Manuel Lozano Leyva. De Arquímedes a Einstein.

abril 21, 2008

Editorial DeBols!llo, 2007. 256 páginas.

Manuel Lozano Leyva, De Arquímedes a Einstein
Belleza e inteligencia

¿Qué es más importante para el desarrollo de la ciencia? ¿La teoría o el experimento? El experimento de Michelson-Morley fue la base de la teoría de la relatividad especial, que a su vez hizo predicciónes para las que se diseñaron nuevos experimentos. Podemos decir que ambos aspectos son igual de importantes y, sin embargo, la mayor parte de los libros de divulgación se ocupan casi en su totalidad de las teorías, limitándose a citar de pasada los experimentos.

En el año 2002 se realizó una encuesta entre más de doscientos especialistas preguntándoles cuales eran, en su opinión, los experimentos más bellos de la física. El resultado fue el siguiente:

1. Difracción electrónica por doble rendija (Einstein, Bohr, De Broglie, Heisenberg).
2. Caída libre de los cuerpos (Galileo).
3. Carga del electrón por gotas de aceite (Millikan).
4. Descomposición espectral de la luz a través de un prisma (Newton).
5. Interferencia de la luz (Young).
6. Medición de la fuerza de gravedad por torsión (Cavendish).
7. Medida de el diámetro de la Tierra (Eratóstenes).
8. Caída de cuerpos rodando sobre planos inclinados (Galileo).
9. Descubrimiento del núcleo atómico (Rutherford).
10. Péndulo de Foucault.

Agrupando los número 2 y 8 y añadiendo el undécimo de la lista -principio de la hidrostática- Manuel Lozano Leyva aprovecha esta encuesta para construir un libro de divulgación en el que el protagonista es el experimento y no la teoría. El resultado es uno de los mejores libros de divulgación que he leído en mucho tiempo.

De cada científico explica una breve biografía bastante completa y, lo que más me ha sorprendido, con una gran cantidad de datos que no suelen aparecer en otras obras de divulgación. Se nota que el autor no se ha limitado a hacer un copiar y pegar de otras fuentes. La prosa es amena y con una sana intención didáctica que se explica y justifica al final del libro. Tan entretenido resulta que me enganché más que a un best-seller.

¿Recuerdan aquel A Hombros de Gigantes? Un libro que me resultó aburridísimo. Pues viene al pelo esta afirmación que puede leerse en el apartado dedicado a Newton:

Como decíamos al hablar de Galileo, lo peor que se puede hacer para entender a los clásicos de la física es leerlos: se trata de una tarea casi imposible. Para mí es un misterio insondable que al crear una teoría o modelo se utilicen una notación y una concatenación argumental farragosas. Con el tiempo, el mismo autor u otros, si el artículo o libro tuvo trascendencia, desbroza el asunto y lo aclara de manera meridiana. Salvando las distancias, por supuesto astronómicas, hice recientemente una limpieza en mi despacho y encontré manuscritos míos escritos hacía veinte o veinticinco años, y me costó mucho entender algunos de ellos. Para colmo, Newton era un críptico vocacional, por lo que su obra cumbre, los Principia, fue más admirada, incluso venerada, que leída. Así que, dicho esto, paradójicamente no he visto manera mejor de explicar al lector el experimento del prisma que dándole la palabra al propio Newton, porque por una vez en su vida fue claro.

Lozano Leyva no es Newton, en la contraportada afirman: un derroche de amenidad y capacidad divulgativa y, por una vez, se quedan cortos. En algunas ocasiones indica de que manera podríamos reproducir los experimentos famosos -algo que es más sencillo en la época actual. Imprescindible.

Escuchando: Melody Lee. The Damned.


Extracto:[-]

A pesar de todos los avatares sociales y políticos por los que pasó Francia en aquella época, hubo un denominador común curioso y esperanzados desde Napoleón (el grande) hasta el otro Napoleón (el chico, por emplear el furioso epíteto de Víctor Hugo desde el exilio), todos los gobernantes mostraron una especial y efectiva sensibilidad hacia las ciencias y sus aplicaciones. Producto de aquella época revolucionaria fueron las grandes escuelas, en particular la Normal Superior, la de Minas y la Politécnica, e instituciones como la Oficina de Longitudes, dedicada a la astronomía, la geografía y la navegación, o el Conservatorio de Artes y Oficios, entre muchas otras. Todo ello favoreció el paso de la Francia aristocrática a la meritocrática.

La eficacia de estas instituciones se reflejó pronto en un desarrollo científico y tecnológico sin par. Nuevos cementos hidráulicos hicieron posible la construcción de puentes y presas de gran envergadura; la electricidad comenzó a aplicarse a la telegrafía y a numerosos procesos industriales; las máquinas de vapor impulsaban fábricas, barcos y trenes; los daguerrotipos exigían cada vez menos tiempo de exposición; la cirugía empezó a contar con la anestesia y la asepsia; la química favorecía la agricultura y la nutrición. Realmente aquella época de la primera industrialización fue excitante.

Jean-Bertrand-Léon Foucault fue un producto representativo de su época y, en buena medida, ésta fue producto de su trabajo. Su experimento más bello y simple, y a la vez más espectacular y mediático, el famoso péndulo al que dedicamos este capítulo, eclipsó su obra, a pesar de que en nuestro siglo xxi aún se utilizan varios de sus inventos. Por eso es justo y conveniente describirlos, apartándolos un poco de la sombra del péndulo.

Foucault nació en París en 1819 y allí murió (sin ausentarse apenas de la ciudad en su corta vida), en 1868. Su padre era un editor y librero que alcanzó cierta notoriedad por los excelentes libros de historia de Francia que publicaba. Un detalle interesante es que se volvió loco y en ese estado murió. A su hijo le pasaría lo mismo. El joven Léon vivió una buena infancia porque su familia tenía una situación económica magnífica gracias no a los libros, sino a las rentas de los numerosos inmuebles que poseía en París. Pero lo mejor fue que sus padres estaban dispuestos a gastar un buen dinero con prodigalidad en la educación del vastago, que además era hijo único. Así que lo mandaron al Colegio Estanislao, el mejor de París. Pero Léon Foucault fue un mal estudiante. Tuvo que repetir más de un curso. Además, el pobre era bastante enclenque, enfermizo y bizco (véase la figura 7.1).

Sin embargo, Foucault dejaba pasmados a todos con su habilidad manual. Sus maquetas de barcos, sus pequeñas máquinas de vapor y sus telégrafos mecánicos eran perfectos y funcionaban con una precisión pasmosa. Siendo malo en matemáticas y bueno en manualidades, la mejor elección para su futuro era, con toda lógica, hacerse cirujano. Con veinte años, en 1839, entró en la insigne Escuela de Medicina de París. Le fue muy bien hasta que vio sangrar a un enfermo. Cayó desmayado. Su animadversión a la sangre le hizo replantearse seriamente el asunto, pero como se había granjeado el aprecio de uno de sus profesores, Alfred Donné, gracias a su insistencia aceptó dedicarse a la microscopía médica.

4 comentarios

  • MeZKaL abril 21, 2008en10:58 pm

    Suena realmente interesante!
    ¿Lo pillaste de la biblioteca o lo tienes por casa?

  • Palimp abril 23, 2008en9:29 am

    Lo tengo, lo tengo, ya te lo prestaré.

  • panta febrero 4, 2010en12:05 am

    Acabo de hacer uso de esta entrada que leí en su momento y olvidé.
    Va a ser que escribes mucho y no puedo seguirte el ritmo 😉
    Saludos

  • Palimp febrero 5, 2010en7:16 pm

    Gracias por la referencia. Escribir, estoy intentando volver a tener una entrada diaria.

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