Margarete Buber-Neumann. Milena.

noviembre 9, 2020

Margarete Buber-Neumann, Milena
Tusquets, 1987. 290 páginas.
Tit. Or. Milena, Kafkas’s freundin. Trad. M.A. Grau.

Milena Jesenská fue la novia de Kafka pero fue mucho más: escritora, periodista y traductora. También, según la autora de este libro, toda una fuerza de la naturaleza. Se conocieron en el campo de concentración de Ravensbrück y las condiciones infrahumanas no consiguieron doblegarla.

El libro hace un recorrido por la historia de Milena, incluye numerosas cartas de personas que se relacionaron con ella y hace hincapié, sobre todo, en cómo resistían el día a día rodeadas de la muerte, enfrentadas a las presas políticas por su enemistad con el comunismo e intentando ayudar a sus compañeras.

La verdad es que es un libro impresionante. Me han chirriado muchas veces las descripciones de la autora sobre Milena, que más parecen de joven enamorado que de compañera de infortunios. Ejemplo:

Al principio no sabía qué había en Milena que me atraía con tanta fuerza, creí que era sobre todo su gran capacidad de reflexión. Pero luego me di cuenta de que lo que más me fascinaba era el misterio de toda su forma de ser; tanto ella en sí como su cuerpo eran un gran misterio. Milena no iba por este mundo con pasos firmes y seguros. Se deslizaba. A menudo, cuando la descubría de lejos en el callejón del Campo, me daba la impresión de que acababa de aparecer, surgida de cualquier parte totalmente inimaginable. En su mirada, en sus ojos, incluso en momentos de alegría, había un velo de tristeza insondable, pero no una tristeza por lo que nos rodeaba a diario; en los ojos de Milena habitaba el dolor de lo que está por redimir, el dolor del hombre que se siente un extraño en este mundo. Me hechizaba lo que había en ella de incomprensible y de Melusina, ya que jamás pude alcanzarla.

Pero el personaje que dibuja es fascinante y con una vida perfectamente novelable. También te hiela la sangre el retrato de la vida en el campo de concentración, como las condiciones van empeorando hasta llegar al exterminio masivo y cómo se enteran casi de casualidad de lo que está pasando.

Te deja con la boca abierta. Otras reseñas: Milena y Milena.

Recomendable.

»Ciertamente todos nosotros somos, en apariencia al menos, capaces de vivir porque alguna vez nos hemos refugiado en la mentira, o hemos estado ciegos, o entusiasmados, u optimistas, o muy convencidos de algo, o pesimistas, o lo que sea. Pero él jamás ha recurrido a un asilo protector, nunca. Es absolutamente incapaz de mentir o de emborracharse. No tiene el más mínimo refugio ni la más pequeña cobertura. Es como un hombre desnudo entre gente vestida. Pero ni siquiera dice y vive en la verdad. Es un modo de ser en y para sí mismo, exento de todos los añadidos que podrían ayudarle a perfilar la vida —en la belleza o en la miseria, poco importaría. Y su ascetismo no es en absoluto heroico— precisamente por esto es más grande y elevado. Todo “heroísmo” es mentira y cobardía. No es un hombre que construya su ascetismo como un medio para llegar a un fin, es un hombre que está obligado al ascetismo por su clarividencia, pureza e incapacidad de adquirir un compromiso.

»Hay hombres juiciosos que tampoco quieren adquirir compromisos. Pero se ponen unas gafas milagrosas con las que lo ven todo distinto. Por eso no necesitan comprometerse. Entonces pueden escribir deprisa a máquina y tener mujeres. Él está a su lado y se los mira totalmente maravillado; todo lo mira así, también esas máquinas de escribir y esas mujeres. Nunca lo comprenderá.

»Sus libros son asombrosos. Pero él es mucho más asombroso…»


»En una pequeña ciudad agrícola muy cercana a la frontera de Alemania con Bohemia es donde me enteré de lo que significa asesinato de palabra. Es un asesinato mediante críticas, mentiras, maledicencias, afirmaciones falsas e inventadas. En dicha población vive un joven médico judío. Se empezó a correr la voz de que ocultaba en su casa un “arsenal comunista”. El mero hecho de que viviera de alquiler en una vivienda de tres habitaciones ya habla por sí mismo en contra de la credibilidad de esta propaganda de infundios. Aunque la noticia del almacén de armas era evidentemente muy absurda, se extendió por el lugar como un reguero de pólvora; y a partir de entonces nadie le saludó. En la fonda callaba todo el mundo cuando él entraba y en las tiendas le servían de mala gana y refunfuñando, demostrando que preferían no verle. El asesinato de palabra es un arma muy nueva que hiere de forma mucho más espantosa que cualquier arma de acero. A una persona asesinada se la entierra en un cementerio y allí encuentra la paz. Pero el que han asesinado en su reputación tiene que continuar viviendo y sin embargo no puede vivir.

»La revista de Henlein Der Kamerad (El Camarada) publica constantemente comunicaciones en las que por ejemplo se lee: “Hacemos saber que la hija del alcalde X se ha prometido con un judío”. O bien: “El empleado de la empresa Y ha comprado en la tienda del judío Z”. Simplemente noticias así, breves, sin ningún tipo de comentario. Pero son más que suficientes. Porque en dichas notas se dan los nombres completos y estas comunicaciones silenciosas son la señal convenida para hacer el boicot a alguien, un boicot que se pone en práctica de inmediato y de una manera sistemática. Algunos lo hacen por convencimiento político, otros simplemente por miedo a correr la misma suerte.
»Y este tipo de boicot se dirige no solo contra médicos, abogados o negociantes. Con la cruel falta de lógica de todo sistema “totalitario”, afecta también a los más pobres de entre los pobres. En la pequeña población de R. vive, junto con su madre ciega, una modista. Es alemana y aria. Hace 16 años, a esta mujer ahora pobre le ocurrió una desgracia: cayó en manos de un cazadotes judío que, tras apoderarse de todo su dinero, la dejó plantada con un hijo. La modista educó al niño con el trabajo de sus manos; se sentaba en la máquina de coser hasta caer rendida y año tras año, puntada a puntada, fue ganando el sustento de los tres. Después el orgullo de la raza nórdica con su ideología heroica, con su “¡Destruid a los débiles!” cayó también sobre ella. Se descubrió el paso en falso de la pequeña modista, ya entrada en años —por el que ella, de todos modos, había tenido que pagar ya toda su vida— y se hizo público a través de la prensa nazi. A partir de entonces nadie le da trabajo y su chico, que hacía de aprendiz, fue despedido hace poco».

Milena constató en su propio marco los sufrimientos de los judíos, que se iban endureciendo más y más antes incluso de que los alemanes ocuparan el territorio de los Sudetes. Tenía imaginación suficiente como para hacerse una idea de la crueldad con que el poder de los nazis caía ya sobre los judíos y, sobre todo, de cómo sería en adelante. Un año después de estas experiencias, cuando en marzo de 1939 Checoslovaquia entera cayó en poder de Hitler, Milena sabía muy bien una cosa: que en la salvación de todos los amenazados de muerte, tenía ella una misión prioritaria: ayudar a la población judía. Pero durante aquel año, 1938, todavía se dio cuenta Milena de algo más. Hasta entonces había considerado todo lo militar como un mal necesario. No obstante, empezó ahora a comprender la importancia de la defensa del país y miró al cuerpo de oficiales checos, representantes de una casta hasta entonces muy ajena a ella, con ojos completamente distintos. Cuando Hitler ocupó Checoslovaquia en 1939 fue ella quien se dio cuenta de la necesidad de salvar por lo menos a una parte del ejército checo, a los mejor preparados, a los oficiales y a los aviadores amenazados por la victoria de los nazis. Podrían así reforzar el potencial defensivo de Inglaterra, el antiguo y renegado aliado, en una guerra que se veía ya totalmente inevitable. Con este criterio Milena demostró poseer una visión de futuro casi profética y una sorprendente capacidad de análisis.


En su último artículo titulado «Los últimos días de Karel Čapek», Milena escribió: «Karel Čapek nunca gozó de buena salud. Los hombres enfermizos aman la vida y temen las enfermedades graves de modo muy distinto a como lo hace la gente sana. Su amor por la vida es muy humilde como si estuvieran muy lejos de ella y solo muy de paso rozaran eso tan maravilloso y tan mágico. Como solo están sanos a medias, su corazón siente la vida con mayor intensidad y descubre la más extraordinaria belleza donde los demás solo ven algo cotidiano. Si el destino les asesta un golpe cruel, la primera reacción de su pensamiento es siempre muy humilde. Se dicen: probablemente ya está bien así, de todos modos ya hace mucho que vivo de regalo. Y por eso se deslizan en silencio dentro de la soledad de todas las cosas, a fin de no molestar a nadie con su dolor. No se enfrentan a la enfermedad con la obstinación y la rabia con que lo hace una persona sana, para la cual la enfermedad es como un hachazo sobre su carne viva y saludable. Ellos, por el contrario, se defienden de la enfermedad no queriéndola aceptar como verdadera, ocultándola incluso ante ellos mismos, transportándola del cuerpo al alma y sobrellevándola como un secreto que es necesario mantener callado a fin de que no se descubra.

»Probablemente, Karel Čapek no se acostó hasta estar enfermo de muerte. Sus amigos cuentan que, estando ya muy grave, al llevarle desde el sillón a su enorme cama, saludó con la mano al pasar por delante de la foto de T. G. Masaryk colgada de la pared, foto que él mismo había hecho. Su saludo fue como el que hace la gente desde un tren que está saliendo de la estación… Tal vez fue un movimiento involuntario. Pero quién puede saber qué es lo que hace que los moribundos, al igual que los animales, consigan expresar la verdad con mucha mayor fuerza a través del gesto que de la palabra. El poeta muerto se llevó en sus manos rígidas la pequeña foto de Masaryk a la eternidad y en cierta manera es hermoso imaginar, de forma absolutamente infantil, cómo llamó así a la puerta del cielo.

»Se metió en la cama para morir, como lo hace un hombre piadoso. No sé si Karel Čapek creía en Dios. Pero era un hombre religioso, con una jerarquía de valores morales cuidadosa y sutilmente elaborada, con un sentido muy firme y muy arraigado del orden del mundo. El año 1938 destrozó, como un diluvio de rocas, todo aquello que antes parecía estable. Los golpes se sucedían uno tras otro: se perdió la amistad de Francia, la fe en la Marsellesa, el himno de la libertad democrática, se perdieron las montañas y las fronteras —solo quedaba una nación tullida, la impotencia cada vez más angustiada del poeta y, lo peor de todo, esos gritos discordantes, ese nuevo lenguaje de numerosos checos aplicados en remover la basura en el momento mismo en que se oyen los crujidos siniestros de una casa que se desmorona al borde del abismo. Era demasiada devastación para el corazón de un hombre como Karel Čapek, cuya fe en la vida había consistido en construir y en trabajar; demasiada destrucción para un poeta que amaba un jardín pequeño y bien cuidado, las plantas en flor, la casa acogedora y las cosas sencillas de la existencia. Era un hombre demasiado humilde y tímido como para morir a causa del corazón. Murió de una pulmonía.

»Mientras lo médicos trataban de salvarle la vida, hablaba con frases ingenuas y reposadas. Preguntaba por ejemplo: “¿Cómo está hoy el tiempo fuera? ¿Hay hielo tal vez? Dentro de noventa y un días iremos a Strž. Todos los que estamos aquí. En Strž ya rebrotarán entonces los árboles y la hierba. Dentro de noventa y un días…”.

»Strž es una casa de piedra situada en los bosques de Dobříš, justo debajo del dique de un lago. Alrededor de la casa hay 20 hectáreas de terreno. Esta tierra, esta casa y la vista que hay desde allí estaban tan enraizadas en el corazón de Čapek que eran para él algo vivo, algo que respiraba. Cuanto más se dislocaba el mundo que le rodeaba, tanto más construía él con ahínco y con tesón: trasladaba bloques de piedra, regulaba el arroyo, talaba árboles. Llegó a conseguir un milagro: en aquellas 20 hectáreas había todo lo que es grato a quien está vinculado al paisaje de Bohemia: lagunas, un arroyó, una fuentecilla, un pequeño campo de cultivo, un bosquecillo, abedules, un lindero y colinas con laderas verdes, así como una vista hacia las siluetas de unas montañas suaves que enmarcan un paisaje lleno de beatitud, armónico como los repiques de campanas al atardecer en una dorada puesta de sol.

»Pero eran demasiados los días que separaban a Čapek de la primavera. Demasiado tiempo. Contaba las horas temblando, como si solo hubiera salvación en la primavera. Noventa y un días, noventa y un peldaños de una escalera de los que solo llegó hasta el cuarto, y desde allí cayó.

»El primer día de Navidad empezó a nevar fuera y en su habitación se proyectaban sombras azuladas… Čapek callaba; estuvo mucho tiempo sin hablar. Y entonces cambió de color. Al entrar en el cuarto su esposa Olga, tal vez se deslizó por su rostro un pequeño gesto intuitivo. “¿No te han dicho los médicos que estoy mejor?”, le dijo Čapek; y fueron las últimas palabras de su vida… A las siete menos cuarto dejó de respirar. No luchó. No se defendió. Sencillamente dejó de respirar, dejó de vivir. Quien quiera puede creer que murió de pulmonía y bronquitis

No hay comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.