Ediciones Zanzibar, 2003. 144 páginas.
Tit. or. Une si longue lettre. Trad. Sonia Martín Pérez.
La protagonista, ante la muerte de su marido, escribe una carta a su mejor amiga rememorando sus vidas y caminos paralelos, cuando sus maridos tomaron a una segunda esposa más joven y cómo reaccionaron de manera diferente.
Retrato crudo de un mundo en el que las mujeres no tienen ningún derecho, incluso en matrimonios que se pretenden modernos y con maridos de los más avanzados de su país. La protagonista se resigna a su suerte mientras que la amiga se divorcia, toma las riendas de su vida y tira para adelante.
Un alegato feminista implacable que sigue siendo, por desgracia, de plena vigencia.
Muy recomendable.
• Herida en su orgullo, Daba rabiaba. Repetía todos los sobrenombres que Binetou había puesto a su padre: “Hombre viejo”, “Barrigón”, “El viejo”… El creador de su vida era ofendido cotidianamente y él lo aceptaba. Una rabia horrible habitaba en Daba. Sabía que las palabras de su mejor amiga eran sinceras. Pero, ¿qué puede hacer una niña frente a la furia de una madre, que grita su hambre y su sed de vivir?
Binetou, cordero inmolado como muchos otros sobre el altar de lo “material”. La rabia de Daba aumentaba a medida que analizaba la situación.
-¡Rompe con él, mamá, echa a ese hombre, no nos ha respetado. Haz como tía Ai’ssatou, déjale. Dime que le vas a dejar. No veo disputándote el marido con una chica de mi edad!
Pensaba en lo que dicen todas las mujeres engañadas: “Si Modou fuera leche, la nata me la he quedado yo; lo que quedaba, ¡bah!, agua con un cierto olor a leche”.
La decisión final era mía. Modou no volvió en toda la noche. ¿Estaría consumando ya su matrimonio? La soledad, que es consejera, me permitió aislar el problema.
¿Marcharme? ¿Volver a empezar desde cero, después de haber vivido veinticinco años con un hombre, después de haber alumbrado doce hijos? ¿Tenía yo la fuerza para soportar sola el peso de esa responsabilidad a la vez moral y material? Marcharme. Borrar el pasado. Pasar página sobre lo que sin duda no siempre había sido reluciente, pero limpio al menos. Lo que a partir de entonces estuviera escrito no contendría ni amor, ni confianza, ni grandeza, ni esperanza. Nunca he conocido los reveses podridos del matrimonio. ¡No conocerlos! ¡Eludirlos! Cuando se empieza a perdonar, hay una avalancha de errores que aparecen y ya sólo
queda seguir perdonando, perdonar siempre. ¡Marchar, alejarme de la traición! Dormir sin hacer preguntas, sin prestar atención .il mínimo ruido mientras espero al marido compartido.
Estuve contando las mujeres conocidas de mi generación .ibandonadas o divorciadas. Yo conocí a algunas cuyos restos de juventud floreciente pudieron conquistar a un hombre válido que uniera situación y prestancia y que fue juzgado como «mejor, cien veces mejor que el otro”. La miseria que era el legado que aportaban estas mujeres se tornaba en una invasión de nueva felicidad que les cambiaba la vida, les redondeaba las mejillas y les devolvía el brillo a los ojos. Conocía a otras que habían perdido toda esperanza de renacer y a las que la soledad las había enterrado antes de tiempo.
El juego del destino sigue siendo impenetrable. Los cauris2, que una vecina lanza sobre un harnero ante mí, no me convierten al optimismo, ni cuando se quedan abiertos mostrando el agujero negro que significa la risa, ni cuando se unen sus lados blancos queriendo decir que venga a mí “el hombre del pantalón doble”3, promesa de riqueza. “Lo que te separa del hombre y de la riqueza, es una ofrenda de dos nueces de kola, una blanca y otra roja” añadía mi vecina Farmata e insistía:
-El proverbio dice: “Aunque la dificultad anide aquí, la suerte puede estar allá”. ¿Por qué eres escéptica? ¿Por qué no te atreves a romper? Una mujer es como un balón; quien lo lanza no puede prever los rebotes, ni controla el lugar por el que rueda, aún menos quien lo recoja. A menudo se apodera de él una mano insospechada.
En vez de seguir el razonamiento de mi vecina —una griote que sueña con abundantes propinas de mediadora— yo me
Un comentario
A mí este libro me gustó mucho. Pero creo que me pareció menos lejano que a ti. Cuando habla del momento en que su marido se va con una mujer más joven, la distancia que pueda existir de religión, país de origen, etc. se desvanece. Cuando su amiga es tenida de menos por la familia de su marido, lo mismo. Cuando son los hijos y las hijas los que toman nuevos caminos, algunas situaciones y sentimientos no difieren en nada de los ue se puedan vivir aquí en una familia con adolescentes e hijos algo mayores. La autora consiguió hacer que me sintiera terriblemente cerca de la realidad que retrata.