron en una sala para dormir la siesta. Rendidos, se taparon con las camperas y se recostaron uno al lado del otro, todo lo juntos que se pudo. Ella pensó: “Dios mío, es ahora», pero no se besaron. A la salida apareció la novia y fue chocante; sabían que existía, pero por un momento se habían olvidado.
Al otro día la chica llegó sola al festival, cerca del mediodía, y se metió a ver una peh’cula. Estaba distraída, no le importaba nada de lo que pasaba en la pantalla. Le mandó a él un mensaje: “¿Dónde estás? Te extraño!». Él contestó enseguida: “Yo también». Cuando salió de la sala, ella lo buscó ansiosa. Él estaba con la novia. El festival terminaba esa noche. La chica volvió a casa sola, oprimida. Por primera vez se masturbó pensando en él.
Al otro día chatearon temprano, él le dijo que era herniosa. Quedaron en verse a la tarde en la casa de ella. Fue uno de esos días en los que parece que lo increíble va a pasar. Cuando él llegó, hablaron. Los invadió la seriedad. Él dijo que estaba enamorado, no sabía qué hacer, tenía miedo de equivocarse. Ella quería coger con él pero le dio a entender que quería ser la novia, que la situación no le iba a hacer bien. Dijo, una por una, cosas que parecían escritas en algún lugar, en un libreto.
Él está sentado frente a la mesa y tiene la cabeza agachada, dice cosas. Ella está lejos y está inmóvil. Quiere llevarlo a la pieza y sacarle la ropa pero sigue hablando. Solo que ahora no importan ellos, importa la escena. Parece artificial, como si fuera el interior de un globo de nieve. Con los años se verá que es parte de una colección. En el interior, ellos son dos miniaturas congeladas. No se sabe si hay algo de belleza o solamente muerte, depende de cómo cada uno se imagine ese globo. Si es blanco y está quieto, si alguien lo sacudió en los últimos segundos. Si la nieve está cayendo, o no.
En los días que siguen, la novia hace su trabajo silencioso. Lo convence de una serie de cosas de las que él quiere ser convencido, les habla a los otros amigos de la chica. Empiezan a verse menos, y después, el grupo se sigue juntando pero ya no la invitan.

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