Lisa Yaszek. Retrofuturismos.

diciembre 24, 2025

Lisa Yaszek, Retrofuturismos
Almadía, 2023. 240 páginas.
Trad. Falsos Amigos.

Incluye los siguientes relatos:

Cuando fui la señorita Dow, Sonya Dormán
La conquista de Gola, Leslie F. Stone
Se vende, razonable, Elizabeth Mann Borgese
Los hombres colonizados, Margaret St. Clair
Todos los colores del arcoíris, Leigh Brackett
Pelaje, Carol Emshwiller
Carpool, Rosel George Brown
Episodio espacial, Leslie Perri
Contagio, Katherine MacLean
Todos los gatos son grises, Andrew North

Escritos en la década de los 40 y 50 y sorprendentemente modernos, adelantan muchas de las temáticas que se desarrollarían en la denominada nueva ola, cambian el punto de vista al no hacer a los adelantos tecnológicos el eje de la narración, construir personajes complejos y, sobre todo, ser unos relatos excelentes y muy bien escritos.

Si a esto le añadimos una edición cuidada con nota biográfica de cada una de las autoras y una traducción que suena perfectamente moderna tenemos un conjunto de relatos que me ha encantado leer.

Muy bueno.


El entusiasmo de Ihivi se había enfriado.
—Servirá por una noche, quizá haya un largo camino hasta el siguiente pueblo y no creo que eso sea mejor -dijo ella.
Flin gruñó y estacionó el auto en la acera.
Se oyó (‘1 crujido de unas patas de sillas cuando los hombres se inclinaron hacia adelante o se levantaron para estar más cerca. Flin salió y rodeó el coche. Les sonrió a los hombres, pero ellos solo se quedaron mirando, echando un humo espeso y entrecerrando los ojos hacia él, el coche, las placas de matrícula y luego hacia Ruvi.
Flin se giró y le abrió la puerta. Al ver por encima del techo del coche, notó que empezaban a llegar hombres del otro lado de la calle; ya varios chicos habían surgido de la nada y se amontonaban como insectos, con los ojos brillantes e inquietos.
Le ayudó a Ruvi a salir, esbelta en su túnica amarilla, sus rizos plateados capturando la luz de la puerta de entrada del hotel.
—¡Dios mío! ¡Verdes como la hierba! —dijo uno de los hombres con voz alta y aguda. Hubo risas y alguien chifló.
La cara de Flin se tensó, pero no dijo nada, ni miró al hombre. Tomó del brazo a Ruvi y fueron al hotel.
Caminaron sobre una alfombra desgastada, entre islotes de muebles pesados de cuero deteriorado y relleno polvoriento. En el techo giraban lentamente unos ventiladores frente a los cuales el aire caliente y las polillas que revoloteaban en las luces apenas se inmutaban. Había un olor que Flin no podía identificar del todo. Polvo, la peste firme del tabaco muerto, y algo más: vejez, quizás, y decadencia. Detrás del largo mueble de madera de la recepción, un hombre de cabello grisáceo se levantó de una silla y recargó las manos sobre el escritorio al verlos acercarse.
Los hombres de la calle los siguieron, agrupándose en la puerta con rapidez. Uno en particular parecía liderarlos: un tipo de cara rojiza, con una cadena de oro y un amuleto colgado en la barriga.
Flin y Ruvi se pararon frente al escritorio. Flin volvió a sonreír.
-Buenas tardes -dijo.
El hombre canoso dirigió la vista más allá de ellos, hasta los hombres que habían llegado, cargando con ellos un hedor complejo de sudor que se mezclaba con lo que había dentro. Habían dejado de hablar, como si estuvieran esperando a ver qué decía el hombre canoso. Los ventiladores del techo crujían suavemente mientras giraban.
El hombre canoso carraspeó. También le sonrió, pero sin señas de cordialidad.
-Si quieren una habitación -dijo en un tono innecesariamente alto, como si no fuera para Flin sino para los otros en el lobby-, perdón, pero estamos llenos.
—¿Llenos? -repitió Flin.
—Llenos -el hombre canoso tomó un gran libro que yacía abierto frente a él y lo cerró con una especie de gesto ceremonial- Ahora lo entiende, no le estoy negando el servicio. Solo no tengo nada disponible.
Volvió a mirar a los hombres de la puerta y hubo una risa al fondo.
-Pero… -dijo Ruvi, en un intento de protesta.
Flin presionó su brazo y ella se detuvo. De pronto, su cara se enrojeció. Supo que el hombre mentía, que su mentira había sido esperada y aprobada por los otros, y que él y Ruvi eran las únicas personas que no sabían por qué. También entendió que no les convenía discutir. Así que habló tan amablemente como pudo.

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