Tras la muerte de su padre Lina descubrirá que hay fuerzas más allá de la razón que han estado presentes en su vida sin que ella lo supiera, que su madre tuvo una maestra que también conocía ese mundo sobrenatural, y que si quiere librarse de las sombras que están ocupando su vida, tendrá que aceptar lo que es.
Uno de los libros más flojos de esta editorial que he leído. No está mal escrito, y la idea de estas mujeres que comparten un poder con sus luces y sus sombras es interesante, pero creo que la autora no acaba de hacer nada con ello. Se limita a levantar acta de la situación y, quitando algunos momentos relativos a la muerte del padre, me ha dejado bastante frío.
Eso sin entrar en lo naif del tratamiento, porque alguien que tiene en su mano esas capacidades no puede limitarse a hacer algún que otro filtro de amor y a explotar de vez en cuando.
Se deja leer.
La conversación con Virginia había terminado con una advertencia: Virginia, si veo a ese sobrino tuyo, no lo mato por tu mamá, pero lo muelo a palos. El sol caía picante y levantaba fuerte el olor de la boñiga de los caballos que estaban amarrados afuera del quiosco. Adentro, tomando alrededor de mesas coronadas con botellas de cervezas vacías, estaban los de siempre, pero Chepe apenas si levantó la mano para saludarlos y siguió derecho. Le dolía un poco la cabeza por el aguardiente de la noche anterior y por el regaño de Virginia, que tenía razón. Esperanza y Soledad seguían detrás al trote, pero se habían calmado un poco, sabían que la cosa no iba a pasar a mayores y que, cuando su mamá regresara de Medellín en unos días, ya se le habría bajado la rabia. Aun así, no dijeron nada hasta llegar a la casa. Cada vez que pensaba en lo que había hecho Soledad, Chepe volvía a sonreír, como si algo le jalara los cachetes sin que él pudiera controlarlo, pero tenía que aguantarse para que las niñas no se dieran cuenta.
A Virginia le explicó la historia que él había armado partiendo de lo que contaron los que sí fueron testigos del asunto y de lo que le había confesado Soledad, porque él estaba adentro del quiosco tomándose unos guaritos cuanto todo pasó. Eran apenas las diez de la noche y, aunque a Virginia le parecía ya tarde para que las niñas anduvieran en la calle, en realidad estaban con él y era fin de semana y él era el papá y él vería si se tomaba unos traguitos antes de llegar
a la casa y él no veía ningún problema con que las niñas lo esperaran afuera del quiosco un ratico, él les estaba echando ojo y no les iba a pasar nada. Aunque ese no era el problema. El problema era que el pendejo ese sobrino de Virginia estaba allá en un hospital de Medellín, a punto de perder la vista, porque Soledad le había llenado los ojos de arena.
Chepe entró a la casa y se quitó las botas con dificultad. Colgó el machete detrás de la puerta de su cuarto y se fue a buscar una aguapanela a la cocina. Las niñas que venían detrás suyo le preguntaron si podían ir a donde las primas a jugar y él no vio problema, seguro luego Virginia lo reprendería por no ser más estricto con Soledad, por dejarla hacer lo que se le diera la gana y no castigarla, pero él era el papá y él no iba a castigar a ninguna hija suya por ser una verraquita que se defiende sola, de eso él estaba orgulloso. Pensó en el muchacho, allá en Medellín, con los ojos hinchados y llenos de arena y se sonrió de nuevo. La casa estaba sola por primera vez en varios meses, su esposa andaba visitando a la mamá, y sus hijas quién sabe dónde andarían, desperdigadas por el pueblo. Chepe no se preocupó, sabía que en la noche llegarían buscando comida. Por el momento se sentó a leer una novela de vaqueros y a reírse de vez en cuando.
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