María Fernanda Ampuero. Pelea de gallos.

noviembre 4, 2021

María Fernanda Ampuero, Pelea de gallos
Páginas de espuma, 2018, 2020. 120 páginas.

Incluye los siguientes relatos:

Subasta
Monstruos
Griselda
Nam
Crías
Persianas
Cristo
Pasión
Luto
Ali
Coro
Cloro
Otra

Protagonizados en su mayoría por mujeres de diferentes clases sociales, desde la que se crió en medio de peleas de gallos en Subasta hasta el retrato de las clases altas de Coro. Hay relatos muy buenos. Crías, por ejemplo, es excepcional. El retorno al paisaje dejado atrás de la infancia completamente perturbador.

Me han gustado mucho también Nam, una adolescente con una amiga cuyo padre estuvo en Vietnam, Persianas, el único protagonizado por un chico que no quiere encargarse de subir y bajar las persianas porque es el paso a una edad adulta de la que no se puede volver y Cristo, donde la enfermedad de un niño lleva a la madre a rezar a un cristo lejano.

Los que menos me han gustado los de tema bíblico, aunque la idea es buena y potente y algún otro de esquema demasiado sencillo pero salvado por la buena escritura de la autora.

Muy recomendable.

Las otras chicas decían con envidia: así que la gordita es bien buena, ¿no? Las gordas son más buenas. Ojalá yo encontrara una gorda. Esas flacas son súper miserables. Y son malas. Y solo andan pensando en cómo adelgazar, se toman esas pastillas. Marlene, ¿dónde están mis pastillas? Ya se las llevo, niña. ¿Qué nomás tendrán esas pastillas? Como loca anda esa señora, con los ojos que se le salen, lechuza parece. Uy, la mía a veces, cuando va a tener un compromiso, se pasa días nada más con queso de dieta y agua mineral y si le dices buenos días niña te saca los ojos y si no le dices, también. La mía vomita: se pide una pizza familiar, chocolates, papas fritas, se encierra, se come todito y después la oigo que vomita y vomita. La pobre Karina, la muchacha que limpia, es la que tiene que limpiar ahí todo eso y ni un gracias ni un nada. No pues, ¿no ves que nos pagan? El básico, pero nos pagan. Que los abuelos de ellas no pagaban a las muchachas, eran como quien dice los dueños. Se las traían de los campos, las mamás mismas las regalaban, y les daban casa y comida y gracias, patrón, papá diosito les bendiga y les dé muchos años de vida. Sonia trabajó con una que era borracha y tomaba pastillas y dormía todo el día y cuando se despertaba se ponía furiosa y le daba puro golpe a Sonia que se ponía en medio de ella y de los niños. Cuando la botó, cómo lloraba
esa Sonia, porque, ay, esa mujer adoraba a los niños, dice que lloraban esas criaturitas, no te vayas Sonita, no nos dejes aquí solitos, Sonita. Y el bebito berreaba como si lo abandonara la madre, un dolor, porque la Sonia era en verdad la mamá de ese niñito. Sí, eso aquí al lado, en la urbanización esta de aquí al lado, la del lago. El señor tenía un cargo bien importante en el gobierno, con el alcalde, no sé cómo. Y después con las amigas: todo perfecto, todo divino, todo soñado. Esas risitas, ¿no? Tapándose la boca. Esas caras que ponen, más falsas, con esas porquerías que se inyectan que vienen como espantadas, más parecen de plástico esas mujeres, los ojos abiertotes, los labios así de sapo. Andan hinchadas, feísimas, como si les hubieran echado la malilla, pero pagan un billetote por eso. En las fiestas contratan saloneros con guantes blancos. Ha de ser para que no les toquen con las manos morenas la vajilla blanca y ponen unos manteles que valen más que lo que nosotras ganamos en un año. Y llenan esas mesas de ese pescado crudo de colores pastel. Y ponen flores por toda la casa. Y se bañan en perfume. Para ocultar el olor a vómito ha de ser. El olor a pijama y sábanas sucias, cagadas, mens-truadas, pedorreadas, de cuando no se levantan en varios días. Nadie las ve así, cuando uno tiene que ir, despacito: ¿niña? Es el señor por teléfono, que quiere saber si usted ya se levantó. Dígale que sí, que estoy en el baño. Que nadie me moleste, Mireya, vaya con el chofer a recoger a los niños y les da de comer y por dios que aquí no entren, ¿me oyó? Y los chicos ya ni preguntan por la mamá. Al principio sí, pero después ya solitos van a la cocina. Y te cuentan sus cosas, su fútbol, sus exámenes, sus amigas y amigos, lo que les va bien y lo que les va mal.

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